A Lydia Aída Binder, in memoriam

El término “libertad” ha sido una de las banderas más poderosas del pensamiento moderno. Los ejemplos de D. Trump y J. Milei son emblemáticos en este sentido. Yéndonos al pasado reciente, como señala David Harvey, el neoliberalismo logró capturar esta palabra para volverla "una máscara benévola sembrada de deleitosas palabras como libertad, capacidad de elección o derechos, para ocultar la terrible realidad de la restauración o la reconstitución de un desnudo poder de clase". Esta apropiación semántica de la libertad, seductora y, sin paradojas, vacía, ha sido un componente esencial del discurso neoliberal y también del conservadurismo político-cultural que lo acompaña.

Uno de los pensadores más influyentes en esta operación fue Friedrich Hayek (aquí se alude al documento Principios de un orden social liberal. Madrid, Unión Editorial, 2001) -¡frente a M. Friedman juega el papel de segundo violín!-, cuyo modelo de orden espontáneo y crítica a la intervención estatal ha sido pilar ideológico del neoliberalismo. En otra cronología, pero emparentada en la doctrina política, Mario Vargas Llosa, como intelectual y ensayista, ha asumido la defensa de este proyecto, tanto en el plano económico como en el cultural. Nos proponemos una breve crítica articulada de ambos autores desde las lecturas críticas de David Harvey (Breve historia del neoliberalismo. Madrid, Akal, 2007) y Atilio Borón (El hechicero de la tribu, Ediciones Akal, 2019), mostrando los efectos sociales y políticos de un pensamiento que se presenta como liberador, pero que en realidad refuerza jerarquías, diferencias y exclusiones.

El pensamiento conservador de Hayek y su crítica

Hayek defiende un orden social basado en reglas impersonales, emergente de tradiciones espontáneas, y rechaza la idea de una "justicia social" que intervenga en los resultados del mercado. Para él, “sólo hay una justicia de la conducta individual, pero no una 'justicia social' separada”. Más aún, sostiene que el uso de la tributación con fines redistributivos es ilegítimo, porque perturba el orden espontáneo de la sociedad.

Este planteo ha sido criticado por muchos autores por su excesiva fe en el mercado y su desdén hacia la democracia. Como recuerda Borón, Raymond Aron advertía en 1952 que las políticas hayekianas sólo podrían aplicarse en contextos autoritarios, pues de encararse en una democracia pluralista, con sindicatos y actores sociales diversos, estas condiciones lo impedirían. En efecto, Hayek ve con alarma toda organización del trabajo que desafíe el orden del mercado: “Las prácticas monopólicas que amenazan el funcionamiento del mercado son aún más graves por el lado del trabajo que por el lado de la empresa, y la preservación del orden del mercado dependerá, más que de ninguna otra cosa, de que tengamos éxito en reprimir esto último”, es decir, el éxito en reprimir las prácticas sindicales (Hayek).

Borón refuerza esta crítica señalando que Hayek y sus seguidores atribuían las crisis económicas al "poder excesivo y nefasto de los sindicatos" y a sus "presiones parasitarias" sobre el Estado. Pero como muestra empíricamente Borón, el debilitamiento del sindicalismo no condujo a mayor libertad, sino a una concentración obscena de la riqueza: en EE.UU., la tasa de afiliación sindical cayó del 33,4% en 1945 al 11,1% en 2015, mientras que la participación del 10% más rico del ingreso nacional pasó del 32% al 47,5%. Haciendo un ejercicio sobre el caso mexicano, en un ensayo en el aula, los estudiantes arribaron a información espejo a la situación en Estados Unidos.

Harvey, en su mirada crítica al neoliberalismo como restauración del poder de clase, ofrece un diagnóstico estructural: el neoliberalismo no es solo una doctrina económica, sino una estrategia de restauración del poder de clase tras la crisis del capitalismo keynesiano en los años setenta. Este proyecto implicó “enfrentarse al poder de los sindicatos, atacar todas las formas de solidaridad social" y "desmantelar los compromisos del Estado de bienestar”.

