J. Womack, D. Jones y D. Ross, en el libro clásico La máquina que cambió el mundo (1992), aparte de poner atención en la centralidad en los cambios de los procesos de trabajo, las nuevas formas de organización y el relieve de la producción ajustada, aluden a la reestructuración y redefinición de las distancias, la movilidad, la aprehensión diferenciada del espacio. Así como la entrada del automóvil en el orden de lo cotidiano impactó en los procesos de trabajo en general (las formas de hacer las cosas, rehaciendo el control de tiempos y movimientos), modificando la traza de las ciudades, el concepto de calle, de paseos, la idea del espacio urbano, de la misma manera un artefacto adherible y permanente al sujeto está cambiando de manera “natural” la forma en que nos desenvolvemos en lo ordinario: el celular (teléfono celular, en alusión a las celdas interconectadas) o móvil (como dispositivo portable que acompaña invariablemente al sujeto).

Estableciendo un paralelo entre el automóvil y el celular, destaca su impacto en la sociedad y la vida cotidiana. Ambos han sido innovaciones disruptivas (evolución sistemática y hallazgos significativos), que históricamente han ocasionado resistencias en sus usos, a la par que han reestructurado el mundo en términos de movilidad, comunicación y acceso a recursos. El celular, en ese sentido, es la concreción de innumerables inventos, tales como el teléfono fijo (pero también la cámara fotográfica, la calculadora, la grabadora, la radio, la agenda electrónica, entre otros), la interacción dependía de la presencia física o de conexiones fijas (teléfonos de línea, cartas). Con la movilidad del celular, sobre todo de los smartphones, la conectividad se vuelve permanente, eliminando fronteras espacio-temporales: una nueva geografía configurada

Así como el automóvil simbolizaba libertad y autonomía, el celular apunta en el mismo sentido, incluso más allá: artefacto tecnológico adherido a la vida diaria del usuario. Más liberado y atado que nunca, la obsesión por la conexión transfiere en los datos formas de entendimiento del mundo, recoloca anteojeras culturales para percibirlo. En este tránsito de la sociedad analógica a la digitalización total, resalta el acceso a la información y la conectividad permanente (da una sensación de libertad, sin percatarnos plenamente de las ataduras).

En lo analógico la presencia física era central: la biblioteca, el periódico, la televisión y bastante antes la radio. La mudanza en estos medios es evidente: leemos más material en las redes, los periódicos en papel han visto caer drásticamente sus ventas, las bibliotecas están semivacías, crece la presencia en las bibliotecas digitales (no es gratuito el enriquecimiento de J. Bezos y sus amigos del alma) y nos hacen compañía ordinaria (y nos atrapan) las redes sociales. Otro aspecto a resaltar son los cambios en las relaciones sociales. Adiós a la comunicación epistolar. Difícil que en un futuro se escriban (y quizá caigan en el mismo infortunio su lectura) libros hermosos como el de Las cartas que no llegaron (Víctor Rosencof, 2000), quizá lo que predominará es el mensaje en el celular de “preferiría no hacerlo” (Bartleby, el Escribiente, de Herman Melville). Esto cambia las propias relaciones entre los sujetos. La automatización avanzando, como se ha registrado en estas páginas a partir de la destrucción de empleos tradicionales. Operaciones bancarias, transacciones comerciales, como asuntos de orden cotidiano, con sus impactos respectivos en la economía y el consumo. Lo paradójico, el celular abre los espacios para la comunicación sin límites, en la sociedad de la soledad inmensa, en donde se privilegian en muchos casos los candados y cerraduras a las relaciones vecinales y los encuentros cara a cara; ha acelerado la inmediatez, como parte de ese proceso de la macdonalización de la sociedad (G. Ritzer, 1996); otra paradoja, nos acerca a la información al mismo tiempo que la hace ilegible por la sobrecarga informativa, la hiperconectividad y los efectos lesivos en la privacidad.

Toda esta fascinación sincera tiene que ver con un problema que acosa a la sociedad, aunque no seamos plenamente conscientes del correlato dinámico de esta revolución tecnológica. Sin anestesia: 1) ¿asistimos cotidianamente al proceso de construcción de una nueva idea de normalidad?; 2) ¿se está generando un proceso de subsunción real y acelerado de la sociedad (los trabajadores) al capital?; 3) ¿se avanza en el control del cuerpo, las emociones y el alma, es decir, la prolongación del sueño de las clases dominantes, y en particular del proyecto empresarial, buscando moldear en su ensamble la subjetividad para hacerla funcional a la acumulación capitalista? Al conjunto de interrogantes podemos contestar afirmativamente.

