La misma cara de sorpresa que intentó disimular con elegancia Demi Moore al ver que el Oscar era para la joven que interpreta a una stripper neoyorquina, fue la que se nos quedó a la mayoría de los que esperábamos que Hollywood reflexionara sobre sí misma y le diera el trofeo a una actriz que se atrevió a encarnar la crueldad que sufren las mujeres a las que los productores de la industria no quieren ver en pantalla después de cumplir 40 años.

Meryl Streep ha contado que cuando amaneció para celebrar su cuarta década de vida le dio un codazo instintivo a su marido y le dijo: “¿y ahora qué voy a hacer? Ya no me darán más trabajo”. Sabemos que la historia para Streep no ha sido esa y se ha coronado como la favorita de todos los tiempos, pero lo que pocos conocen es que a partir de entonces Meryl ha dedicado sus recursos y talento a promover guionistas interesados en crear personajes para mujeres maduras. Lo mismo han hecho Reese Whiterspoon, Jennifer Aniston y Charlize Theron, entre otras actrices, al crear sus productoras para no ser olvidadas al surgir sus primeras arrugas.

Lo que nos plantea la directora Coralie Fargeat en La sustancia es importante. Una cinta rompedora y arriesgada no sólo por la forma sino porque a Hollywood no le gusta que la critiquen de frente.

La posibilidad de que un personaje como el que encarna Demi triunfara al mostrar la tiranía de la belleza a la que son sometidas las mujeres en una industria que castiga el paso del tiempo, era una esperanza de redención y justicia. Porque si alguien ha sufrido la invisibilidad de la madurez ha sido la propia Moore, a quién los reflectores adoraron y luego condenaron a la oscuridad. Una actriz que según me explicó Fargeat, “fue la única que se atrevió a interpretar este papel y ponerse bajo el escrutinio de todos”.

Para Caroline, La sustancia no podría haber sido hecha sin el manto del género de terror, pues era la mejor forma de que las audiencias toleraran el tema. La tortura auto impuesta a la que muchas estrellas deciden someterse tiene un componente social desalmado: a ellas se les exige conservar las carnes firmes, eliminar cualquier muestra del paso de los años, aunque eso también las borre como personas.

“La principal crítica de La sustancia es la que yo me he hecho a mí misma. Pese a ser una mujer independiente y educada he caído en el miedo de verme en un espejo y no querer aceptar mi madurez”, agregó Fargeat.

La paradoja es que Demi Moore se quedó en los pasillos de la gloria con su personaje como espejo. Pensamos que Hollywood por fin estaba preparado para encumbrar el discurso de que el tiempo puede jugar a favor de las actrices. Se quedó en un intento. Al final, la chica de 25 años (que hace un papel extraordinario pero que estaba reconocida en el Premio a Mejor Película, el máximo galardón posible), fue la que subió al escenario.

Nos perdimos el discurso de Moore, pero sobre todo, la imagen de esa estrella renacida, fuerte y brillante que nos dejó con la sensación de que seguimos a años luz de la igualdad y los clichés.

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