Una llamada anónima advirtió al grupo Guerreros Buscadores de Jalisco sobre la existencia del rancho Izaguirre, en La Estanzuela, municipio de Teuchitlán, de 211 kilómetros cuadrados, con una población de menos de 10 mil habitantes. El rancho se ubica a 60 kilómetros del área metropolitana de Guadalajara.

El pasado 7 de marzo, el colectivo informó del hallazgo: un predio utilizado para el adiestramiento de sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), pero que era también un centro de exterminio; encontraron restos humanos calcinados, más de 400 prendas de vestir y unos 200 pares de zapatos, mochilas, los despojos de una inconcebible degradación humana.

Pero apenas el 20 de septiembre de 2024, integrantes de la Fiscalía del estado, acompañados por miembros de la Guardia Nacional, detuvieron a diez sicarios en ese poblado. ¿No vieron la bodega en la que los buscadores encontraron esos restos?, ¿les pasaron inadvertidos los hornos crematorios? Imposible creerlo. ¿Por qué decidieron ocultar lo que descubrieron? ¿Quiénes fueron los mandos y los elementos de la Fiscalía del estado y de la Guardia Nacional que realizaron la inspección y el aseguramiento de ese rancho y fingieron no encontrar todo lo que hoy se conoce?

Como ocurre en muchos estados, regiones enteras de Jalisco están controladas por los cárteles. Son miles las fosas clandestinas que se han encontrado en diferentes regiones del país. Las comunidades lo saben y callan por miedo, pero también lo saben las autoridades civiles y militares que por cobardía, complicidad o porque el presidente les ordenó no confrontar a los criminales, estuvieron contenidas durante los seis años del gobierno de López Obrador.

Son innumerables las evidencias de la descomposición que ha impuesto el mundo criminal, ante la inacción de los gobiernos. En agosto de 2010, fueron asesinados, por Los Zetas, 72 migrantes en el ejido El Huizachal en el municipio de San Fernando, Tamaulipas, a menos de 150 kilómetros de la frontera con Estados Unidos. En abril de 2011, se conoció de otro asesinato en masa también en San Fernando: el hallazgo de al menos 196 restos humanos en 48 fosas clandestinas; y qué decir de la desaparición de los 43 jóvenes de la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, la noche del 26 de septiembre de 2014. Este horror que no termina incluye hombres colgados, desmembrados, disueltos en ácido.

Son miles las familias que sufren el dolor de tener a un padre, un hermano o un hijo desaparecido. Superando el miedo, las madres buscadoras —a las que nunca aceptó recibir López Obrador— siguen removiendo la tierra en busca de sus seres queridos y apenas este martes, el colectivo Amor por los Desaparecidos, de Tamaulipas, encontró otro campo de exterminio en Reynosa, Tamaulipas.

Tiene razón el periodista Jaime Núñez, Teuchitlán es una sucursal del Infierno, pero para vergüenza nuestra, son muchas, incontables, las sucursales del Infierno en esta dolida tierra. Si México no es hoy un narco-Estado, ¡como lo parece!

Presidente de GCI. @alfonsozarate

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