El 14 de marzo durante su conferencia ante medios, la presidenta Claudia Sheinbaum pidió con tono suplicante: “ya déjenlo en paz con eso de ‘narco Presidente AMLO’, y agregó: ¿Ya se les olvidó García Luna?, ¿ya se les olvidó Calderón?, ¿ya se les olvidó la guerra contra el narco?”.

Felipe Calderón llegó a la Presidencia en 2006, cuando el crimen organizado ya había establecido sus reales en amplios territorios: los Arellano Félix, en Tijuana; La Familia Michoacana en Michoacán; el Cártel del Golfo, y los Zetas en Tamaulipas, significativamente. Que “pateó el avispero”, dicen sus malquerientes, ¿pues qué querían: que les extendiera los brazos?, ¿que le ordenara a las fuerzas públicas la inacción como una forma de rendición y les diera la espalda a las víctimas (Javier Sicilia, los LeBaron, las madres buscadoras), como lo hizo Andrés Manuel?

¿Por qué Calderón, en vez de ordenar a las fuerzas públicas confrontar a los criminales, “que también son seres humanos”, no invocó al Sagrado Corazón de Jesús con el Detente, ni le advirtió a quienes secuestran y destazan seres humanos, que los acusaría con sus mamás o sus abuelas, ni estableció un pacto explícito o implícito con el Cartel de Sinaloa?

Cuando Calderón dejó la Presidencia su estrategia estaba dando resultados: la incidencia de delitos de alto impacto (homicidios dolosos, secuestros, extorsiones) venía de manera notable a la baja.

A “los muertos de Calderón” (120,463), según el discurso obradorista, siguieron “los muertos de Peña Nieto” (156,066) y, más tarde, “los muertos de Andrés Manuel” (199,619) a los que hay que agregar 52 mil desaparecidos. Con esa lógica, los de estos días son, irremediablemente, los muertos de Claudia Sheinbaum.

Calderón concluyó su mandato hace más de 12 años (148 meses) y de manera embustera se le sigue responsabilizando de la violencia y, en contraste, se intenta ocultar o negar los saldos sombríos de la estrategia obradorista frente al crimen organizado: el avance por todo el país y el empoderamiento de las organizaciones criminales.

La derrota de López Obrador en la elección presidencial de 2006 tuvo efectos traumáticos para el tabasqueño. A partir de entonces Felipe Calderón se volvió una obsesión, el ánimo de venganza enturbió la mente del mesías, por eso en los últimos seis años le deben haber buscado hasta por debajo de las piedras, pero no le encontraron nada.

Lo que resulta paradójico es que la estrategia del gobierno actual —un vuelco respecto a la de su antecesor— es la versión 2.0 de la que emprendió Felipe Calderón: la inteligencia apoyada en la Plataforma México que implementó García Luna y la confrontación sin concesiones con los criminales. Los resultados de agresiones al Ejército de sicarios que disponían de un poderoso armamento que incluía Barrets calibre 50, ametralladoras y armas largas y cortas fueron decenas de delincuentes abatidos con escasas bajas de las fuerzas públicas.

Por favor, ¡ya dejen en paz a Felipe Calderón!

Presidente de GCI.

@alfonsozarate

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