En una reciente entrevista para el podcast Fashion Neurosis. David Cronenberg contó la primera vez que conoció a su colega, Martin Scorsese. El llamado “Barón de la Sangre” narra que Scorsese le dijo en aquella ocasión “Tenía miedo de conocerte”. El director neoyorquino había visto su primera película, Shivers (1975), y también su segundo largometraje, Rabid (1977). La fama que le precedía también al llamado “Rey del Horror Venéreo” no le era ajena a Scorsese, y menos después de ver sus primeras cintas.
Con sorpresa, Cronenberg le respondió: “Eres el tipo que hizo Taxi Driver ¿y tienes miedo de conocerme a mí?, ¡Yo tengo miedo de conocerte a ti!”
¿Quién le tiene miedo a Martin Scorsese?
Luego de ver el estupendo documental en cinco partes, Mr. Scorsese (USA, 2025) -dirigido por Rebecca Miller y estrenado en Apple TV Plus esta semana- queda claro que hay varios que podrían temerle: sus ex esposas (se ha casado cinco veces), sus hijas (principalmente las dos primeras, quienes lo describen como un padre ausente), los ejecutivos de las grandes distribuidoras (quienes en no pocas ocasiones han intentado censurar sus películas), sus amigos (DeNiro describe aquella vez que Marty acabó en el hospital por abuso de drogas), pero probablemente quien más teme a Scorsese es Scorsese mismo.
En el primer episodio lo deja claro, la gran incógnita que plantea el cine del director neoyorquino es de índole existencialista: ¿Quiénes somos?, ¿somos intrínsecamente buenas personas?, ¿qué determina lo bueno y lo malo? Indagar en ello es básicamente un viaje a la oscuridad humana, y Scorsese ha caminado toda su carrera por esa vereda. Lo ha hecho no sin temor. No sin miedo.
Siempre es un problema abarcar en un documental a una figura que provoca tanta admiración, y es claro que la directora Rebecca Miller (hija de Arthur Miller y esposa de Daniel Day-Lewis) admira a Scorsese (¿quién no?): esa magnífica secuencia inicial con Sympathy for The Devil de los Rolling Stones de fondo (“Please allow me to introduce myself, I’m a man of wealth and taste… I was 'round when Jesus Christ had his moment of doubt and pain”) la delata.
Pero a pesar de ello, Miller sabe equilibrar la admiración con las ganas de indagar en la intimidad de un director que -pese a lo que muchos pueden creer- su carrera ha sido de altibajos extremos: un día es dios y al siguiente es un paria al que nadie le quiere financiar sus proyectos.
Previsiblemente, Mr. Scorsese inicia con la infancia del director, en aquel lugar -Corona, Queens- al que emparentaba con el paraíso: “Había pasto, árboles, y un pequeño patio”. Pero luego de una severa disputa entre su padre y el casero (que terminó con golpes en la calle), la familia entera fue expulsada para terminar al otro lado de la ciudad, el Bowery, donde el pasto cambió por teporochos, el patio por la basura en las calles, y el aire fresco por los humores de la violencia callejera, ya sea de los niños maloras peleando diariamente a golpes, o los constantes enfrentamientos entre las mafias, verdadero gobierno de la Nueva York de aquellos años.
Ahí, el pequeño Martin veía desde la ventana (un encuadre que luego heredaría en su propio cine) las peleas constantes, los borrachos callejeros, los capos que todo lo controlaban. Luego vendría el asma -”el bendito asma”, dice a cuadro Spike Lee-, y es que la pobreza no le permitía a la familia tener audio acondicionado, indispensable para la salud de Marty, por lo que su papá lo llevaba a la sala de cine, uno de los pocos recintos públicos con calefacción. Ahí, el pequeño Martin descubrió el cine. Y literalmente fue el cine quien le salvó la vida.
Mucho de lo que en Mr. Scorsese se narra es historia conocida: el asma, la violencia, los inicios en el cine, su escapada a los Ángeles, el bendito encuentro con Thelma Schoonmaker (quien se convertiría en su editora de facto para casi la totalidad de su filmografía). La diferencia aquí es que es el propio Scorsese quien lo narra, con esa risa inconfundible y con el humor suficiente como para burlarse de sí mismo. La diferencia también está en el montaje de esta historia (edición a cargo de David Barnet): un relato emocionante incluso con cliffhangers que hacen imposible no darle play al siguiente episodio.
Las inevitables cabezas parlantes son todas interesantes, particularmente las de sus amigos de la infancia, quienes en mesa redonda recuerdan aquellos años de sobrevivencia en las calles. Ellos mejor que nadie saben de la naturaleza del cine de Marty, reconocen en Mean Streets (1973) a personajes reales que vivían en el vecindario, y reconocen en esa violencia de la pantalla el día a día de aquel barrio.
El relato pasa forzosamente por los momentos más oscuros de Scorsese: aquella etapa donde, un tanto embriagado de fama, se dedicó a la fiesta y a las drogas. “El pecado es disfrutable”. Pero también está el regreso, la ayuda de su amigo Bob, y aquel salvavidas llamado Raging Bull (1980), la cinta que lo sacó del marasmo y que le demostró -a él y al público- que las drogas no serían su Waterloo y que su carrera apenas empezaba.
Cinco episodios resultan insuficientes. Es notorio que rumbo a la etapa final de su carrera, Miller le mete acelerador a la narración, tan metódica al principio, y tan veloz al final, comete el pecado de omitir por completo HUGO (2011), la única cinta “infantil” en la filmografía de Scorsese, que hiciera para que su hija (Francesca) pudiera al menos ver una película dirigida por él.
Si hay algo que Mr. Scorsese nos confirma es que, si el cine de Martin Scorsese es tan grandioso y relevante, lo es en gran medida porque su cine no viene de la imaginación de un guionista: la violencia, las drogas, las balas, los mafiosos, hasta la música, todo lo que vemos en su filmografía es -en mayor o menor medida- algo que conoce, que ha palpado, que ha vivido, ha sufrido y ha disfrutado en la vida real.
Scorsese es de esos que se asoma al abismo, pero sobrevive para contarlo.