Durante los casi 20 años que llevo escribiendo de cine, de vez en cuando he escuchado una frase que de tanto repetirse la considero ya un cliché: “el cine ha muerto”, “las salas de cine tienen sus días contados”, “el cine murió con la pandemia”.

Y lo cierto es que en efecto, luego del duro golpe de la pandemia a las salas, la recuperación no ha sido del todo absoluta (no parece que hayamos regresado a los niveles de audiencia de antes). A eso agreguen el golpeteo de los streamings a las salas tradicionales y si, pareciera que los días del cine están contados.

No obstante, siempre consideré demasiado exageradas esas opiniones. El cine prevalecerá, de una u otra forma. O al menos eso pensaba hasta que vi Minecraft, la película.

Empujado por el morbo, fui a ver la película que ha roto una cantidad importante de récords: mayor recaudación en un fin de semana para una adaptación de videojuego, 313.7 MDD (superando a Mario Bros), mejor estreno para una película basada en videojuegos (idem), mejor estreno en la historia de Warner Brothers (superando a The Dark Knight), mejor recaudación para un sábado y un domingo juntos.

A ese alud de dólares hay que sumar las reacciones del público en las salas, documentadas puntualmente (of course) en videos de Tik Tok e Instagram: gente en éxtasis, gritando, aplaudiendo, lanzando palomitas al aire, como si alguien hubiese anotado un gol, cuando de hecho lo único que se ve en pantalla es un pato cuadrado montado por una especie de Frankestein bebé.

Si, yo tampoco entiendo nada. Y ése es el problema. Minecraft es una fiesta a la que no todo mundo está invitado, y la única forma en la que el cadenero te va a dejar entrar es jugando el videojuego en el que esta película está basada.

Minecraft, el juego, fue creado en 2011 por el desarrollador sueco Markus Persson, la idea del juego es que se trata de una “sandbox”, es decir, un lugar donde básicamente puedes hacer todo lo que te imagines, que en este caso es construir estructuras mediante bloques cuadrados, muy a lo Lego. Es pues un juego que promueve la creatividad, tal vez por ello sea tan popular entre los niños y aún más popular entre los padres quienes no ven al juego como una amenaza para sus hijos.

Minecraft, la película, es un producto absolutamente derivativo, un comercial con una falta de imaginación impresionante y cuyo único objetivo es hacer la mayor cantidad de dinero en taquilla.

Steve (Bram Scott-Breheny) es un niño de 11 años que, como todo niño de 11 años, anhela trabajar en una mina. ¿Y cómo no?, ¿quién no podría desear trabajar en el subsuelo, con un calor infernal, lleno de tierra que potencialmente se meterá en tus pulmones para luego lentamente matarte? ¡El sueño de todo niño!

Pero por culpa de sus padres, los sueños de Steve no se cumplieron, ahora es un godín cualquiera que tiene el cuerpo de Jack Black, pero un día decide que es suficiente: irá a la mina a cumplir su sueño de picar piedra todos los días. ¡Oh sorpresa!, la famosa mina es un portal a un mundo extraño pero llamativo, uno donde todo es cuadradito, donde puedes construir cosas y donde la única regla es ser creativo (no como esta película, por cierto).

Pero dentro de ese mundo hay otro mundo, uno oscuro y lleno de cerdos comandados por una señora cerdo que, como remedo de Sauron, se quiere apoderar del otro mundo bonito. En este mundo oscuro la única ley es el dinero (no como esta película, claro).

Previsiblemente, Jack Black queda atrapado en aquel mágico lugar, pero acabando el primer acto -por razones que no vienen al caso recordar- los actores secundarios terminarán también dentro del mismo. Ellos son: Henry (Sebastian Hansen) un niño genio que a la sazón la hacen bullying en la escuela por ser un cerebrito, su hermana Natalie (Emma Myers) quien está a punto de entrar a trabajar como CM en una fábrica de papitas.

