En tiempos en que la inteligencia artificial (IA) se presenta como sinónimo de modernidad y promesa de futuro, conviene recordar que su trasfondo no es inocente. Lo que está en juego no es únicamente el reemplazo de ciertas tareas humanas por algoritmos, sino un proceso más profundo: la apropiación de saberes colectivos acumulados durante generaciones y su cristalización en sistemas tecnológicos que se convierten en propiedad privada de unas cuantas corporaciones globales.

Karl Marx lo advirtió con claridad: “El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa”. Esta metáfora del vampiro se revela particularmente pertinente cuando observamos el funcionamiento de la IA. Los sistemas que hoy producen traducciones instantáneas, diagnostican enfermedades o redactan artículos no son producto de una inteligencia autónoma: son la sedimentación del trabajo humano pretérito, expropiado y reorganizado bajo la lógica del capital.

La historia de la tecnología muestra que, desde el paso del taller artesanal a la fábrica mecanizada, el capital ha buscado despojar al trabajador de su saber. En el trabajo artesanal, el trabajador controlaba el proceso de inicio a fin; sabía cómo cortar, ensamblar, ajustar, reparar. Con la industrialización, ese saber se descompuso (división del trabajo, control y descalificación del sujeto): el capital despojó al obrero de su control, lo tradujo en movimientos simples y repetitivos, y concretó ese conocimiento en máquinas. La máquina se convierte en depósito de saberes que antes estaban encarnados en la memoria y las manos del trabajador (“la sensación de la lima” a la que aludía Benjamín Coriat).

Así, lo que antes se transmitía como destreza y oficio se tradujo en movimientos simples y repetitivos incorporados a la maquinaria. Marx lo resumía con claridad: “Lejos de ser el obrero quien maneja las condiciones de trabajo, son éstas las que le manejan a él; pero esta inversión no cobra realidad técnicamente tangible hasta la era de la maquinaria”.

Hoy, con la inteligencia artificial, la enajenación del trabajo alcanza dimensiones inéditas. Ya no se trata solamente de gestos manuales objetivados en la máquina, sino de facultades cognitivas, perceptivas y de decisión. La IA se alimenta de un volumen ilimitado (es un decir) de textos, imágenes, sonidos, diagnósticos, trazos y escrituras que provienen de millones de trabajadores, artistas, médicos o periodistas, es decir, del trabajo vivo que se materializa en desincronía histórica en el trabajo muerto (en las máquinas, la tecnología). Ese inmenso acervo de trabajo vivo se convierte en “materia prima” de algoritmos que, a su vez, desplazan a los propios trabajadores (el eterno retorno).

Los ejemplos abundan. En la logística y el transporte, plataformas como Uber o Rappi utilizan sistemas de supervisión algorítmica que absorben el conocimiento práctico del repartidor y lo devuelven en órdenes automáticas: qué ruta seguir, qué pedido entregar, en qué tiempo. En la medicina, redes neuronales entrenadas con millones de imágenes médicas diagnostican tumores con una precisión que rivaliza con la de los especialistas, pero a costa de subordinar al médico a un sistema opaco. En el periodismo, agencias internacionales generan notas financieras y deportivas con IA, relegando al reportero humano a funciones marginales. Y en el arte, programas como DALL E o MidJourney producen imágenes a partir de estilos de miles de artistas, borrando los límites entre creatividad y reproducción mecánica. Como profesores en diálogo, trazamos ideas sobre los riesgos que corre nuestra actividad docente.

Ninguna casualidad que Raniero Panzieri advirtiera hace más de medio siglo que la maquinaria no es neutral, sino un instrumento de control social. La inteligencia artificial confirma esa tesis: se trata de un dispositivo de dominación que disciplina, estandariza y degrada el trabajo. Harry Braverman, por su parte, mostró cómo la organización capitalista del trabajo despojaba al obrero de su saber de oficio; la IA continúa esa tendencia, pero en el terreno del trabajo intelectual y creativo. Tampoco es casual que Shoshana Zuboff hable del “capitalismo de la vigilancia” para describir esta lógica en la que incluso nuestra experiencia cotidiana se convierte en insumo de los algoritmos. El despojo es doble: se expropian los saberes acumulados en el trabajo y también las huellas de nuestra vida diaria, transformadas en datos y mercancías, como expresión del negociado y de la capacidad de predicción conductual.

En el XXXIX Congreso de Investigación Departamental de la UAM-Xochimilco, “Un mundo en tensión. México y los escenarios globales”, realizado hace pocos días, la discusión sobre la IA estuvo presente, de manera parcial, pero abrió un debate necesario: ¿cómo enfrentar un proceso donde el capital no sólo busca extraer plusvalía del tiempo de trabajo, sino apropiarse de nuestras capacidades cognitivas, de nuestra creatividad y de nuestra experiencia vital? No podemos ignorar la presencia de la IA, voltear hacia otro lado: ¿cómo usarla, qué importancia tiene la regulación de la IA, la discusión sobre la ética y la importancia del peso moral en las decisiones? Problemas que se plantearon, puntos de partida, porque parece que se trata de una historia interminable.