Para dejar al desnudo la intencionalidad estratégica del pensamiento neoliberal: “El asalto ideológico alrededor de estas hebras que atravesaban la retórica de M. Thatcher fue incesante. ‘La economía es el método’, señaló, ‘pero el objetivo es cambiar el alma’” (cf. Harvey). Esto último es un objetivo perenne en las clases dominantes, por ello es necesario indagar más finamente en el peso de las clases dominantes, entendiendo que “La posibilidad, por ejemplo, de que las ideas dominantes pudieran ser las de cierta clase dominante ni siquiera es considerada, a pesar de que hay evidencias abrumadoras de que se han producido potentes intervenciones por parte de las elites empresariales y de los intereses financieros en la producción de ideas y de ideología a través de la inversión en think-tanks, en la formación de tecnócratas y en el dominio de los medios de comunicación”. En una tarea de este tipo, tibia aún, se encuentra Alejandro Bercovich, en un libro por presentar: El país que quieren los dueños (2025).

La consecuencia fue una creciente desigualdad social y una marginalización de los sectores populares. Harvey explica que el discurso de la libertad de elección se usó para justificar reformas regresivas: “la suposición de que las libertades individuales se garantizan mediante la libertad de mercado... ha dominado durante largo tiempo”. En realidad, se trató de una reconcentración del capital, apoyada por el Estado y las instituciones financieras globales.

Vargas Llosa: el esteta del neoliberalismo

Mario Vargas Llosa, no como técnico, sí en el plano ideológico, se presenta como entusiasta vocero del ideario neoliberal. Su defensa del mercado, su crítica al populismo, su combate contra la política redistributiva y su reivindicación de la “libertad individual” lo alinean con el pensamiento de Hayek. Donde Hayek ve orden espontáneo, Vargas Llosa ve belleza; donde Hayek teme a la justicia social, Vargas Llosa teme a la vulgaridad del igualitarismo.

Pero como muestra Borón, esta postura responde también a un diagnóstico cultural. Para los neoliberales, el problema no debe remontarse a la economía o la política, sino al campo de la cultura (la denominada batalla cultural, que por ejemplo en EEUU ha implicado la crítica a las universidades donde más se ha dado la crítica por el genocidio de Israel en Gaza, el último caso la Universidad de Harvard, o en las escuelas en Argentina donde hay, según Milei, “adoctrinamiento”, o las reivindicaciones de la cultura “woke”). En esta línea, Vargas Llosa ha deplorado repetidamente el relativismo, el feminismo, el indigenismo, el igualitarismo educativo y los movimientos populares, con un discurso que descalifica toda crítica al orden liberal como amenaza civilizatoria.

Este elitismo cultural encuentra eco en la paranoia que Borón atribuye al pensamiento neoliberal: el miedo a una "nueva clase" de intelectuales, funcionarios, académicos y periodistas que habrían "socializado" a Occidente desde dentro. Vargas Llosa, con su prestigio literario, fue clave en dar respetabilidad a esta lectura conservadora del mundo.

La libertad contra la justicia

El pensamiento de Hayek, desarrollado como doctrina económica, y difundido culturalmente por intelectuales como Vargas Llosa, ha contribuido a consolidar un modelo que subordina la justicia social a la eficiencia del mercado y la democracia a la propiedad privada. Como denuncia Harvey, lo que se presenta como libertad es, en realidad, una restauración del poder de clase, disfrazada de sentido común.

Frente a ello, resulta urgente disputar el concepto mismo de libertad. No para negarlo, sino para reivindicar una libertad sustantiva: no la de elegir entre productos, sino la de vivir con dignidad, organizarse colectivamente y transformar el orden existente. La crítica al pensamiento conservador de Hayek y Vargas Llosa no es, entonces, un rechazo a la libertad, sino su defensa más radical.

Remato con un comentario muy doméstico (y triste): al conversar con mi grupo de estudiantes de licenciatura, la gran mayoría no había escuchado nunca hablar de M. Vargas Llosa, y los pocos que sabían que era escritor, peruano y ganador del Nobel no lo leyeron nunca. Pensé en el Marx que alude a procesos de trabajo anteriores, quizá injustamente, recordando que “Si en el proceso laboral los medios de producción ponen en evidencia su condición de productos de un trabajo precedente, esto ocurre debido a sus defectos”. Sobre este filón trabajaremos en la próxima colaboración.

(UAM) alexpinosa@hotmail.com

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