Si hay algo que nos puede unir a las mujeres de distintos partidos e ideologías además de las buenas intenciones por tener un mejor país, es desafortunadamente la violencia que vivimos. La lucha contracorriente que emprendemos día a día para ganarnos un lugar en la conversación, en la toma de decisiones. Es remar contra los abusos y sobre todo contra un sistema que pareciera estar estructurado para que sea imposible penetrarlo y cambiarlo. Como mujer he sido testigo de esto una y otra vez, de la arbitrariedad de poner un candidato hombre en algún puesto solo porque es hombre. He sido testigo de cómo las mujeres son objetivadas y minimizadas en sus ideas y sus opiniones. Lo que es lo mismo que ver cómo el simple hecho de ser mujer nos pone en una situación vulnerable. En la política podemos revisar múltiples casos de distintas posiciones en las que el resultado es siempre lo mismo. Todas son “la esposa de” “la hija de” “la hermana de”. Pero son las mujeres las que están cambiando la forma de hacer política no solo en México sino en el mundo. En Europa tenemos un par de ejemplos muy claros de los últimos años de mujeres que han hecho no solo valerse en una posición poderosa sino que han dejado muy en alto el nivel de sus gobiernos. Está el claro caso de Angela Merkel en Alemania o Sanna Marin en Finlandia. En México, por el contrario, tenemos una resistencia que pareciera cultural incluso dentro de los más altos rangos de las dirigencias políticas. ¿Dónde están las mujeres que hacen política más allá de ser reconocidas como las esposas, las hijas y las madres? Hoy en día, las mujeres estamos viviendo un momento anacrónico: vivimos el desplazamiento, la imposición y la misma desigualdad frente al género masculino en la vida política. Y qué pasa con todas las demás mujeres que estamos al frente de una idea, día tras día, cual trabajo y convicción demostramos no solo en las mesas de trabajo sino en las calles que conocemos y representamos. La necesidad de que nuestra trinchera política nos respalde es una urgencia. El partido que sea debe estar consciente del valor que tenemos como seres políticos. No somos una cuota de género, somos las mujeres que representamos alcaldías, ciudades y estados. Y aunque somos las mismas que debemos callar para no arruinar nuestras propias carreras políticas, somos también las que día con día encontramos la forma de dirigir nuestro movimiento hacia un sitio más congruente. Donde verdaderamente no exista la violencia de género en ningún partido y en ninguna institución. Somos una generación que está dispuesta a hacer política desde la congruencia pero también desde la verdad, por eso somos un movimiento ciudadano.