Donde todos ven material para indignación, yo veo un caso -muy hilarante- de la clásica frase: la realidad imita a la ficción. O en este caso, cuando la ficción imita a otras ficciones.
(Nota: este texto revela partes claves de la trama de Emilia Pérez)
En The Producers (1967) ópera prima de Mel Brooks (reversionada en 2005 en forma de musical con Nathan Lane y Matthew Broderick en los protagónicos), el fallido productor de Broadway, Max Bialystok (magnífico Zero Mostel) busca junto con su contador y colega Leo Bloom (Gene Wilder en el primer papel de su carrera) una obra de teatro que sea un completo fracaso.
Esto es porque Bloom le hace saber a Bialystok que mediante ciertos movimientos de lo que le llaman “contabilidad creativa”, es posible ganar más dinero mediante una obra fallida que con un éxito de Broadway. Así, Bialystok y Bloom se dan a la tarea de buscar la peor obra de teatro posible, y no tardan mucho en encontrarla: una pieza -escrita por un nazi refugiado en Nueva York- llamada “Springtime for Hitler”, o en castellano, “Primavera para Hitler”.
El par de productores parecen haber dado al clavo. Una obra musical, sobre Hitler, con baile y canciones (porque es bien sabido que al público “no le interesa el drama”) tendría que ser “una catástrofe, un desastre que ofenderá a pueblos, razas y religiones”.
Luego de montar la obra, y convencidos de que su estratagema para volverse millonarios mediante un fracaso en Broadway dará resultado, solo queda esperar las opiniones de los críticos y del público.
Y he aquí el inesperado giro de tuerca: “Primavera para Hitler” se convierte en un éxito absoluto, una pieza que el público califica como una “obra maestra de la sátira”, “una pieza arrolladora”, una obra “ofensiva, escandalosa y vergonzosa… pero no puedo dejar de verla”.
El plan ha fallado. Todo salió al revés: eligieron el peor guión posible, el peor director posible, los peores actores y no obstante tienen un éxito monumental en sus manos.
Ignoro si Jacques Audiard (director de origen galo, responsable de Emilia Pérez) vio alguna vez la cinta de Brooks, o tal vez tiene demasiado sentido del humor y decidió (sin avisarnos) hacer su propia versión de esta comedia.
El caso es que su Emilia Pérez (Francia, Bélgica, México, Estados Unidos, 2024) está recreando en la vida real la historia de ambas versiones de The Producers. Y no sé ustedes pero yo encuentro todo esto muy divertido.
Porque para quién no lo sepa, el odio en redes sociales hacia Emilia Pérez es constante y sonante. La cosa no se queda solo en México y no solo en Twitter, esto ya alcanza a los medios masivos de comunicación e incluso a otros países. El sueño de Bolívar de ver a una América unida lo está logrando el odio e indignación generalizados hacia Emilia Pérez.
Emilia Pérez es un delirio que se enorgullece de serlo. El narcotraficante más poderoso y sanguinario de México -casado con el personaje de Selena Gómez y amoroso padre de dos niños-, se da cuenta (a sus cuarenta y tantos años) que quiere transicionar de género.
Para lograr su objetivo, el narco secuestra a una abogada para que le arregle varios asuntos: le consiga un buen doctor que haga correctamente las operaciones (en un diálogo se da a entender que ya realizó los estudios psicológicos correspondientes), que cuide de sus hijos y los deje protegidos (léase que les deje cuentas llenas de dinero a su disposición) y por último que se encargue de hacerlo pasar por muerto frente a todo el planeta.
Pasan cuatro años y la abogada (Zoe Saldaña) conoce a Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón) que no es otra sino el antes narco ahora ya en transición completa y convertida en una señora millonaria. La poderosa mujer le asigna una nueva misión a la abogada: traer a sus hijos de vuelta y -previa escena donde Emilia se contagia de la manera más inverosímil de algo parecido a una conciencia social- montar una especie de ONG que ayude a las víctimas del narcotráfico.
Entre todo el delirio, la idea de un narco que quiere transicionar y que luego se vuelva en un adalid de las víctimas que ella misma perpetró me pareció interesante. Ahí había una buena cinta, pero esa no es Emilia Pérez. Con todo, es notoria la actuación de Karla Sofía Gascón. Es ella (incluso en sus momentos de sobreactuación), la razón para mantener fija la mirada en la pantalla.
Que la película sea un musical (muy deficiente, también) solo le agrega una excentricidad innecesaria a la cinta. Pero, si no hubiera coreografías y canciones, probablemente no llamaría la atención de nadie. Como dicen en The Producers: “a nadie le gusta el drama, hay que hacerlo más alegre”.
