Muchas y muchos columnistas y articulistas coincidieron en que la sesión de la Cámara de Diputados del pasado 25 de marzo era histórica por lo vergonzosa que resultó, afirmando algunos que nunca habían atestiguado, por décadas, un desaseo de tales dimensiones.
Coincido y afirmo que Cuauhtémoc Blanco Bravo será muchas cosas menos dos: víctima y, sobre todo, inocente de algunas de las múltiples imputaciones que a lo largo de su carrera política, de casi una década, se le han venido señalando y acumulado.
Conocí personalmente a este personaje en diciembre del 2015 y, ya en su calidad de alcalde a partir de enero del 2016, por mi responsabilidad institucional como Comisionado Estatal de Seguridad Pública en Morelos, tuve la obligación de mantener una relación institucional con este sujeto, de quien inmediatamente percibí una personalidad arrogante, de una profunda ignorancia, de pocas cualidades intelectuales y de una permanente e impulsiva personalidad que denotaba, además, poco respeto y educación social.
Sin duda, su candidatura causó furor en la sociedad cuernavacense; un ídolo deportivo nacional parecía divertido para muchos sectores sociales al poder retar a la clase política local, tan criticada por décadas por sus ineficiencias, abusos y excesos. Su limitado discurso, que no pasaba del “no les voy a fallar”, despertaba cierta esperanza, aunque sus profundas limitaciones intelectuales le impidieron, en todos esos años, hilar con frescura la más mínima estrategia institucional para resolver los problemas de la comunidad que gobernó a través de la manipulación, el engaño y las más atroces distorsiones.
Lo que a mediados del 2015 inició con una mentira de la supuesta residencia legal del ídolo deportivo para competir electoralmente, se convirtió también en una broma política ideada por los hermanos Julio y Roberto Yáñez Moreno, dueños del Partido Social Demócrata, cuyo interés inicial era llevar a una figura famosa para conservar su registro como partido político; tuvo como consecuencia, a la postre, la peor tragedia institucional en la historia de Morelos, con incalculables costos en vidas humanas, con grandes afectaciones a la actividad económica, con un detrimento en la calidad de vida de sus habitantes y con uno de los desequilibrios más profundos en materia de gobernabilidad en la historia de esa entidad federativa.
En esta trágica trayectoria política, el Cuau se hizo experto en traicionar a todo aquel con quien hizo alianzas políticas: primero traicionó, a escasos 7 meses de asumir la alcaldía de Cuernavaca, a los hermanos Yáñez Moreno, los descubridores de su talento político; después le dio la espalda a Osorio Chong, quien le allanó la llegada a su candidatura a la gubernatura, a pesar de las determinaciones de la fiscalía de delitos electorales que había determinado las inconsistencias de la residencia morelense del futbolista; posteriormente, y a su llegada al gobierno del estado, traicionó a Hugo Erick Flores, el mandamás del Partido Encuentro Social en aquel tiempo, quien lo llevó de la mano al gobierno del estado y a quien, según los dichos de este último, lo amenazó de muerte, jurando mandarlo en pedacitos con su mamá. A esa lista hay un largo etcétera en donde se incluyen figuras como Pablo Ojeda y su escudero de toda la vida, José Manuel Sanz Rivera, de quien era impensable su rompimiento por las múltiples travesuras que se presume desarrollaron en complicidad.
Lamento profundamente que, en todo este escándalo, el interés por la víctima con lazos consanguíneos con el futbolista pase casi desapercibido. Es ridículo pensar que alguien tuviera la capacidad de manipular a tal extremo a una persona con esa cercanía familiar en una denuncia por delito sexual, con todas las implicaciones personales, legales y familiares que esto representa.
De las demás imputaciones, no dudo que pronto tengamos noticias y, a lo mejor, estas vendrán de lugares que trascienden las fronteras de nuestro país, pero deseo profundamente que la justicia mexicana dé muestras claras de su imparcialidad y rigor.
