El uso del plano secuencia (tomas largas que se filman de manera sostenida sin hacer corte alguno en la acción) en el cine y los medios audiovisuales de los últimos 20 años se ha vuelto un cliché. Pareciera que hay una competencia por ver quién hace el plano secuencia más espectacular, no importando si sirve o no al desarrollo de la cinta.
El plano secuencia es hoy lo que la edición frenética al estilo MTV fue para el cine de los años noventas: una muletilla de la cual abusaron varios directores de la época porque aquello era “lo nuevo”, “lo moderno”.
En Adolescence (Reino Unido, 2025), el plano secuencia es el gran elemento que atrae de inmediato la atención. Y es que esta miniserie de origen británico con tan solo cuatro episodios de una hora de duración cada uno, está filmada en su totalidad mediante un plano secuencia.
Creada por Stephen Graham y Jack Thorne, y dirigida por Philip Barantini (Boiling Point, también filmada en plano secuencia), Adolescense inicia en Yorkshire, Inglaterra. Un detective y su compañera platican dentro de un auto. De repente se da la órden por radio y junto con un equipo SWAT, los detectives irrumpen con lujo de violencia a una de las casas del suburbio cercano. Ahí viven los Miller, una típica familia de cuatro integrantes que es violentamente inmovilizada por la policía mientras los detectives esposan al pequeño hijo de trece años, Jamie. ¿La razón? Está acusado de haber cometido homicidio.
Lo que sigue es una auténtica pesadilla: Eddie (Stephen Graham) el padre de Jamie, se va junto con su hijo en la patrulla rumbo a la estación de policía, ahí lo ficharán, le tomarán fotos, muestras de sangre y le harán una inspección completa sin ropa, todo ante la mirada quebrada de su padre quien sigue sin creer lo que está pasando. Después viene la charla con los detectives y el motivo de su arresto: hay evidencia de que el pequeño Jamie Miller (un absolutamente extraordinario Owen Cooper, quien ya debería tener todos los premios) apuñaló a una de sus compañeras de escuela hasta dejarla sin vida.
Pero si la trama ya es de por sí sorprendente, lo que resulta casi increíble es que todo lo que narré en los párrafos anteriores sucede frente a nosotros en una sola toma continua sin corte alguno: desde la charla de los detectives en la calle, hasta el allanamiento de la casa de los Miller, el subir al segundo piso por el pequeño Jamie, treparlo a la “julia” (como les dicen aquí en CDMX), llevarlo al precinto, tomarle las fotos, etc. Todo sucede sin que la cámara (a cargo de Matthew Lewis) haga un solo corte, moviéndose en todas direcciones, sin atadura alguna.
Una de las polémicas que desató la serie es si el plano secuencia era necesario o no para narrar esta historia. ¿Estamos frente a un costoso pero llamativo truco para atraer la atención?
La polémica obliga a pensar en el lenguaje del cine. El mítico director ruso, Sergei Eisenstein decía que el cine funcionaba a partir de cortes, una “colisión de planos” que se usaba para manipular las emociones del público y así crear “metáforas cinematográficas”.
Su colega ruso, el no menos influyente Sergei Andréi Tarkovski, en su libro seminal Esculpir el Tiempo, sostenía que la esencia del cine no reside en el corte sino en el paso del tiempo dentro del plano. Una cámara sostiene el plano mientras el tiempo mismo transcurre ante nuestros ojos.
Hay quien dice que el plano secuencia es lo más cercano que el cine va a estar de la realidad, que el plano secuencia es un reflejo de nuestra percepción del mundo. Esta afirmación tiene varios asegunes, ¿acaso el ser humano no parpadea al estar mirando la realidad? El parpadeo es el corte que hace que la mirada humana no pueda ser un plano secuencia, ergo lo más cercano a la realidad es la “colisión de planos” que decía Einstein.
En el caso de Adolescense, el plano secuencia trasciende al mero gimmick. A pesar de que cada capítulo tiene un objetivo distinto, en todos ellos el plano secuencia cumple una función que empata con esos objetivos.
