Partimos de las siguientes premisas:

1. La inteligencia artificial (IA) se configura como una nueva forma de “acumulación por desposesión” de los saberes colectivos, en continuidad con los procesos históricos de expropiación del conocimiento obrero que acompañaron a la industrialización. Desde una perspectiva marxista, la IA puede representar la etapa más avanzada de la dominación del trabajo muerto (el conocimiento cristalizado en máquinas) sobre el trabajo vivo (la capacidad creativa y cognitiva humana). En lugar de emancipar, la IA tiende a subordinar a trabajadores y trabajadoras (en general, en los distintos campos de lo social) a sistemas automatizados que controlan, evalúan y reemplazan su labor.

2. En el ámbito de la economía social, la irrupción de la IA plantea un desafío estructural: el conocimiento que antes era compartido y generado colectivamente se convierte en propiedad privada de las grandes corporaciones tecnológicas, reproduciendo relaciones de dependencia (“Los Tecnoseñores de hoy no necesitan desgañitarse, siquiera, dando órdenes. Somos una legión de ratoncitos ansiosos que acuden solos al celular, para buscar indicaciones de cómo comportarse, de qué pensar”, plantea Marcelo Figueiras, -“A des-inhumanizar. El mundo deshumaniza, vayamos contra la corriente”, El cohete a la luna, 23/11/-). Esto contradice los principios cooperativos de autogestión, solidaridad y control democrático del conocimiento. La IA no sólo automatiza tareas, sino que reconfigura la división social del trabajo y concentra el saber en plataformas corporativas que dictan los procesos productivos, limitando la autonomía de las organizaciones sociales.

3. Para las cooperativas y fábricas recuperadas, cuyo sustento radica en la reapropiación y re-creación del conocimiento productivo por parte de las y los trabajadores, la IA puede ser tanto amenaza como oportunidad. Si las cooperativas no desarrollan capacidades tecnológicas propias y formas de uso crítico de la IA, quedarán subordinadas a sistemas cerrados que expropian su saber técnico y colectivo. La automatización y los algoritmos de gestión pueden degradar los oficios, debilitar la organización laboral y reforzar la desigualdad tecnológica. Sin embargo, si se orienta su aplicación bajo principios de cooperación y control comunitario, la IA podría contribuir a mejorar procesos productivos y comunicativos sin despojar a los trabajadores de su protagonismo.

4. El desafío central es disputar el rumbo de la IA: que deje de ser una máquina de despojo y se convierta en un instrumento de emancipación. Ello implica que la economía social, las cooperativas y las fábricas recuperadas se organicen no sólo para resistir el dominio tecnológico del gran capital, sino también para producir conocimiento abierto, ético y solidario que amplíe las capacidades humanas en lugar de sustituirlas.

Reflexionando sobre los supuestos enunciados, trazamos algunas ideas, con sustento en una revisión de un conjunto de artículos académicos.

A) La inteligencia artificial (IA), la robotización y la gestión algorítmica constituyen una mutación profunda del modo de producción contemporáneo. Por las formas que asume, tiene implicaciones directas sobre la autonomía, los oficios, el conocimiento productivo y la organización del trabajo. Referirse a las cooperativas y las fábricas recuperadas implica aludir a organizaciones que se sustentan en la reapropiación del saber colectivo, de su saber concreto producto de su experiencia previa en unidades con comando capitalista, o bien por la experiencia de desenvolverse en un mercado capitalista con la autonomía que se vive en los espacios cooperativistas. Ambas formas organizativas se encuentran ante un desafío decisivo: disputar o ceder el control del proceso productivo en un entorno de creciente concentración y centralización tecnológica.

B) Sobre la desposesión tecnológica, que en los tiempos modernos tiene como base material a la IA, vale señalar que históricamente las cooperativas se han sostenido sobre el control democrático del conocimiento productivo y la socialización técnica entre sus miembros. La IA altera radicalmente esta relación: aprende de los datos generados por el trabajo colectivo, los materializa en modelos propietarios (lo que en otra reflexión apuntábamos como la materialización del conocimiento en el trabajo muerto) y devuelve sistemas cerrados muy difíciles, casi imposibles, de auditar o modificar. Este proceso de la apropiación privada del conocimiento colectivo replica, con una escala sin precedentes, la narrativa expuesta por Marx en El Capital (pertinente recordar el subtítulo elocuente de la obra: Crítica de la economía política), sobre la absorción del saber del artesano por la gran industria. Sólo que ahora ese saber no es únicamente técnico: es informacional, cognitivo, lingüístico, comunicacional y afectivo. Vallas & Schor (2020) sostienen explícitamente que las plataformas realizan una operación de extracción sistemática: “Las plataformas representan… otra forma de lograr lo que Harvey ha llamado acumulación por desposesión”. La IA es, en este sentido, la fase algorítmica de esa misma lógica histórica.