La película deslumbra por la osadía. Y reconozco: aburrida no es. Todo el tiempo estuve atento a ver con qué nueva excentricidad, con qué nueva canción, con qué nuevo diálogo imposible -“me duele la vulva”- saldrán ahora para provocar humor involuntario (del cual hay mucho en esta cinta). Y si, el momento en que un número musical es protagonizado por las víctimas de secuestro de este país es el punto más penoso de la cinta. Es el momento en que justo pensé: “esto es Springtime for Hitler”.
El cine de Audiard no es ajeno a la música como instrumento para recalcar emoción. En una de las mejores escenas de Metal y Hueso (Audiard, 2012), Marion Cotillard hace las paces con su asesino (una orca que le arrancó una pierna) a ritmo de Fireworks de Katy Perry. El momento -que en papel puede sonar ridículo- se torna en una poderosa secuencia de redención y paz interna.
No hay un solo momento ni cercanamente parecido en Emilia Pérez. Los números musicales son dolorosos, principalmente por la pésima dicción de las actrices (la muy celebrada Zoe Zaldana habla acento mexicano y puertorriqueño a discreción), y lo estúpido de las letras, que claramente fueron traducidas del francés al español con Chat GPT o algo por el estilo.
La película, empero, es congruente con ella misma. Mantiene en todo momento este tono inverosímil, colorido, neón, con un México que es más fondo que sustancia. La premisa principal encuentra una conclusión que me parece correcta: no se engañen, el mal no depende del género, el experimento de Emilia es un fracaso, en el fondo sigue siendo la misma bestia violenta de siempre.
No es la temática, no es que esté filmada en Francia emulando (mal) a México, no es la falta de una presencia mexicana más contundente, no son las canciones horrendas, no es el dislate generalizado, no son los estereotipos (no encontré ninguno realmente problemático), no es que los europeos no puedan filmar historias que suceden en este país, no es la conjura del neoliberalismo europeo, no es que estemos frente a una nueva invasión francesa que nos obligue a traer de vuelta al general Zaragoza.
No.
Se trata de algo mucho más simple: Emilia Pérez es una mala película. Nada más, nada menos.
Por supuesto: el cine es un medio cultural poderoso, influye y moldea narrativas, sirve de propaganda, es una herramienta cultural y política. Pero yo no veo a un émulo de Goebbels en la manufactura de esta película, no veo una conspiración del eurocentrismo. Lo que veo es torpeza, veo a Los Productores, veo a una cinta que con tal de ahorrarse unos centavos y tener estrellas que jalen público, trae a Selena hablando terrible español (“se apellida Gómez, seguro le masca al español”, han de haber pensado). Si al menos hubieran entregado buenas actuaciones y un acento verosímil, pero ¿quién tiene tiempo para nimiedades?
Scorsese se empeñó en tener en su cast a miembros de la comunidad Osage para contar la historia de Killers Of The Flower Moon (2023), ¿acto de exotismo o compromiso con la propia historia que se quiere narrar? Preguntemos a Audiard, porque eso de que “en México no había el talento necesario” (según lo declaró la encargada de casting) es una vil tontería: nosotros también podemos hablar mal español.
Otra ruta de indignación es la cantidad de premios que ha recibido y recibirá la película. Son las mismas voces que cada año nos machacan con que los Oscars no importan (de hecho no), que los Golden son un fiasco (de hecho sí), y que Cannes cada vez está peor (eso no me consta, pero digamos que sí), luego entonces, ¿por qué tan indignados?
No será la primera vez que el Oscar se lo dan a una película que no lo merece, y no por ganar el Oscar te conviertes en un mecanismo de propaganda colonialista. ¿O cuando vieron por segunda vez cosas como Moonlight (2016), o la también muy terrible (ahí sí), Green Book (2018)?
Pero en todo caso, lo que sí molesta, y mucho, es que gastemos tanto tiempo en una película tan mala, cuando a los verdaderos responsables de este infierno no solo no les dedicamos un tuit, sino que además les otorgamos el beneficio de una segunda oportunidad.
¿Qué espera la señora presidenta (con A) para recibir a las mujeres que siguen buscando a sus hijos debajo de la tierra? Andrés Manuel López Obrador tampoco las recibió nunca, ¿por qué nadie se indignó entonces? El silencio de las autoridades debería provocar indignación diaria, no si Selena Gómez sabe o no hablar español.
Son los gobernantes, y no los cineastas, los que realmente se están burlando de nuestra tragedia.