El 5 de noviembre, en la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco, se realizó la Mesa Redonda “Panorama actual de la Seguridad y Salud Laboral en México”, organizada por la Maestría en Trabajo y Salud. Allí participé con la reflexión que aquí expongo, centrada en los nuevos modos de dominación sobre el cuerpo en la era digital.

En el mundo contemporáneo, el cuerpo -esa primera herramienta de trabajo- está bajo asedio. Las nuevas tecnologías, lejos de liberar, reconfiguran los mecanismos de dominación sobre los individuos, ahora desde el interior de su mente y de su biología. Lo que antes era explotación visible en la fábrica, hoy se expresa en la ansiedad, el empastillamiento y la autoexplotación digital.

“Quien no tiene propiedades ni rentas y vive sólo de su propio trabajo, teme la enfermedad porque afecta simultáneamente a la persona y al instrumento de la ganancia, y es en consecuencia una doble amenaza”, plantea Berlinguer (1994). En la misma línea, Le Breton recuerda que “el cuerpo es la primera herramienta de trabajo. Dolor y enfermedad se perciben tan pronto como la obstaculización de las actividades profesionales y personales se deja sentir” (1999). Ambas afirmaciones apuntan a una verdad que el capitalismo digital reactualiza: el cuerpo sigue siendo el primer territorio del poder.

Nuevos géneros de prisión y nuevo género de carceleros, si pensamos en la relación del encadenamiento tecnológico con control algorítmico.

Cada época inventa sus propios dispositivos de sometimiento. Si la imprenta rompió el monopolio cultural de la Iglesia, inaugurando la galaxia tipográfica de la Ilustración, la inteligencia artificial abre una etapa de socialización algorítmica y control emocional. Foucault advirtió que los “medios del buen encauzamiento” se renuevan constantemente: hoy, Musk, Zuckerberg y las grandes corporaciones tecnológicas no sólo venden herramientas, sino que diseñan modelos de poder.

Del telégrafo al televisor, el capitalismo aprendió a centralizar la información y modelar la opinión pública global. Pero el salto actual -el paso al dataísmo y a la algoritmización de la conciencia- es, creo, cualitativamente distinto, y altamente peligroso. Byung-Chul Han lo define como “una forma pornográfica del conocimiento que anula el pensamiento”: el libre albedrío se disuelve en la saturación informativa. Los teléfonos inteligentes convierten al cuerpo en dispositivo de su propio control: cada notificación es una descarga dopamínica; cada gesto, un dato emocional al servicio del capital de vigilancia: cuánta adrenalina circula en los cuerpos del presente, horas de

sometimiento diario a la rutina de estar conectado en las redes, y desconectado en gran parte socialmente, en lo físico.

Zuboff (2019) describió este capitalismo de la observación permanente: las plataformas digitales no existen para servir al usuario, sino para observarlo. Es un panóptico afectivo en el que el placer y la conexión operan como formas de dominación.

En este contexto entonces aludir a la ansiedad y la medicalización no es ingenuo, ni gratuito, porque el cuerpo se materializa como negocio. El sufrimiento se ha transformado en mercancía. Jonathan Haidt (2024) advierte que “el juego libre decayó al mismo tiempo que el ordenador personal se volvió más común”, y que esta doble tendencia -“la sobreprotección real y la infraprotección virtual”- es una de las causas de la llamada “generación ansiosa”. El resultado es un aumento de la ansiedad y una caída de la interacción social, síntomas de un malestar que ya no se puede separar del entorno digital. Basta abrir un poco más los ojos para atender y comenzar a comprender mejor el problema. Como apuntábamos en una colaboración anterior, a ello se suma el empastillamiento social. Entre 2020 y 2021, las ventas de ansiolíticos se duplicaron. “El sufrimiento se ha convertido en negocio: paroxetina, sertralina, clonazepam”, anotábamos. Asimismo, recuerda Dejours algo central, ineludible a estas alturas: “el sufrimiento puede ser explotado como recurso productivo” (1998). El capitalismo farmacéutico y la economía de la atención confluyen en un mismo principio: administrar la angustia.

Franco “Bifo” Berardi (2017) describe la “mutación conectiva” que altera los ritmos de percepción y la empatía. La aceleración de los flujos informativos y la saturación de estímulos debilitan la capacidad de atención, de deseo y de vínculo afectivo. “Lo que antes era experiencia se convierte en descarga instantánea: el cuerpo pierde su espesor simbólico, su capacidad de pausa y de duelo.” La ansiedad ya no es sólo psicológica: es el síntoma de un metabolismo social hiperacelerado.

Un problema moderno y, al mismo tiempo, ya planteado un filón de los efectos de la incorporación acelerada de la tecnología en los procesos de trabajo y en la sociedad en general. Veámoslo bajo la rendija del trabajo, la autoexplotación y la vigilancia digital, como parte de la revolución científico-tecnológica en curso. Rosa Luxemburgo, en 1908, escribió que “cada transformación técnica contradice los intereses del obrero. Agrava la impotencia de su situación, deprecia el valor de su fuerza de trabajo y torna su labor más intensa, monótona y difícil” (1908). Otras reflexiones apuntan en un sentido similar. Más de un siglo después, esa sentencia describe la nueva condición laboral del capitalismo digital.