C) Respecto a la automatización, y su doble impacto, por un lado, como desplazamiento laboral (ensanchando la población sobrante con sus efectos en la disminución salarial) y, por otro, como degradación de los oficios (desvalorización del sujeto), que en su extensión se puede acercar a lo planteado por Marcelo Figueiras: “Los dueños del mundo actual nos tienen exactamente donde y como quieren tenernos: confundidos e inermes, convencidos de nuestra propia impotencia. Y cuando uno cree que está librado a su propia suerte y en situación límite, se persuade de que tiene derecho a hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir. Para no hundirse en esta ciénaga, se justifica apoyarse en el vecino... ¡aunque eso suponga enviarlo al fondo a él! Y la aceptación de ese vale todo -el fin de seguir viviendo justificaría el medio de restar valor a la vida ajena- funciona como una suerte de liberación”.

En los estudios empíricos revisados, que estimamos rigurosos -Acemoglu & Restrepo; Graetz & Michaels; Arntz et al., entre otros-, se demuestran patrones consistentes: desplazamiento de tareas, reducción salarial, afectación concentrada en trabajadores de baja calificación y sesgo tecnológico regresivo. Incluso, ampliando este argumento, Acemoglu & Restrepo (2020) sostienen, sin concesiones ni edulcorando las palabras: “Los robots desplazan directamente a los trabajadores de tareas que previamente estaban realizando […] Un robot más por cada mil trabajadores reduce la proporción empleo-población… y los salarios”.

Con matices, también Graetz & Michaels (2018) aportan un aspecto significativo: “Los robots no redujeron de manera importante el empleo total, sí redujeron la proporción de empleo de los trabajadores poco calificados”, que en la definición de los tecnólogos apunta que “La tecnología robótica está sesgada a favor de las habilidades”.

Así, para los que argumentan que la tecnología está más allá del bien y del mal, subrayando su neutralidad, ascéptica, pura, sin intereses, con base en los autores citados, podemos avanzar el argumento de que la automatización no es solamente un fenómeno técnico, que aumenta la productividad y avanza en la eficiencia y la eficacia, aun a costa del trabajo humano: es un proceso clasista, polarizador y estratificador. Extendiendo el argumento, para una cooperativa de trabajo, una fábrica recuperada, un emprendimiento que intenta tomar distancia del capital, los oficios y saberes que se mueven en los espacios de la economía solidaria, popular, aquéllos constituyen parte de su identidad productiva, por lo que los riesgos de la degradación de tareas puede implicar un repertorio adverso a las prácticas laborales autonomistas: pérdida de destrezas específicas, de autoridad técnica, autonomía operativa, incluso colándose el capital por la puerta trasera, como ha alertado Andrés Ruggeri, colega argentino, -así lo interpretamos-, al referirse al trabajo a façon (modalidad en que se contratan los servicios de una cooperativa, estableciendo una relación comercial con un cliente capitalista que solicita determinado producto, incluso con especificaciones que modifican el control del proceso de trabajo dentro de la unidad cooperativa), la IA atraviesa las porosidades, los entresijos que se recorren desde la lógica del capital en los espacios autónomos, es decir, lastimando la soberanía laboral colectiva.

D) Acerquemos nuestra mirada a la gestión algorítmica, la que, como hemos apuntado en reflexiones anteriores, nos ha llevado a catalogarle como un régimen ilegible de subordinación, sin despegarnos del argumento de la no neutralidad de la tecnología. Vallas & Schor, sobre las plataformas y los sistemas digitales, apuntan sobre un tipo de control laboral opaco, digital, distante y difícilmente negociable. Sin eufemismos señalan que “Los algoritmos ahora gestionan completamente a los trabajadores, otorgando a las empresas un poder aún mayor”, en tanto Gillespie (2018), desde la sociología del contenido moderado, advierte: “Los algoritmos por sí solos no pueden hacer este trabajo… El juicio humano llena aquello que la automatización no puede capturar”.

Aquí vale poner sobre la mesa un importante contrasentido: los trabajadores proveen criterios, decisiones y datos que entregan a los sistemas que los evalúan a ellos mismos. El evaluador necesitaría ser revisado para su evaluación en nuevas condiciones históricas. ¡Qué paradoja!

Ahora, para nuestros fines, en el contexto cooperativo esto significa subordinación hacia las reglas algorítmicas que desde las cooperativas no se definen, procesos de decisión que medianamente se controlan en las cooperativas, pero hay otros espacios que influyen en las cooperativas, al tener un efecto transversal en lo social. Insistimos, más para problematizar, no con afanes dogmáticos: quizá asistimos a fenómenos de dependencias estructurales difícilmente visibles, ilegibles. Si esto es así, como material a discutir con los referentes de las cooperativas, de las fábricas recuperadas, vale preguntar: ¿se trata de una erosión del principio fundamental de la cooperativa, de la autogestión real?

