En la columna de la semana pasada, que se publicó en línea, terminé diciendo: “Tuvo una mala semana, pero serénese Presidente, descanse y duerma. Al despertar verá al país con otros ojos. Al fin ya vendió el avión de Peña”.
Resultó premonitorio. No soy médico ni adivino, pero creo tener sentido común.
Físicamente, el Presidente no lucía bien. Se veía más traqueteado que de costumbre, para un hombre que despierta de madrugada y se duerme tarde, que trabaja toda la semana, que padece enfermedades y achaques propios de su edad y que insiste en acercarse a la gente, sin importarle de que lo contagien.
Agréguele los berrinchazos que debió hacer hace unos días por los reveses políticos que sufrió su gobierno.
El hombre se veía mal.
¡Ah!, pero como todo en la vida, juega la suerte.
Políticamente le vino como anillo al dedo que lo contagiaran de Covid, por tercera vez, pues desvió la atención de los temas que lo abrumaban. Cambió la narrativa adversa y generó empatía. (Como quiera, es un adulto mayor con comorbilidades que, aunque tenga a su disposición la mejor atención médica y las mejores medicinas, corría un riesgo).
Nos tuvo con el alma en vilo porque filias y fobias aparte si algo grave le hubiese ocurrido, no solamente habría afectado a una persona y su familia sino al país entero.
Por eso fue tan relevante la irresponsabilidad en las redes y la temeridad de quienes están obligados a la serenidad, la prudencia y la obsesión por confirmar.
La estridencia del silencio presidencial fue ensordecedora. Del momento en que dio a conocer su contagio a que lo vimos de carne y hueso, en un mensaje en redes, ¡pasaron tres días!
Ya el martes su señora esposa había dicho que el Presidente estaba bien y que lo había dejado dormido en casa. (Por cierto, con mayor claridad e inteligencia que quienes estaban obligados a hacerlo y que se fueron de bruces al intentar “informar”).
Pero hasta que lo pudimos ver con nuestros propios ojos, el silencio presidencial ocupó todos los espacios. Nos recordó la impresionante capacidad de comunicar que tiene el presidente y la pequeñez de quienes lo rodean pues con espíritu chimoltrufio, así como decían una cosa decían la otra.
Qué bueno que el Presidente salió adelante en su salud. (Lo vimos ayer de regreso a la Maña nera). Que malo por el país pues aparentemente nadie puede articular palabra si no es siguiendo sus órdenes y su dirección.
Si así va a ser cuando concluya formalmente su administración, entonces él tripulará todo dando paso al “Maximato del siglo XXI”, hasta que el Creador y la ciencia lo permitan (AMLO dixit).
Patriotas y traidores
El espectáculo que dieron senadores de la oposición el jueves por la noche, tras tomar la tribuna, fue grotesco e indigno. De vodevil de barrio que haría pensar que “Palillo” fue un dramaturgo clásico.
Espantoso ver a senadores como Gustavo Madero, Emilio Álvarez Icaza y Xóchitl Gálvez, en el piso del Pleno, creyéndose graciosos, cuando en realidad hicieron el ridículo mostrándose como bufones de quinta, ya ni de Cuarta.
Lo que vimos fue un pírrico adelanto de la sucesión presidencial y el tono en que ocurrirá.
Algunos de los oficialistas, como César Cravioto, manoteando y hasta golpeando a algunas senadoras que lo increpaban debajo de la tribuna.
Gran perdedor, Ricardo Monreal. Triste final. ¿Para qué engatusar a la oposición si sabía que no podía controlar a los suyos?
Es cuestión de días, para que Cravioto, el agresor de senadoras, lo sustituya alineando todo hacia la doctora, si es que no le cuesta portarse como cavernícola y entonces se le hace a José Antonio Alvarez Lima.
Ayer todavía seguía el tongo senatorial.