Algo más de Marx, en una amplia cita: “En su forma de máquina, el instrumento de trabajo se convierte enseguida en competidor del propio obrero. El aumento del capital por medio de la máquina se halla en razón directa al número de obreros cuyas condiciones de vida anula ésta. Todo el sistema de la producción capitalista descansa sobre el hecho de que el obrero vende su fuerza de trabajo como una mercancía. La división del trabajo reduce esa fuerza de trabajo a la pericia puramente pormenorizada del obrero en el manejo de una herramienta parcial. Al pasar el manejo de la herramienta a cargo de la máquina, la fuerza de trabajo pierde su valor de uso, y con él su valor de cambio. El obrero no encuentra salida en el mercado, queda privado de valor, como el papel–moneda retirado de la circulación. La parte de la clase obrera que la maquinaria convierte de este modo en población sobrante, es decir, inútil por el momento para los fines de explotación del capital, sigue dos derroteros: de una parte, se hunde en la lucha desigual entablada por la vieja doctrina manual y manufacturera contra la industria maquinizada; de otra parte, inunda todas las ramas industriales fácilmente accesibles, abarrota el mercado de trabajo de mano de obra y hace, con ello, que el precio de la fuerza del trabajo descienda por debajo de su valor. A estos obreros pauperizados se les dice, como un gran consuelo, que sus sufrimientos son "pasajeros" ("a temporary inconvenience") y que la maquinaría sólo se adueña paulatinamente de toda una rama de producción, con lo cual se contrarrestan el volumen y la intensidad de sus efectos destructores”.

El rasgo común es que la IA expropia y automatiza saberes colectivos, que fueron creados socialmente a través del trabajo humano, y los concentra en sistemas digitales que luego son propiedad privada de grandes corporaciones. Es una forma actualizada de lo que Marx llamó el “trabajo muerto” (el saber objetivado en las máquinas) dominando sobre el “trabajo vivo” (la fuerza creativa y cognitiva de los trabajadores).

La IA es hoy por hoy la expresión más avanzada del despojo de saberes: 1) Recoge el trabajo acumulado de generaciones. Los cambios por las exigencias de nuevas calificaciones, en el futuro correrán esta suerte; 2) Lo traduce en datos, patrones y algoritmos; 3) Lo devuelve configurado en forma de máquinas cognitivas que se presentan como autónomas, pero que en realidad condensan trabajo humano pretérito.

En términos marxistas, es la intensificación del dominio del “trabajo muerto” sobre el “trabajo vivo”. En la práctica, implica que lo que antes era pericia, juicio o creatividad individual se convierte en propiedad privada corporativa, controlada por unas pocas empresas tecnológicas globales. Pinta canas, pero es vigente: “Nota común a toda producción capitalista, considerada no sólo como proceso de trabajo, sino también como proceso de explotación de capital, es que, lejos de ser el obrero quien maneja las condiciones de trabajo, son éstas las que le manejan a él; pero esta inversión no cobra realidad técnicamente tangible hasta la era de la maquinaria. Al convertirse en un autómata, el instrumento de trabajo se enfrenta como capital, durante el proceso de trabajo, con el propio obrero; se alza frente a él como trabajo muerto que domina y absorbe la fuerza de trabajo viva” (Marx).

Ahora, como se apuntó, también es importante, central, no olvidar que detrás de la Inteligencia Artificial (IA) está el gran capital, con intereses claros en la IA como próspero negocio -máquinas de hacer dinero-, y de generar condiciones de servidumbre (voluntaria) y conformismo social, es decir, de dominación.

Marx lo anticipó con una descripción lapidaria: “La pericia detallista del obrero mecánico individual, sin alma, desaparece como un detalle diminuto y secundario ante la ciencia, ante las gigantescas fuerzas naturales y el trabajo social de masa que tienen su expresión en el sistema de la maquinaria y forman con él el poder del ‘patrono’ (master)”. Hoy esa maquinaria compleja tiene nombre: Inteligencia Artificial. Y tras ella no hay un “sujeto neutral” sino el gran capital. La pregunta que queda abierta es si la sociedad organizada será capaz de disputar el rumbo de estas tecnologías a las grandes corporaciones, para que dejen de ser máquinas de despojo y se conviertan en herramientas de emancipación, de convivencia con lo humano.

PS. Para no olvidar Palestina. Tergiversando la realidad, el gobierno de Israel califica a la Global Sumud Flotilla como “buques de guerra”, que pretendían “romper el bloqueo legal de seguridad marítima adyacente a la franja de Gaza”, en tanto Ben Gvir, ministro ultraconservador de Seguridad Nacional, calificó de “terroristas”, mentirosa y peligrosa, a los integrantes de la flotilla. Cada día se inclina más la balanza por la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel.

(UAM) alexpinosa@hotmail.com

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