El primer episodio es meramente un episodio procedural. El objetivo es mostrar en carne propia el procedimiento de captura, detención, y arresto de un presunto delincuente y cómo esto afecta a su familia. El plano secuencia hace que no nos separemos ni un momento de toda la sucesión de eventos, sin que la tensión baje sino que al contrario, la incertidumbre, la violencia de la policía, y lo invasivo del proceso lo vivamos en carne propia con los protagonistas.
No obstante aquí hay un truco: en todo este viaje casi no hay tiempos muertos. Tal vez por ello el momento en que el niño y el padre van en la patrulla sea uno de los más logrados de este episodio. El silencio se hace presente luego de una secuencia de tensión máxima. El silencio aquí dice mucho. Pero en general los “tiempos muertos” son aniquilados desde el guión. Y es entendible: nadie quiere ver el pasto crecer en tiempo real, pero luego entonces esto demuestra que el plano sostenido no es el reflejo de la realidad.
El segundo es un muestrario del universo adolescente. La cámara se pasea como un extranjero en un conjunto de peceras (los salones de clase) donde somos testigos de la condición de las escuelas en aquel lugar, así como las dinámicas del mundillo adolescente, el bullying como un estilo de vida, la indisciplina como un mal que ningún profesor puede contener, la apatía de los maestros ante el caos diario. Es un milagro que alguien sobreviva a este mundo, es un milagro que alguien aprenda algo. El mundo adolescente y el mundo adulto se reflejan en la plenitud de su distancia. La clave para entender el caso está en Instagram, ¿dónde más?
Este episodio es el que presume más músculo técnico: un muchacho salta por la ventana para huir de la policía y la cámara lo sigue de manera inexplicable para luego hacer que la toma se convierta en una persecución. ¿Cómo hicieron eso? Es la pregunta que una y otra vez nos hacemos al ver esta serie.
El tercer episodio es sin duda el mejor. La suma de todo lo que la serie quiere hacer. De nuevo, un plano secuencia, pero en esta ocasión se trata de una escena con tan solo dos personajes que conversan en un lugar fijo. El pequeño Jamie de 13 años y una psicóloga del estado que habla con él para emitir un diagnóstico que sirva para el juicio. Frente a nosotros veremos la transformación del personaje interpretado magistralmente por Owen Cooper y el rostro de horror de la psicóloga, interpretada por Erin Doherty.
Es el mejor episodio no solo por la elegancia técnica y las actuaciones de primerísimo nivel, sino también por la forma como nos manipula y el caudal de preguntas que nos provoca. De la incredulidad sobre la culpabilidad de Jamie, pasamos a la certeza de su responsabilidad y de regreso. De nuevo nos hace cuestionarnos sobre si el niño en el fondo es una víctima del entorno hostil o es simplemente un monstruo que desafía la idea de la inocencia infantil.
El último episodio de la serie es un final abrupto que nos lleva hacia la parte tal vez más dolorosa de toda esta historia: los padres. ¿Cómo sobrevive una familia a un evento cómo éste? Aquí el plano secuencia actúa como agente que contagia el hastío ante la situación y el dolor ante la ausencia. Es cumpleaños del padre y toda la familia intenta pasarlo bien, pero las externalidades (un par de adolescentes que vandalizan la camioneta del padre) detonan el coraje interno que no es sino otra forma de expresar dolor. Esos continuos cambios de emociones se reflejan mejor en el plano secuencia.
Aquí la serie da el último golpe de genialidad técnica: el plano inicia a ras de piso y de repente vuela libremente para aterrizar en otro punto. ¿Cómo hicieron esto? Es de obviedad pero no deja de sorprender: al vuelo la cámara se montó en un dron listo para despegar.
Adolescence es sin duda la mejor serie de Netflix en lo que va de 2025, y una seria contendiente para convertirse en serie del año. Compleja no solo en lo técnico sino en el tema que trata. La adolescencia en efecto es un infierno, uno que se potencializa con las redes sociales, el bullying constante, el ambiente hostil y la masculinidad tóxica.
Pero lo más notable es que Adolescence es una serie que no busca dar respuestas, no busca aleccionar a nadie, no se regodea en la tragedia y el escándalo. Es una serie que provoca preguntas a las cuales aún nadie aún tiene la respuesta definitiva.