A estas alturas ya es difícil no reconocerlo: parece que no hay personaje que se le resista a Timothée Chalamet. Desde aquel adolescente hedonista y con el corazón roto de Call Me By Your Name (Guadagnino, 2017), al lacónico Paul Atreides de la saga Dune (2021-2024- ), pasando por el divertidísimo pero extravagante Willy Wonka de la cinta homónima.

A la lista habría que sumarle uno más. El Bob Dylan de Chalamet es completamente convincente: la forma de hablar, de caminar, de tocar la guitarra e incluso de cantar. Y aunque hay algo de botarga en esta actuación, lo que mejor proyecta es el hastío, el aburrimiento, la petulancia de un Bob Dylan que se sabe genio y que le da flojera que lo admiren por ello.

A Complete Unknow (USA, 2025) inicia con un joven “Bobby” que llega a Nueva York para visitar a uno de sus máximos ídolos, Woody Guthrie (Scoot McNairy), leyenda de la música folk que para ese entonces (finales de los sesenta) ya se encontraba postrado en cama de hospital debido a la enfermedad de Huntington que padecía.

Coincidentemente (¿milagro de guión o historia real?), en el mismo cuarto se encuentra el activista y también leyenda del folk, Pete Seeger (Edward Norton). Cuando le piden a “Bobby” que toque una canción, ambos quedan absolutamente sorprendidos por las letras, la voz y la música que este pequeño adolescente es capaz de interpretar.

Estaban viendo a una leyenda viva en ciernes.

Sea por esa admiración temprana, sea porque el tipo era muy buena onda, el chiste es que Seeger no solo le da una cama y un cuartito en su propia casa, sino que lo invita a cantar en algunos clubs underground de la escena Folk. Rápidamente corre la leyenda de Dylan y las disqueras se acercan, aunque no para ofrecerle grabar sus canciones sino covers de famosos temas folk (Bob Dylan, 1962).

Pero no se preocupen, rápidamente llegamos al primer momento cumbre, el lanzamiento del disco que catapultó a la fama a un Dylan de apenas 20 años, The Freewheelin' Bob Dylan (1963). En ese inter, el cantante conoce a dos mujeres fundamentales en su vida. Joan Baez (Monica Barbaro, nominada al Oscar por este papel) con quien tendrá una relación “complicada” en la que ella se la pasa viéndolo con ojos inquisidores y aguantándole sus desplantes, y Sylvie Russo (Elle Fanning), personaje de ficción que parece sustituir a la verdadera novia de Dylan de ese entonces, Suze Rotolo.

Resulta que el verdadero Bob Dylan le pidió al director de esta cinta, James Mangold (Walk The Line, Ford vs Ferrari), que Rotolo no apareciera en el filme porque “ella no era una figura pública” (falleció en 2011). Lástima para Elle Fanning porque no solo le tocó un papel que no existe en la historia real, sino que además le tocó el peor escrito de todo el guión -realizado a dos manos por Jay Coks y el propio Mangold.

Mangold no es precisamente un autor pero al parecer tiene cierta inclinación a hacer películas sobre personajes reales en momentos específicos de su vida: el cantante Johnny Cash (Walk The Line, 2005), los pilotos Carroll Shelby y Ken Miles (Ford V Ferrari, 2019), el sheriff Ralph Lamb (Vegas, 2012-2013),  y ahora Bob Dylan.

Mientras más oscura sea la historia del personaje en cuestión, mejor para Mangold, quien con la libertad que le da la licencia poética se permite armar escenarios interesantes, dramáticos, a veces hasta emocionantes, pero que siempre nos hacen levantar una ceja y preguntar, ¿eso habrá sido verdad?

En este caso la mejor secuencia de la película en efecto fue real. Y es que el filme es una adaptación de la novela de Elijah Wald, Dylan goes electric! (2015), que narra (al igual que esta película) el momento en que Dylan decide abandonar la guitarra acústica para empezar a hacer música con sintetizadores y guitarras eléctricas, lo cual fue tomado por la comunidad del folk como una traición.

Si para algo sirve esta cinta, es para ser testigos de cuando “los sesentas se dividieron”. Se trata de un festival de Folk al que Dylan acude y en el que todos (incluyendo Pete Seeger) le piden que no sea malo y que toque las canciones viejitas y con guitarra acústica, sobre todo para no enojar al respetable y que empiece la lluvia de tomates.

Pero Dylan para entonces ya no es “Bobby”, el éxito lo ha convertido en este tipo insufrible que no aborrece la fama, no soporta a los fans, no soporta que en las fiestas le pidan que cante algo, que anda todo el tiempo con gafa oscura, incluso de noche, y que resulta tan insoportable como indescifrable.

Estamos pues frente a un filme divertido, por momentos didáctico, menor frente a Walk The Line (la biopic sobre Johnny Cash dirigida por el mismo Mangold), y que a pesar de su buena manufactura es sin duda uno de los eslabones más débiles entre las nominadas a mejor película en los Oscar de este año.

Timothée Chalamet merece la nominación, pero su interpretación de Dylan se desvanece frente a lo hecho por Cate Blanchett en otra cinta sobre el mismo cantante: I’m not there (Haynes, 2007).

Eso sí, los fanáticos del folk y de Dylan saldrán satisfechos al escuchar que la película (¡vaya decisión atinada!) está repleta de canciones durante los 141 minutos de duración de la misma.

A pesar de que todo está tapizado de un tamiz dulce (nunca vemos a Dylan fumando marihuana ni mucho menos), Mangold al menos deja intacta a la leyenda, no haciendo al personaje particularmente amigable. Bob Dylan sigue siendo ese hombre hermético, de pasado misterioso (recuerden que su nombre real es otro), petulante e insufrible que no parece estar nunca satisfecho: ni cuando ganó el Nobel de Literatura tuvo la delicadeza de ir por él.

¡Vaya tipo!

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