Toda la vida, nuestros maestros, nuestros padres, Hollywood, el cine y la televisión nos han dicho que con talento y un poco de suerte se puede triunfar en esta vida. En su sexto largometraje, Goodbye Horses: Las muchas vidas de Q. Lazzarus (México, 2024),la cineasta mexicana Eva Aridjis lanza por la borda la anterior premisa, demostrando que no aplica cuando eres mujer, eres afrodescendiente y eres talla XL.
O al menos es lo que sucedió en los años 90 cuando, luego del estreno de El Silencio de los Inocentes (1991) y de su avasallador triunfo en los premios de la academia (ganó las cinco estatuillas principales: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión, Mejor Actriz, Mejor Actor), uno de los momentos más enigmáticos de aquel filme se quedaría impregnado en la cultura popular para siempre: el perturbador baile del asesino Buffalo Bill (Ted Levine) a ritmo de una canción que nunca se nos borraría de la memoria aunque nadie sabía quién la cantaba, Goodbye Horses.
Habría que entender que el fenómeno sucedió en los albores del internet: no había Google, no había Wikipedia, no había Spotify. O dicho de otra manera, no era fácil -como ahora- rastrear al autor de una canción, incluso cuando esta aparecía en una de las películas más populares de la época y que a la postre se volvería de culto (la canción y la película).
Tiempo después nos enteraríamos que la autora e intérprete (confieso que yo siempre pensé que era un chico quien la cantaba) del misterioso tema era una mujer de raza negra que se hacía llamar Q Lazzarus.
Pero sobre ella no se sabía nada más, excepto que su colaboración con el director de Silence of the Lambs, Jonathan Demme, no había empezado en esa película ni tampoco había terminado en ella. Demme (y omito aquí la anécdota de cómo se conocieron porque la tienen que ver en la película) utilizó Goodbye Horses previamente en Something Wild (1986), Married to the Mob (1988) y posteriormente le pidió a Q no solo que interpretara otra canción sino que saliera a cuadro en otro mega hit del director, Philadelphia (1993), donde la cantante se codeaba con estrellas de la talla de Tom Hanks, Antonio Banderas y Denzel Washington.
Q Lazzarus se convirtió en un mito, una nota al pie de página, una intérprete que a pesar del éxito hipnótico de su canción, no se supo más de ella. Uno supondría que alguien que llegó tan alto gracias a su participación en películas tan exitosas habría alcanzado algo de esa fama y fortuna. Pero la realidad fue otra, mucho más trágica y nada glamorosa.
Pasan alrededor de treinta años y es aquí donde entra en escena la cineasta mexicana Eva Aridjis, quien un buen día toma un taxi de Brooklyn a Manhattan e inicia de manera fortuita una plática sobre música y cantantes con la chofer que la lleva, una mujer de raza negra, imponente, pero que al parecer sabe del tema. Como que no queriendo, Eva recuerda Goodbye Horses y le pregunta a la taxista si acaso sabrá qué fue de la cantante de aquel tema,
ya que luego de aquel éxito parecía haberse esfumado del planeta. Luego de titubear, la taxista se voltea, le da la mano a Eva y le confiesa: “Yo soy Q Lazzarus”.
Ganador en la categoría de Mejor Documental en el Festival de Morelia 2024, Goodbye Horses: Las muchas vidas de Q. Lazzarus es una suerte de auto-biopic donde la propia Q (su nombre real es Diane Luckey) nos contará su historia: desde su infancia cantando gospel en la iglesia local, pasando por su huída a Los Ángeles en busca de fortuna, la suerte de haber conocido a Jonathan Demme, los muchos conciertos que dio en lugares pequeños y la ausente, elusiva, poca fama (y menos éxito monetario) que pudo cosechar luego del tremendo éxito de Goodbye Horses y en general la incansable lucha por seguir adelante, no sin los problemas típicos de la profesión -como las drogas- pero siempre luchando contra un sistema que le jugó muy mal: por ser negra, por ser mujer, por ser talla XL.
Tan apasionado como conmovedor, Goodbye Horses… hace justicia a Diane, reconciliándola no solo con el público que desde aquellos lejanos 90’s nos cautivó con sus canciones, sino -quiero pensar- también con ella misma, quien luego de una etapa sumamente oscura (que incluyó vivir en la calle), logró reencontrarse con su hijo, con la música y con el público.