¿Será cierto que basta con cruzarse la banda presidencial para hacerse de todos los poderes que la costumbre y la ley le entregan al titular del “Supremo Poder Ejecutivo”? ¿Dará la presidenta Claudia Sheinbaum un manotazo sobre la mesa que reconfigure el alineamiento actual y le muestre a la clase política quién manda aquí?

Es mucho, incalculable, lo que Andrés Manuel le heredó a Claudia, pero son igualmente evidentes las señales de que conserva los hilos del poder: le pertenecen los legisladores y los coordinadores parlamentarios de la Cámara de Diputados y el Senado; puso a sus alfiles en el gabinete; ejerce el control de Morena a través de Luisa María Alcalde y Andy. Pero legó unas finanzas públicas escuálidas, un sistema educativo desconectado de los requerimientos de un país inserto en la globalidad, un abultado déficit fiscal superior al 5% del PIB, un sistema de salud en ruinas y el empoderamiento de las organizaciones criminales.

Los errores del pasado inmediato empiezan a ser cada vez más notorios: los “inexistentes” laboratorios de fentanilo, la devastación de la selva por la construcción del Tren Maya, la inutilidad de la Mega Farmacia... Las ocurrencias de Andrés Manuel están teniendo costos tremendos que obligarían a un deslinde.

Sin embargo, Claudia difícilmente resistiría las consecuencias de una ruptura con López Obrador. Por arriba, por la ruptura con la clase política obradorista que ocupa posiciones clave y, por abajo, por el enojo de las bases sociales que le profesan una devoción al señor de Palenque.

No obstante, algunos analistas piensan que Sheinbaum puede intentar con astucia ir introduciendo los ajustes indispensables —como lo está haciendo en materia de seguridad— que lleven a cortar el cordón umbilical. El ejemplo recurrente es el general Lázaro Cárdenas que tras dos años de mangoneo rompió con Calles y lo mandó fuera del país.

Quienes así piensan parecen olvidar la excepcionalidad del hombre de Jiquilpan: a los diez y ocho años abandonó su trabajo en una imprenta para incorporarse a las fuerzas constitucionalistas. Alcanzó el generalato antes de cumplir 25 años, fue divisionario a la edad de 33 y secretario de Gobernación a los 38 años.

Cuando el general Cárdenas asumió la Presidencia, se suponía que sólo prolongaría el Maximato, sin embargo, muy pronto fue evidente que el joven presidente no sería un pelele de Calles. Los episodios preliminares a la ruptura muestran a un Cárdenas con enorme sensibilidad política y con un manejo magistral de la estrategia. Para asegurarse el respaldo de las fuerzas armadas adoptó las medidas que le permitieron garantizar el control de los principales puestos militares; promovió cambios de los jefes de operaciones militares de Sonora y Sinaloa, substituyendo a los callistas por hombres de su confianza y envió al extranjero como embajadores a posibles conspiradores.

No, no habrá ruptura de Sheinbaum con su creador; no la habrá porque no quiere y porque no puede. Asumirse como la continuadora del proyecto de Andrés Manuel es una muestra de lealtad, pero, también, una condición para la sobrevivencia política y para la gobernabilidad.

@alfonsozarate

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