Feliz cumple Gris
El jueves reciente, en la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Azcapotzalco, se realizó una sesión más del seminario El Capital de Marx en el siglo XXI. Una revisión contemporánea. Pensando en el seminario, trabajé algunas ideas que se publicaron en estas páginas, con el título Oligarquía tecnológica y fragmentación de la democracia: el algoritmo de la dominación (El Universal, 02/03/ 2025). Continúo esa reflexión, regresando a los orígenes.
La lectura del capítulo "Proceso de trabajo y proceso de valorización" me remonta a lo que Engels expresó frente a la tumba de Marx hace 142 años (17 de marzo de 1883): "Marx descubrió [...] la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas".
Cabe preguntarse si este hallazgo fundamental, que relaciona control, dominación y explotación, ha perdido su capacidad explicativa en el contexto contemporáneo del capital. En el contexto actual del capital, podemos reflexionar sobre la vigencia de la categoría de explotación. A la luz de esta discusión abierta, surge la pregunta de cómo interpretar, por ejemplo, la aportación de J. Rifkin (El fin del trabajo: nuevas tecnologías contra puestos de trabajo. El nacimiento de una nueva era, 1996) sobre la productividad agrícola estadounidense: en 1880, se necesitaban 20 horas/hombre para trabajar 0.4 hectáreas; en 1916, solo 12.7 horas y para 1936, 6.1 horas. En 1850, un productor alimentaba a cuatro personas, mientras que en 1990, uno solo podía alimentar a 68. Este cambio radical se sustenta en el “fin de la agricultura al aire libre”, softwares especializados, y tecnologías moleculares. Varias aristas a atender: el tiempo de trabajo socialmente necesario disminuye; se amplía el ámbito de explotación; la tecnología, al simplificar tareas, refuerza el control capitalista.
Marx plantea que el proceso de valorización no es más que la extensión del proceso de creación de valor una vez alcanzado el equivalente del valor de la fuerza de trabajo pagada. Superar ese umbral implica generar plusvalor, lo que demanda un control exhaustivo del trabajo y de los medios de producción: “El obrero trabaja bajo el control del capitalista, a quien pertenece el trabajo de aquél. El capitalista vela por que el trabajo se efectúe de la debida manera y los medios de producción se empleen con arreglo al fin asignado, por tanto para que no se desperdicie materia prima y se economice el instrumento de trabajo”. Esta vigilancia se convierte en una función específica del capital, particularmente cuando el trabajo se organiza de forma cooperativa, en el esquema de la cooperación capitalista.
La intersección entre economía y sociología es evidente: las relaciones económicas no son técnicas ni neutrales, sino estructuradas según las relaciones sociales de
producción. El control del proceso de trabajo implica disposición espacial de las máquinas, organización temporal, disciplina y atención del trabajador. La explotación, entonces, resulta impensable sin control y dominación. El concepto de plusvalor no solo sigue vigente, sino que es crucial para entender las dinámicas contemporáneas del capital, especialmente con el auge de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial.
Esta lógica se refleja en las recientes propuestas de empresarios gigantes como Slim, Musk y Brin, quienes promueven extender las jornadas laborales bajo la premisa de maximizar la productividad. Slim sugiere trabajar tres días a la semana, pero con jornadas de 12 horas hasta los 75 años, a la par de que propone el aumento de la edad para la jubilación, ante la propuesta de reducir la edad y la jornada de trabajo: “Yo creo que reducir el horario así es una tontería; pienso que lo que sé, lo he dicho varias veces, es que debe de trabajarse tres días, doce horas diarias, tres días para dar cabida a otras tres personas que trabajen los otros tres días y jubilarse a los setenta y cinco años, no a los sesenta y cinco ni a los sesenta” (Informador.MX, 07/10/24 y Debate, 23/01/25); Musk impone a los empleados del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) jornadas de hasta 120 horas semanales, mientras que Brin impulsa a los desarrolladores de inteligencia artificial de Google a laborar 60 horas semanales. Brin edulcora su propuesta, la que se aprecia claramente en un documento interno filtrado por The New York Times, en el que alienta a los trabajadores de Google a aumentar la jornada de trabajo a 60 horas: "Trabajar 60 horas a la semana es el punto dulce de la productividad".
Distingamos dos cerezas en estas exigencias, disfrazadas de eficiencia, que implican un control más intenso y una explotación más profunda del trabajo: 1) Musk pone su ejemplo, de que los trabajadores duerman en sus centros de trabajo, para no perder tiempo en los desplazamientos -El Economista, 03/03/2025- (ni tampoco perder tiempo en familia abrazando a los hijos o en leerles un cuento o en enseñarles a andar en bici a “esos locos bajitos” o disfrutar la piel de la gente que se ama, ¡esas son cursilerías y frivolidades!); 2) DOGE, bajo el liderazgo disparatado de Musk, convocó en el pasado noviembre a personas con "coeficiente intelectual muy alto" dispuestas a trabajar más de 80 horas semanales sin recibir sueldo, que seguramente encontrará respuesta en jóvenes adoctrinados por el discurso de la “excelencia” y el aprendizaje de vivir la incertidumbre. Lo que planteaba el poeta cubano Nicolás Guillén se ajusta claramente a los escenarios que plantean los mil millonarios del mundo: “Me matan si no trabajo, y si trabajo, me matan; siempre me matan, me matan, siempre me matan” (poniendo carne al verso, en otro ángulo, vale ver la película https://www.youtube.com/watch?v=Dk-YX_8Z2kU).
La discusión sobre la explotación del trabajo en la era de la inteligencia artificial es crucial, pues las tecnologías no sólo simplifican tareas, sino que desplazan y desvalorizan la fuerza de trabajo. Rifkin señalaba que el valor del trabajo humano se vuelve prácticamente nulo ante la automatización, aunque como alertaba en el seminario el economista Carlos Salas (UAMA), los trabajadores tienen necesariamente que consumir, lo que implica además la circulación del capital.
Asimismo, se omite la reflexión sobre el proceso de valorización. Este debate no resuelto adquiere mayor relevancia en un escenario donde las tecnologías se erigen como mediadoras del control capitalista, en este nuestro siglo XXI, que revisita el “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo: “Si es lo mismo el que labura noche y día como un buey. Que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”. En este nuestro siglo XXI, vale repensar a Marx, en “Una revisión contemporánea”. En fin, creo que reflexionar sobre la plusvalía, sobre la explotación y el control capitalista, no ha perdido centralidad ni capacidad explicativa. Aunque de esto no salga ni una palabra de las bocas de Slim, Musk ni Brin.
(UAM) alexpinosa@hotmail.com