También tenemos a Garret (Jason Momoa), un tipo que (a juzgar por su vestimenta) se quedó atrapado en los ochenta, época donde fue un gran jugador de videojuegos y que ahora es dueño (aunque está a punto de perderlo) de un local donde vende videojuegos y cosas vintage.

Todos ellos (junto con Danielle Brooks, que interpreta a una agente de bienes raíces que no sé qué hace ahí) se unirán junto con Jack Black para encontrar un cubo azul fluorescente mágico (igualito al cubo azul fluorescente mágico que salía en las películas de Marvel) que los llevaría de regreso a casa.

La película está dirigida por Jared Hess, un hombre cuya filmografía incluye cintas como Napoleon Dynamite (2004) y Nacho Libre (2006). Curiosamente, los mejores momentos de Minecraft, la película, son aquellos donde Hess proyecta su muy particular sentido del humor, con personajes tontos (dorks) y nerdos pero de gran corazón.

Desgraciadamente estos momentos se reducen a no más de 10 minutos: cuando los personajes entran al mundo mágico del videojuego todo se torna en un sinsentido absoluto. A ojos del espectador promedio parece que todas las decisiones de guion están tomadas arbitrariamente, pero no es así: todo hace referencia al juego, un juego que no he jugado ni lo haré jamás.

Aquí en este mismo espacio, hace ya diez años, reconocí a The Lego Movie (2014) como un descarado pero inteligente comercial, una divertida activación de marca plena de humor que invitaba no sólo a los conversos sino que atraía a propios y extraños por igual

Minecraft quisiera ser lo mismo, pero ni lo intenta: lo suyo es hablar a la porra, complacer al público meta, conversar únicamente con los fans para divertirse en una fiesta en la que solo ellos están invitados. Todo con un guión sorpresivamente escrito por cinco personas para tener como resultado una nimiedad absoluta, una aventura predecible desde los primeros minutos, poblada de personajes que no generan empatía en una película que dice promover la creatividad pero qué es tan creativa como un poste de luz.

Hay que mencionar la presencia de otras personas que no son actores ni tampoco personajes del juego pero que no obstante son importantísimos para el éxito económico de la cinta: los influencers, o en este caso, Youtubers. Y es que el éxito de Minecraft se basa en la gran cantidad de youtubers que con miles de seguidores tienen exitosos canales de donde hablan todo el tiempo del juego.

Algunos de ellos -los más famosos- tienen cameos en la película. Las audiencias de estos personajes verán seguramente la película. Otra forma de llevar público a la salas. No en balde ahora para hacer una audición en Hollywood lo primero que verifican, antes si eres buen actor, es si tienes millones de followers.

La hipocresía es brutal, toda vez que la cinta critica la búsqueda del dinero como fin último cuando claramente esta película no tiene otro objetivo que no sea el dinero. Esto no es cine (o al menos es cine malo), pero tampoco es publicidad (o al menos no es buena publicidad), es un happening, una experiencia que ni siquiera está dirigida al público en general. Es un parque de diversiones (Scorsese dixit) exclusivo para algunos cuantos.

En el primer episodio de la serie The Studio (2025) -una sátira sobre el Hollywood actual (se puede ver en Apple TV)- el recién ascendido jefe de un importante estudio tiene como misión hacer la película de una propiedad intelectual “importantísima”: Kool-Aid. La cosa parece ridícula pero ¿qué diferencia hay entre hacer una película de Kool-Aid y una sobre Minecraft?, al parecer ninguna.

Y es aquí donde las afirmaciones sobre fin del cine empiezan a convencerme: los estudios necesitan hacer dinero, y las películas basadas en propiedades intelectuales (IP’s en inglés) son un negocio redondo que no exige grandes ideas ni grandes actuaciones, todo lo que se necesita es un producto popular y fans que lo sigan.

Es el cine de influencers, es el cine de los likes, ¿es el cine que terminará matando al cine?

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS