¿Qué nos dice el otorgamiento del premio Nobel de la Paz a la opositora venezolana María Corina Machado sobre el mundo o la era de regresión democrática y violencia en que vivimos? ¿Qué tipo de reflexiones nos sugiere el Comité Noruego del Nobel con esta decisión? Más allá de los méritos de la lucha de Machado o de las polémicas que puedan darse sobre sus alianzas políticas (como con Trump y Netanyahu) o sus elogios a líderes de derecha latinoamericanos, y más allá del impacto que su selección pueda tener en el proceso político interno en Venezuela o en la geopolítica regional, es importante hacer una reflexión más amplia sobre democracia, autoritarismo, derechos humanos y paz. La importancia de pensar al respecto es ineludible y urgente en este momento en que la puerta revolvente de la historia parece que nos impulsa a una nueva era de autoritarismos y por lo tanto de mayor ausencia de paz.
No debe sorprendernos que el Comité Noruego haya otorgado este galardón a una persona que ha luchado por la democracia en su país y no a alguien que haya hecho posible el fin de un conflicto armado entre estados o propiciado la firma de un tratado de paz. Por supuesto, el caso más notable en este tipo de perfiles en la historia del Nobel de la Paz es el de Martin Luther King, quien recibió el galardón en 1964 por su lucha a favor de los derechos civiles de la población afroamericana en los Estados Unidos. Más recientemente, podemos recordar a la activista paquistaní (en aquel entonces adolescente) Malala Yousafzai, quien recibió el Nobel en 2014 por su lucha a favor del derecho de las niñas a la educación, o a la defensora de derechos humanos iraní Narges Mohammadi, quien lo recibió hace dos años, por su entrega a favor de los derechos de las mujeres bajo regímenes teocráticos, como el de su país. Mediante nombramientos como estos (y varios otros) el Comité Noruego nos dice que la lucha por la paz va más allá de las negociaciones entre estados en guerra, la adopción de ceses al fuego o la firma de tratados de paz.
Una de las correlaciones más sólidas encontradas por las Relaciones Internacionales y la Política Comparada es aquella entre democracia y paz: la evidencia muestra que las democracias rara vez van a la guerra entre sí. Este es el llamado argumento “de la paz democrática”. Esto no quiere decir que las democracias sean eminentemente pacifistas, sino que tienen más contrapesos internos y menos motivos para pelear con otras democracias. En teoría, entonces, en un mundo con más democracias se darían menos guerras entre estados que en uno con más estados autoritarios.
En el nivel interno de análisis, el autoritarismo (en todas sus manifestaciones ideológicas) es, por definición, violador de derechos humanos; particularmente de los derechos relacionados con las libertades civiles y la participación política. Pero también de los derechos de integridad física. Los gobiernos autoritarios censuran, encarcelan, ejecutan, torturan y desaparecen a sus opositores. Eso es lo suyo, porque así es como logran aferrarse al poder por largos períodos de tiempo. Las democracias, por su parte, son en general más respetuosas de los derechos humanos de su ciudadanía (si bien no necesariamente de la población migrante indocumentada). En efecto, otra correlación (más o menos) clara encontrada por estudios de Relaciones Internacionales y Política Comparada es aquella entre democracia y derechos humanos: manteniendo todo lo demás constante, a mayores niveles de democracia, menor grado de violación de los derechos humanos.
Esta reflexión sobre autoritarismo, democracia y derechos humanos tiene que ver mucho con la paz porque un contexto de violación de derechos humanos es uno de ausencia de paz. La asociación entre ausencia de paz y ejecuciones, tortura y desaparición de personas es evidente. Pero también la de represión de manifestaciones, detención arbitraria, persecución de periodistas y encarcelamiento político de opositores. Más aún, desde una perspectiva “positiva” (es decir, de lo que el Estado “tiene que hacer”), la paz implica también un entorno institucional y social que garantice el acceso universal a servicios de salud y educación, a una alimentación suficiente y saludable, a una vivienda digna y a un medio ambiente sano, al trabajo y al descanso, entre otras cosas. En suma, desde una perspectiva conceptual, la paz y los derechos humanos (tanto civiles y políticos, como económicos, sociales, culturales y ambientales) son mutuamente constitutivos: la una no hace sentido sin los otros y viceversa. Empíricamente, por otro lado, se correlacionan. Y tanto los derechos humanos como la paz se ven severamente afectados en contextos de autoritarismo.
Lo que nos dice el Comité Noruego del Nobel con la decisión de otorgar el galardón a María Corina Machado es muy importante con respecto a la situación en Venezuela: es una potente condena a la dictadura populista de Maduro. Pero, más allá de ello, tengo para mí que lo que el Comité nos dice, una vez más, es que luchar por la democracia y contra los autoritarismos y a favor de los derechos humanos es procurar la paz. Porque la paz implica mucho más que la ausencia de conflictos armados entre estados o ejércitos regulares, y porque contribuir a ella va más allá de propiciar negociaciones, altos al fuego o firma de tratados. Este es un mensaje de fundamental importancia en esta era en que los autoritarismos florecen y los fascismos reverdecen y parecen salir de su madriguera. La democracia, los derechos humanos y la paz son parte del mismo paquete normativo al que no podemos renunciar y al que debemos defender en Venezuela, México, América Latina, Estados Unidos y todo el mundo.
Vicerrector Académico, Universidad Iberoamericana Ciudad de México