El control ya no requiere supervisores: los softwares de monitoreo —DeskTime, Kickidler, Time Doctor— vigilan el rendimiento en tiempo real. La función directiva del

capital se interioriza, transformando al sujeto en su propio capataz. Byung-Chul Han (2012) llamó a esto “autoexplotación”: el individuo cree realizarse cuando, en realidad, se consume a sí mismo. La fatiga, la ansiedad y la depresión son los efectos colaterales de esa libertad envenenada.

La subcontratación fue el primer paso de esta metamorfosis. Lo que antes era una comunidad de trabajo se transforma en un campo disperso, que se recrea en los modernos procesos en donde reinan las plataformas. La fragmentación del vínculo entre trabajador y empleador, a la par de la erosión de la identidad laboral y la normalización de la inseguridad como forma de subordinación, es el correlato de un eje que atraviesa al mundo del trabajo. En este orden, la uberización no elimina la subcontratación: la lleva al extremo. El patrón invisible es el algoritmo: el trabajador de plataforma se convierte en su propio subcontratista.

Como señalamos en una colaboración anterior, lo que deja ver nuestra preocupación por las condiciones actuales del mundo del trabajo, las plataformas digitales establecen jerarquías invisibles. Controlan tiempo, rutas y rendimiento mediante datos. Supervisan sin asumir responsabilidades. El capital controla sin aparecer, y el trabajador obedece sin tener derechos, sentenciábamos.

Regresemos al cuerpo, como biopolítica y psicopolítica del cuerpo. Pertinente acudir al biopoder foucaultiano y a la psicopolítica contemporánea, reconociendo que hay un desplazamiento del control externo hacia la seducción interna. Como señala Han, “el poder ya no reprime, seduce”. Los cuerpos son dóciles, las mentes endeudadas. De la vigilancia externa se pasa al control interiorizado. Sí, estamos hablando de cambios en las formas de vigilar y controlar, de encauzar. En este sentido, David Le Breton (2002) ofrece una lectura antropológica que subraya la vulnerabilidad del cuerpo como signo y como límite. “En la modernidad avanzada, el cuerpo es simultáneamente un proyecto -que debe gestionarse, embellecerse, optimizarse- y un estorbo, algo que traiciona las promesas de control absoluto”. Entre cirugías estéticas, suplementos, cuantificación biomédica y dispositivos de rastreo, “el cuerpo es transparente para el poder, pero opaco para sí mismo.”

Frente a esta complejidad, ¿es necesario un posicionamiento en el campo de la ética, que marque límites, avance algunas ideas en lo que hace a mecanismos de regulación estatal y social? Sin duda. Frente al descubrimiento de que las carreras de economía y administración son proclives a la formación de sujetos egoístas (el homo economicus desapegado de vínculos), J-F Chanlat y E. Tijerina, como han demostrado diversos estudios experimentales, cada uno por su lado, formulaban críticas y, el primero sobre todo, apuntaba a la necesidad de introducir una discusión consistente desde la ética para repensar este problema.

En esta ruta, María del Carmen Ponce de León (2020) introduce la noción de “vulnerabilidad como condición constitutiva”: el cuerpo digitalizado está expuesto no sólo a la biotecnología o la vigilancia, sino también a la erosión de la intimidad y la experiencia compartida. Las nuevas afecciones -cansancio, ansiedad, hiperalerta, soledad hiperconectada- expresan la colonización de la vida sensible por parte de una racionalidad tecnocientífica que no conoce reposo. Repensar el cuerpo y su reapropiación implica pensar la dinámica desde lo policéntrico, para revalorar la experiencia, el silencio y el duelo. Tomarse un respiro para encarar al mundo hiperproductivo, y sus implicaciones, es un acto político (y de supervivencia, a estas alturas).

En lo que hace a los procesos de trabajo, las aportaciones de J.C. Neffa (2015) son muy pertinentes: “El trabajo va siempre acompañado de sufrimiento y/o placer en función del contenido y de la organización del proceso de trabajo, de las condiciones y medio ambiente de trabajo […] relaciones con clientes o usuarios y con el colectivo de trabajo donde está inserto” Cuando esas condiciones se definen por la precariedad, el control algorítmico y la soledad digital, el sufrimiento se convierte en norma. En su fuerza, esta corriente desborda las fronteras del mundo del trabajo (por cierto, desbordadas desde hace tiempo, por el peso de las nuevas tecnologías). Por ejemplo, la subcontratación y la uberización son fases de un mismo proceso histórico: ambas responden al impulso de maximizar la rentabilidad reduciendo el compromiso social. En su expansión, la tecnología amplifica las formas de control y desposesión. Mirándonos en este espejo, de fragmentación y destrucción de zonas de cohesión social, también presentes en la sociedad en general, el esfuerzo por encontrarnos en la mirada, en la construcción de comunidad, en que el cuerpo pueda recuperar su opacidad, son parte de las condiciones necesarias en aras de comenzar una nueva forma de resistencia sensible y (desprestigiada) racional.

PS. Palestina siempre presente

(UAM) aley@correo.xoc.uam.mx

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios