Al fin y al cabo autor, es imposible no ver en el cine de Paul Thomas Anderson el rastro de sus muy personales obsesiones (y de su vida misma) a cada nueva película que nos entrega. Mediante su cine, el director de 55 años nos ha hablado sobre su muy personal fascinación por la industria porno de los 70’s (Boogie Nights, 1997), sobre el duelo por la muerte de su padre (Magnolia, 1999), sobre el amor enloquecido (Punch Drunk Love, 2002), sobre la vida en pareja (The Phantom Thread, 2017), sobre el primer amor (Licorice Pizza, 2021) y ahora, el cineasta y padre de cuatro nos habla sobre la paternidad mediante su más reciente entrega, One Battle After Another (USA, 2025).
Formalmente inspirada en la novela Vineland (1990) de Thomas Pynchon, pero claramente influenciada por el bolero Perfidia (1939) -original del Alberto Domínguez-, One Battle After Another es un alucinante y frenético mosaico que, so pretexto de hablar sobre la paternidad y la interminable batalla generacional entre padres e hijos- pone de fondo a la norteamérica actual, con un Los Ángeles convertido en un campo de batalla entre migrantes y ejército, y con un Estados Unidos que silenciosa, pero con paso firme, se desliza hacia el autoritarismo.
Es, claramente, la película más política de su filmografía, una cinta urgente y necesaria, pero que nunca pone el discurso político por encima de sus personajes ni de su historia. Jamás se menciona la palabra MAGA, o Antifa, jamás se menciona a Trump, pero si vemos cómo los migrantes en Los Ángeles escapan, se organizan y se mantienen unidos. “Ya viene la migra, pero no teman, Dios está con nosotros”.
Pinceladas que por instantes toman el foco central de la imagen (la secuencia con los patinetos latinos que nos recuerda, lo siento, a Las Tortugas Ninja, el enfrentamiento en las calles con provocadores incluidos, la liberación de migrantes encerrados en jaulas) pero que nunca se convierten en panfleto. El espectador sabe de qué está hablando Anderson sin necesidad de explicar absolutamente nada.
Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) y Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio) son dos “revolucionarios” pertenecientes a un movimiento radical en Estados Unidos llamado French 75. Convencidos de la necesidad de acabar con el estado represor que cada vez cancela más libertades (la penalización el aborto, por ejemplo), encarcela inocentes y separa familias, los French 75 lo mismo liberan prisioneros en la frontera que roban bancos o ponen bombas.
La cosa se complica cuando en alguno de sus golpes, Perfidia se topa con el en apariencia impenetrable (pun intended) coronel Steven J. Lockjaw (Sean Penn con medio Oscar ya en el bolsillo), a quien la curvilínea revolucionaria somete usando a su favor las pasiones que su cuerpo suele provocar. Lockjaw queda obsesionado con ese primer encuentro, por lo que seguirá a todos los French 75 y a Perfidia incluso 16 años después, cuando se entera que tuvo una hija -llamada Willa (la debutante Chase Infiniti)- producto (?) del noviazgo con Ferguson, quien ahora es padre soltero y que ha cuidado a su adolescente y propiamente rebelde hija durante todos estos años.
Bob ya no es el aguerrido revolucionario de antaño. La paternidad cambia todo, incluso las revoluciones. Ferguson carga con el peso de ser padre soltero entregándose a la mota en exceso, a las fiestas hasta la madrugada y soportando los regaños constantes de su hija (ahora adolescente) quien no entiende la paranoia de su padre (le prohíbe tener teléfono celular) y la irresponsabilidad del mismo.
La paranoia de Bob se hace presente cuando llega a su puerta el coronel Lockjaw y secuestra a Willa, por lo que un torpe, drogado y embatado Bob intentará rescatarla, aun cuando no recuerda los protocolos del movimiento, las passwords y las frases claves que nunca memorizó o que de tanta mota ya las olvidó. Estaremos ante una Búsqueda Frenética (Polanski, 1988) donde Bob recurrirá a viejos aliados (divertidísimo Benicio Del Toro en su papel del Sensei), se peleará por teléfono con los antiguos miembros de la resistencia (“¡Comunícame con tu supervisor!”) y huirá (siempre con su bata roja que lo emparenta con otro junkie en problemas, el Big Lebowski) una y otra vez sin un plan ni un rumbo claros, pero con la firme convicción de que, como buen padre, no puede permitir que se lleven a su hija.
Escrita (claro) por el propio Paul Thomas Anderson, el guión es un despliegue de habilidad y recursos. La película muta y cambia de género constantemente, pero con una sutileza que solo se entiende por los años que Anderson lleva en el negocio y por su indudable maestría para escribir personajes relevantes e importantes para la audiencia.
Pasamos de la desternillante comedia (claras reminiscencias a Kubrick), al western (The Searchers, 1956), a una película de acción con una persecución de autos claramente inspirada en The French Connection (1971), a una buddy movie (Del Toro y DiCaprio echándose sus cervecitas), y a un drama político con todo y escenas de sexo incluidas.
A sus 55, Paul Thomas Anderson se muestra en plena forma con una cinta donde todos sus tics y obsesiones están presentes, con un ritmo fenomenal, actuaciones entrañables (terminas amando a todos los personajes, incluso a los "villanos") y una banda sonora a cargo de Johnny Greenwood quien por momentos pareciera editar y/o dirigir la película.
Es también una película plenamente feminista sin caer en lo panfletario. Perfidia usa su sexualidad como arma, y está convencida de la revolución, pero está más convencida de conservar su libertad como lo más preciado en su vida. La revolución está comandada en su mayoría por mujeres, y en la batalla no faltan aliadas (esas peculiares monjas del final). Y claro, tenemos a Willa, entrenada por el Sensei, y que por supuesto seguirá los pasos de su madre.
Al final, Willa no necesita que su padre la salve, se salva sola. En esta cinta, Bob es como Indiana Jones en Raiders of the Lost Ark (1981): nada de lo que hace el protagonista cambia en algo el devenir de todo lo que sucede. Pero ello no importa, Bob sabe que la revolución puede esperar, que es más importante ser un mejor padre (aún con todos sus defectos) que ser un buen revolucionario.
Se trata de una de las películas más optimistas de Paul Thomas Anderson. Si bien estamos rodeados (una vez más) de personajes al borde del colapso (tal como sucede en toda su filmografía), aquí Anderson entrega a la nueva generación la batuta de lo que vendrá en el futuro, con la esperanza de que ellos lo hagan mejor que nosotros.