Hace 150 años, el lunes 8 de noviembre de 1875, en el país se agitaban ciertas incertidumbres, una de ellas fue el aumento de los reclamos guatemaltecos sobre Chiapas. Ese día se hizo pública la segunda parte del memorándum que el canciller chapín envió a México como parte de las negociaciones respecto a sus límites, mismas que fracasarían. Mientras tanto, la Cámara de Diputados daba luz verde al permiso requerido por Antonio Pintos para fungir como cónsul de Guatemala en Acapulco.
Sin embargo, a pesar de los conflictos entre ambas naciones, se mantenía el intercambio cultural. Ese mismo año abrió sus puertas el Teatro en honor al arquitecto guatemalteco Francisco Arbeu, quien fue un gran promotor de las artes en nuestro país. Para inaugurarlo, el "Diario Oficial" anunció el montaje de la ópera "La hija de Madame Angot", del compositor Charles Lecocq. Aquella producción parisina estaba considerada como “la obra más exitosa del teatro musical en francés en las últimas tres décadas”.
Los autores nacionales tampoco estaban olvidados: "El Siglo XIX" invitaba a sus lectores a “una velada en honor de D. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza”, organizada por el Liceo Hidalgo, asociación literaria que fue la más representativa en nuestro segundo romanticismo. Tenía como participantes, entre otros, a Manuel Peredo, José Peón Contreras, Manuel Eduardo de Gorostiza y Agustín de Bazán y Caravantes. Como resultado de este encuentro, un año más tarde, circularía un volumen editado en la Imprenta de El Porvenir.

A la par, la ciencia no dejaba de avanzar. En "La Colonia Española" se dio cuenta de un artículo de Joseph-Antoine Plateau donde daba a conocer las propiedades sorprendentes de los bichos, las cuales adquirían por medio de los alimentos que ingerían. Se decía que estos invertebrados tenían su propio encanto, “basta únicamente ver los pesos enormes que lleva una hormiga para comprender que es el ser viviente de más resistencia, a diferencia del caballo y del ser humano”.
En el ámbito comercial, "El Pájaro Verde" anunciaba “la maravilla de los tiempos modernos”, se trataba del ungüento Holloway, el cual aliviaba los males de piernas, pecho, garganta y la gota. El tratamiento se complementaba con las píldoras, de la misma marca, que purificaban la sangre para aliviar los malestares del hígado y estómago. Estos remedios eran tan efectivos que los recomendaban “las personas con un estilo de vida exigente, por ejemplo, el emigrado, el viajero, el soldado y el marinero”.
También el "Diario Oficial" contaba con una sección novedosa, donde se promocionaba la “Zarzaparrilla del Dr. Robinson. ¡¡¡El gran purificador y regenerador de la sangre!!!” Se aseguraba que dicho remedio curaba cualquier mal como la sífilis o las enfermedades de la piel. Además, ayudaba a sanar dolencias exclusivas de las mujeres como las “menstruaciones difíciles” o los “colores pálidos”. Aquella preparación era tan sabrosa que “la tomaban con placer hasta las personas más delicadas y los niños”.
Entre los libros que se publicitaron aquel lunes se encontraba "Mi mujer y yo", una traducción de la nueva obra de Harriet Beecher Stowe, autora de la célebre novela "La cabaña del tío Tom", que tuvo una buena acogida tanto en Estados Unidos como en México y que narraba los problemas maritales de una joven pareja y tocaba temas como la familia, la diferencia de clases y el rol de la mujer: “Por años el mundo se ha ocupado de cerrar y bloquear cada puerta por la que una mujer puede acceder a la riqueza, excepto la puerta del matrimonio”.