Adelantemos algo en lo último. Es algo más intenso de lo que planteaban N. Aubert y V. de Gaulejac (1993), de que era posible encontrar en las estrategias empresariales la intención de edificar objetivos-Misiones con un nuevo género de evangelizadores, como también es posible imaginar a la empresa como una nueva “parroquia”, en la que el credo pretenda interiorizar normas; que éstas puedan ser adheribles, pegables, asumibles, portarse en el cuerpo y contribuir en esa anatomía política que observaba Foucault, ya no la de la represión visible, sino la de la domesticidad tácita convenida e interiorizada como propia.

Pero la empresa, como acción cultural, desborda los muros de los corporativos. Sobre la "nueva normalidad", no se trata solamente de una adaptación a cambios tecnológicos o económicos, sino de una reconfiguración profunda de las estructuras sociales, cognitivas y afectivas. En esta nueva normalidad se han naturalizado el hambre, la gente viviendo en la calle (en los extremos), el odio (los ejemplos visibles de las “castas” políticas de los gobiernos argentino y estadounidense, es decir, de J. Milei y de D. Trump, respectivamente), la desigualdad, y también en la periferia social, la naturalización de la precariedad, con expresiones en la intensidad del trabajo, la flexibilidad extrema, el teletrabajo, la autoexplotación (la uberización como metáfora). Estar armado hasta los dientes de tecnología es también parte de la normalidad, con las implicaciones en la subordinación a plataformas digitales, y los algoritmos nuestros que ordenan y dan sentido a nuestros comportamientos sociales. El progreso como narrativa inefable, en donde el argumento es que hacia él nos dirigimos, que es un derrotero inevitable; o nos adaptamos o estamos fuera de lo socialmente convencional.

En lo que hace a la subsunción real (acelerada) del trabajo al capital, este proceso se potencia con la digitalización y la automatización. Esto implica entender al trabajo como extensión del capital digital. Así como en los procesos de trabajo y valorización, para poder explotar a un trabajador hay que dominarlo, pues “la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongado la duración del mismo proceso de trabajo” (Marx, 1973), de la misma manera hay un doble movimiento desde las plataformas digitales, pues conforman cada acción en la extracción de datos aprovechables en lo económico y propicios para la subordinación (socialmente aceptada) política. Ya no es solamente que la "función directiva, vigilante y mediadora se convierte en función del capital no bien el trabajo que le está sometido se vuelve cooperativo. En cuanto función específica del capital, la función directiva asume características específicas". Hablemos, pues, de autovigilancia, de vigilancia entre pares, de p.ej. DeskTime y Kickidler -cf. . En la automatización y el disciplinamiento laboral juegan un papel activo la inteligencia artificial y la robótica, reemplazando trabajadores, controlando la actividad y midiendo la productividad escrupulosamente. Pero la lógica empresarial no se circunscribe al espacio laboral, como apuntamos, lo rebasa en mucho, extendiéndose a todos los ámbitos. La "mentalidad emprendedora" como modelo hegemónico, reafirma al trabajador como "capital humano", y si no tiene vínculo laboral es “autosuficiente”, que acepta como “natural” que el mundo es incierto.

Finalmente, en este breve recorrido, sobre el control del cuerpo, las emociones y el alma, ha corrido tinta en distintas disciplinas (economía, administración, psicología, antropología). El cuerpo como campo de intervención e inversión. Las plataformas, como hechiceras en un tiempo de batalla, han administrado los algoritmos para alcanzar sus fines (muy lejos de la democracia y la justicia social, por cierto). La dopaminización agarra el guante de la condición tecnológica irradiada en las redes, colonializando las prácticas culturales. Pongo un punto final aquí, pero es una tarea a continuar.

PS. Fui a la embajada de Argentina en la Ciudad de México, a la convocatoria de un encuentro antifascista. Encontré en ese acto a un colectivo contento, enojado con Milei -con razones por su desprecio a la condición humana-, sin odios, y capaz de articular esfuerzos para avanzar en unidad. Fue una buena forma de concluir una tarde de un sábado.

(UAM)

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