Hay imágenes bellas de origen. Cargadas de significado. Como las que se crean en momentos históricos. Estos días las estamos presenciando con la muerte del papa Francisco.

Desde su fallecimiento, se ha vuelto a hablar de la película Cónclave que se coronó con el Oscar a Mejor guion adaptado.

El filme que se centra en el proceso que se llevará para elegir al nuevo jefe de la Iglesia católica despierta gran interés.

Revisitarlo estos días también ha servido para que los expertos enfaticen los hechos de la ficción que no se apegan a la realidad.

Pero eso no es lo que importa. Lo que se ha hecho evidente es que no hay cine sin referentes, no hay grandes historias sin temas esenciales, ni héroes o villanos, sin seres humanos que los inspiren.

El féretro a la altura de la tierra, un ataúd sencillo en lugar de tres suntuosos, su sepultura afuera del Vaticano que le permitió tener un último recorrido hacia la Basílica de Santa María la Mayor entre su gente, en contraste con los mandatarios más poderosos del mundo rindiéndole honores, son algunas de las imágenes imborrables.

Un Papa culto, que disfrutaba del arte y de la poesía. Que no temía hablar de todo y a todos.

Así como en la película se ve al cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) atormentado porque además de que ha perdido a un amigo, sobre él recae la tarea de asegurar que la elección del nuevo pontífice sea lo más limpia posible, ahora hemos visto al cardenal camarlengo, Kevin J. Farrell, despedirse de su camarada. Cuántas confidencias habrán quedado entre ellos.

Cómo habrán sido esas charlas en las que el Papa tuvo que imaginar los detalles de su despedida y el último mensaje que con cada decisión le comunicaría al mundo, el que deja en llamas y en el que en su funeral, por sorpresa, Trump y Zelensky se sentaron a hablar.

En su guion, el Papa antes de irse todavía tuvo oportunidad de reprender a JD Vance por las políticas migratorias de EU. También pudo elegir a 108 de los 135 cardenales que votarán a su sucesor. Incluso vetó a un cardenal por corrupción (Angelo Becciu) que en estos días pelea por estar en el Cónclave, alegando que las leyes le impiden ser votado, pero no votar.

A ese conflicto se suma el de la incertidumbre de hacia dónde se dirigirá la Iglesia.

Cuesta aceptar que esta vez, a diferencia de lo que podemos experimentar en la cinta en la que somos testigos de una decisión que impactará al mundo, en el juego real estaremos excluidos de todo: los susurros entre muros, las miradas cómplices, la tensión entre los favoritos. Pero lo que los escritores de la cinta basada en la novela homónima de Robert Harris no pudieron conseguir es crear una de las imágenes más hermosas, radicales y libres que nos ha dejado el papa Francisco. La de ver cómo se fue con sus zapatos de siempre.

Los de cordones negros, sencillos y gastados con cientos de pasos acumulados por un lento pero firme caminar por las tierras que recorrió. Ese final, no se le pudo ocurrir ni al mejor artista.

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