No me fijé en mi boleto de tren y tuve que pagar uno nuevo en el último minuto. Aparentemente el cambio se haría sin costo, pero el hombre del mostrador fue poniendo obstáculos hasta que me colocó en situación de “Lo toma o lo deja”.

Hace años, los boletos de último minuto eran más baratos: la empresa prefería un mínimo ingreso. Hoy parece que se ha puesto énfasis en la circunstancia del viajero, por lo común de emergencia. Y se cobra por ello. Al menos, así he vivido un par de coyunturas como la anterior. Ojalá esta vivencia mía no sea digna de generalizarse como una regla en la relación entre empresas de transportes y consumidor.

A partir de cada aprendizaje tomo mis próximas decisiones. Si quiero, prescindiré de los trenes en adelante, aunque me temo que se trata de un monopolio u oligopolio. Afortunadamente hay otras opciones –avión, renta de autos, dar mi conferencia en línea–, y eso ayuda a que disminuyan los costos, según reza la más antigua de las leyes de la vida económica (o creo que así reza).

No soy economista; sin embargo, soy sujeto económico y he vivido mis economías desde que tengo uso de razón. De hecho, si no hubiera tomado una serie de decisiones al respecto, hoy no tendría tiempo ni calma para escribir estas reflexiones.

Como sujeto económico que soy y como animal de polis –de la ciudad griega: el país, incluso el mundo, el planeta–, percibo que mis poderes personales, frente a la cuestión pública –la res publica–, son mis decisiones como consumidor y mis decisiones como votante.

Consumo y voto. Voto y consumo. Hoy, 14 de febrero, es uno de los días en el año con más consumo. Otros días son el 10 de mayo, el Black Friday a la mexicana y desde luego las jornadas decembrinas y el 5–6 de enero para los pundonorosos progenitores, sobre cuyos hombros descansa la heroica tarea de mantener en buenas cifras la tasa de remplazo demográfica y, por ende, el pago de pensiones futuras.

¿Cuáles son las dos cosas más en riesgo de manipularse hoy en día? ¿No serán el voto y el consumo?

Como votante no me he sentido nunca manipulado, aunque sí quisiera conocer más opciones con propuestas claras por parte de personas con trayectoria sólida.

Como consumidor me veo expuesto a un sinfín de ofertas y como filólogo me fijo en el discurso publicitario y lo analizo.

No me gustaría –no– vivir en una sociedad de monopolios: perdería mi poder como ciudadano. Tendría que subirme siempre al tren, aunque no me gustaran los sobreprecios de último minuto.

En todo caso, veo que las personas mayores siguen siendo sujetos económicos. Esto se fortalece con decisiones acertadas, como la exención de pago en el transporte urbano: la persona mayor se moviliza y al movilizarse se mantiene motivada (palabra que se relaciona etimológicamente con movimiento, con movilidad), activa, y así se siente con ánimo para el cuidado de su salud y otros menesteres.

En España ha habido cierta inquietud entre los jóvenes frente a los ingresos de las personas mayores, frente a las pensiones. El tema es vasto. Bástenos pensar aquí que si una persona es sujeto económico no únicamente cuando produce, sino cuando consume, entonces una persona mayor es un factor interesantísimo para los distintos circuitos económicos. Y puede ayudar a la gente joven de modo directo o indirecto.

Si me juzgan, quiero que me juzguen por mis decisiones como consumidor y como votante, siempre con respeto a cada una de ellas.

Hoy el poder a la hora de decidir qué consumimos es un poder que ejercemos de manera constante. El consumo socialmente responsable es una vía para que ayudemos al planeta, nuestra casa, la única posible a menos que el universo tenga un plan b para transportarnos a ocho mil millones de pasajeros a otro sitio menos contaminado (el rechazo al discurso crítico no cambia las condiciones: seguimos contaminando, aunque por fortuna hay muchas acciones para paliar los efectos nocivos, ninguno de los cuales será jamás tan desastroso como una guerra).

Las recientes manifestaciones en la Ciudad de México tienen que ver, según entendí, con costumbres y conductas económicas: el comercio formal frente al comercio informal.

Una economía plenamente sana debe ser una economía plenamente formalizada, en la cual todos los ciudadanos, todos los comercios y todas las empresas paguemos los impuestos que corresponden y recibamos todos los servicios que nos merecemos, comenzando por la seguridad.

Hoy –se nos instruye– es el Día del Amor y la Amistad. ¿Amor al pueblo, que entretanto se nos vuelve polis, país, planeta? ¡Qué mejor regalo que una economía cien por ciento formal, por más difícil que sea la tarea!

La historia sabe que el comercio ha sido una fuente de riqueza. El libre comercio facilitó la expansión mutua en un ejercicio de ganan–ganan, superación del ojo–por–ojo y del pierde–tú–aunque–yo–también–pierda, tan propios de la venganza y de la guerra.

Las tres economías de América del Norte están tan integradas que no parece pertinente un boicot a productos estadounidenses aprovechando nuestro poder como consumidores.

Por lo pronto, la Presidencia de la República ha manejado bien el delicadísimo aspecto de la comunicación, sabiéndolo decisivo.

La fuerza de nuestra economía formal –a la vez libre e integrada: dinámica–, gracias a nuestros esfuerzos cotidianos como sujetos económicos responsables, será la mejor manera de respaldar a la Presidencia y al país, mucho más allá de un posible boicot.

Y todas nuestras reflexiones, esbozos de ecuaciones, deberán incluir siempre la educación y la empleabilidad como factores esencialísimos para que superemos la insidiosa coyuntura naranja.

La defensa de nuestro México es una tarea a corto, mediano y largo plazos.

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