Tengo en la mente "Conversación en La Catedral" (1969) desde siempre y, en particular, cuando leí a Francisco Prieto en "Los mejores libros del siglo XX" y descubrí que incluyó de manera destacada a la tercera novela de Mario Vargas Llosa. Sin embargo, reconozco que, por su compleja estructura narrativa, me había sido imposible avanzar siquiera algunas cuantas páginas.
¿Cómo reseñar un texto que, desde su aparición, se le llenó de elogios?, ¿qué se puede aportar cuando, tras su muerte, gran parte de los críticos la ubicaron entre sus escritos mayores junto a "La ciudad y los perros", "La casa verde", "La guerra del fin del mundo" y "La fiesta del Chivo"? Quizá reconociendo que es una obra importante, que destaca tanto por su envolvente e impredecible argumento, como por su original forma de contar un mundo envuelto en las sempiternas dictaduras y autocracias latinoamericanas —tanto de izquierda como de derecha—, aunque a veces la lectura se vuelve un tanto cansina.
En el marco del gobierno del general Manuel Arturo Odría (1948-1956), la obra tiene como eje una larga plática entre el periodista Santiago Zavala, un decepcionado idealista, y Ambrosio, un viejo zambo que trabaja sacrificando animales en la perrera municipal, y que había sido chofer del padre de su interlocutor, diálogo que tiene como sede la cantina La Catedral, lugar pobre, pero donde se sirven cervezas heladas.

Esa charla, señaló Vargas Llosa en sus lecciones en Princeton, “es como una especie de tronco del que van surgiendo muchas ramas, y esas distintas ramas al final van dibujando ese árbol que es la totalidad de la historia”. Y reconoció: “No me importó que eso pudiera crear confusión en el lector. Al contrario, yo pensé que esa confusión era necesaria para que la historia fuera creíble. Si la historia hubiera sido clara desde el principio, no sería aceptada por el lector. Había demasiada truculencia, demasiados excesos en todo lo que ocurrió y era mejor que esa historia fuera llegando de una manera nublada para que el propio lector, impulsado por la curiosidad y por el deseo de saber, fuera contribuyendo de una manera creativa a establecer la trama. Yo quería que la historia se fuera formando en la memoria del lector a medida que éste colocara cada figura en su lugar, como si se tratara de un gran rompecabezas”.
A partir de esto, la famosa pregunta que se hace Zavala, “¿en qué momento se había jodido el Perú?”, campea en toda la narración y puede que esta cuestión encuentre parte de su respuesta cuando afloran la apatía, el cinismo, el fracaso, la desesperanza y la falta de propósito que van envolviendo al mosaico de personajes: “Años que se confunden, […] mediocridad diurna y monotonía nocturna, […] domingos con chupe de camarones, vales en la cantina de ‘La Crónica’, un puñado de libros que recordar. Borracheras sin convicción, […] periodismo sin convicción. Deudas a fin de mes, una purgación, lenta, inexorable inmersión en la mugre invisible”.
En una nota de septiembre de 2019, Vargas Llosa aceptó que esta novela fue la “que más trabajo me costó escribir y con la que me quedaría si tuviera que elegir una sola entre las que he escrito”. Sumado a esto, en la elegía que le dedicó Guillermo Sheridan al escritor peruano, rememoró las circunstancias en que le conoció a mediados de 1971 e indicó: “Estaba en el lobby de su hotel. Vencí mi timidez y le dije cuánto me gustaban sus libros”. Dentro de estos, "Conversación en La Catedral" ocupa un lugar de primera fila.