E) A propósito de la estratificación tecnológica, es pertinente inquirir sobre quiénes diseñan versus quiénes ejecutan. Acudiendo a los autores que hemos incorporado a la discusión, Vallas & Schor (2020) describen una nueva división social del trabajo digital, planteando que “Los arquitectos actúan como diseñadores en un plano activo, […] otros son receptores pasivos de las posibilidades de la plataforma”. Pensemos en las unidades productivas centrales en esta exposición, reconociendo parcialmente que las cooperativas que no desarrollan infraestructura tecnológica propia corren el peligro de quedar ubicadas del lado de los “receptores pasivos”, es decir, estarán sujetas a sistemas construidos por terceros, externamente. Brecha tecnológica que puede devenir en predefinición de subordinación.

Concluimos esta exposición con muchas tareas pendientes. Sin embargo, como apuntaba un colega, es necesario hacer explícito el problema de la enajenación, de la pérdida de control y pérdida de la autogestión. De nuevo llueve sobre mojado: la robotización y la IA llevan al extremo la tesis marxista de la dominación del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. La máquina ya no impone sólo el ritmo: impone el criterio, la decisión, la evaluación y el flujo de trabajo, como respuestas a los interrogantes de si la máquina decide, ¿quién controla el proceso productivo?, si el algoritmo evalúa, ¿quién establece los criterios?, si la cooperativa no entiende el modelo, ¿a quién pertenece el conocimiento? O cuánto de conocimiento se generó en la cooperativa y como materia prima expropiada, ahora apunta hacia el control del trabajador colectivo expropiado. Luego entonces, si se pierde el control del proceso de trabajo, del resultado, del control sobre sí mismo y de la relación con los otros (situación más claramente manifiesta en los trabajos de plataformas), el extrañamiento de estas condiciones envuelve al trabajador. Este proceso de imposición de criterios, decisiones, evaluaciones en el proceso de trabajo, es parte de los sueños de la clase dominante: la IA que empuja el capital les aproxima a este sueño, en el que coexisten sus ambiciones con ovejas eléctricas.

El riesgo para las cooperativas es claro: la pérdida del principio de autogestión tecnológica lleva a la pérdida del principio de autogestión laboral.

Sin el despliegue que manifiestan los grupos concentrados, hay tareas en las que es posible avanzar, por ejemplo, en herramientas abiertas diseñadas para necesidades cooperativas, en el control sobre datos y parámetros, en el empuje hacia infraestructuras tecnológicas comunitarias. Las universidades públicas deberían jugar un papel en esta historia, y nosotros como profesores, repensando a Mario Benedetti, bajo su impronta, parafraseándolo, retomar su crítica al fatalismo de que el intelectual está condenado a vincularse a las élites y al confinamiento técnico-científico, emergiendo lo opuesto, la búsqueda por fuera de convenciones dominantes, a “contrapelo”, quizá explorando como sapo otros pozos. Nos adherimos en estas líneas a esta segunda posición, con la reflexión provocativa de pensar en nuestro papel universitario, en el campo de las ciencias sociales y humanidades, en el proceso de construcción de la sociedad. Esto implica trabajar con mayor rigurosidad, pensar abiertamente en la formación técnica de la nueva generación, avanzando en la transición tecnológica, incluyéndonos en este esfuerzo, de pensar en alfabetización algorítmica, el diseño de modelos, cómo detectarlos y regularlos. Todo ello con la claridad, como hemos tratado de mostrar, que la IA aparte de ser una herramienta es, al mismo tiempo, una forma de organizar el trabajo y el conocimiento, expresando en sus despliegues relaciones de poder.

Para evitar la dependencia de las cooperativas y las fábricas recuperadas, el combate a la dependencia tecnológica es una tarea central, una disputa en el piso de los centros de trabajo por el control del proceso de trabajo. Los esfuerzos de la economía solidaria, popular, deben impulsar su lado activo. La Inteligencia Artesanal y la Inteligencia Artificial pueden estar articuladas por una bisagra en la lucha por llenar de contenidos de humanidad, frente a un esqueleto del que ha vaciado sus contenidos el capital, con preguntas a responder: ¿La IA será una herramienta de autogestión o un mecanismo de subordinación?; ¿La IA intentará reinstalar el mando capitalista en los territorios donde se había logrado expulsar? ¿Hay sustento material y cultural para que lo pueda lograr?

Este texto se presentará en el importante X Encuentro Internacional “La Economía de los/as Trabajadores/as”, que se desarrolla en la ciudad de La Rioja, Argentina. Los que participamos en el evento hemos sido calurosamente recibidos por los riojanos, gente buena, en el “buen sentido de la palabra bueno”, como diría A. Machado. A los que participamos, colegas, cooperativistas, obreras (os), sindicalistas, del gremio académico, nos une la confianza y nuestro esfuerzo por pensar y actuar para que otro mundo más amable, vivible, sea posible.

(UAM)

PS. Palestina libre

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