En años pasados, los grandes creadores nos hablaron de la maternidad como fuerza. De su ausencia, de sus heridas, de su potencia y fragilidad.

La figura de la madre se convirtió en una metáfora para entender un mundo en transformación: el futuro, los deseos, los vacíos, la identidad.

En este último Festival de Cine de Venecia la conversación cambió de foco: el eje que atravesó a las películas fue la paternidad. No como un retrato idealizado, sino como una grieta abierta en la que caben sentimientos como la rabia, el rencor, la búsqueda.

Guillermo del Toro con Frankenstein nos recordó que el vínculo paternofilial no es sólo de sangre, sino también de la responsabilidad que está en la creación y, a veces, en su rechazo. El monstruo busca un padre que lo reconozca y abrace pese a sus debilidades. En la historia de Mary Shelley que el director revisita, la liberación a través del perdón se convierte en la única salida frente al abandono.

Paolo Sorrentino, en La Grazia, traza un camino similar: habla de un hombre intachable que tropieza con sus propias sombras y rigidez, de la hija que necesita verlo vulnerable para poder acercarse y de la absolución como conflicto ético en un territorio en disputa.

Por su parte, el mexicano David Pablos, con su cinta En el camino, retrata con crudeza la desesperación de quien busca una figura paterna en carreteras rotas, en traileros, en cuerpos prestados. Cualquier refugio que parezca ofrecer la protección y el amor.

No es casual que el cine enfoque la mirada en la energía del progenitor. El mundo grita que tenemos que revisar nuestras figuras de autoridad. Lo masculino, asociado al poder, a la dureza y al control, está expuesto en su fragilidad e incapacidad. El padre ya no es guía, proveedor o justicia; es también indiferencia, herida, crueldad.

Los visionarios nos confrontan con una verdad incómoda: necesitamos repensar qué papel deben jugar los padres en un tiempo en el que los referentes se tambalean. Encontrar cómo volver a acercarnos a esa fuerza.

Según los cineastas, la única forma de poder comenzar a reconstruir el arquetipo masculino con integridad y compasión es a través de la reconciliación. Sin ella no hay futuro posible, alertan. Perdonar al padre, perdonar al hijo, perdonar lo que se rompió: ahí está la tarea urgente.

Por eso este tema seguirá en los siguientes Festivales y en la carrera hacia los premios que Venecia comenzó y concluirá en los próximos Oscar. Porque la paternidad como metáfora, pero también como camino, está en el centro de la conversación artística. Al igual que no se abandonará la crisis de la masculinidad —que lleva años en los tinteros— pues no hemos logrado resolverla. Entender cómo esta energía, con sus luces y sus sombras, sostiene —o derrumba— el mundo que habitamos, es crucial. Las historias nos marcan por dónde está vibrando el espíritu de nuestro tiempo. Hoy nos dicen que ha llegado el momento de cuestionar al padre para transformarlo. Y luego, absolverlo.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS