A lo largo de las décadas se han retratado en el cine de terror narrativas de personas con discapacidad —personas con diversidad funcional— con el propósito de ahondar en temas como la monstrificación, marginación y el capacitismo. Desde Freaks, una de las cintas más censuradas en la historia, donde la representación se ve mermada debido a que deja por sentado a estos artistas circenses como unos asesinos, despiadados, vengativos.
¿Cuáles habrán sido los motivos por los que dichos directores hayan decidido sostener sus argumentos con personas con alguna discapacidad como protagonistas?
En el 2017 se estrenó ‘The Evil Within’, la cinta póstuma del empresario y heredero petrolero Andrew Getty. Dennis, un chico con discapacidad intelectual mantiene un diálogo interno que poco tiempo después pasa a encarnar la figura de un monstruo —muy a lo Donnie Darko—. Dennis percibe su hogar y su cuerpo como una pesadilla, una prisión. Tiempo después este monstruo, su “alter ego” le aconseja realizar una serie de asesinatos para dejar de ser percibido como una persona “lenta” e infantilizada, y por el contrario, ser visto como un individuo suficiente y capaz de infligir daño como cualquier otro ser humano.
La alienación de Dennis es clara y se remarca cuando se conoce a quienes le acompañan en su cotidianidad; su hermano, quien es su cuidador, desesperado tiene la ferviente necesidad de estar con él, y por otra parte, tanto su terapeuta como su novia le aconsejan dejar a su hermano en un hospicio para que él pueda retomar su vida.
¿La reclusión social será la solución?
Dennis, hasta el hartazgo de la culpa que lo carcome por saberse un “estorbo” inicia la matanza.
Otra cinta con un argumento similar es May (Lucky Mckee, 2002) una chica que a causa de un estrabismo, su madre le marca esa diferencia física de los demás, lo que genera un rechazo por parte de su entorno, provocando un nulo desarrollo social que al pasar de los años le cobra factura y comienza a generar sociopatía. Al no tener idea de cómo hacer amigos, se hace uno. Mata a las personas necesarias para crear a ese amigo de carne y hueso que por tanto tiempo anhelo tener.
The Evil Within y May, contundentes tanto en el argumento como en el desenlace, sin un ápice de redención ni reivindicación por parte de los protagonistas, sino al contrario, cargados hasta desbordar de subversión en su sentido más crudo e incómodo capturan los riesgos y complicaciones existenciales de quienes salen de la “normatividad”, de los no hegemónicos.
¿Qué tanto —o no— se pueden justificar las acciones llevadas a cabo del oprimido en contra del opresor? ¿Quién es el verdadero monstruo, quien habita el cuerpo o la sociedad que monstrifica?
Ambas, carentes de proezas técnicas, argumentales, inclusive de continuidad, son abundantes en cuanto al subtexto de la marginación social y sus fatídicas consecuencias. Al mismo tiempo que juegan con el horror y lo terrorífico, muestra las noblezas y virtudes del terror cómo género para lograr una denuncia social voraz de grupos vulnerables y olvidadas por los otros.