En las últimas semanas, la atención mundial se ha centrado en el horror que se vive actualmente en la región de Israel y Palestina, cuyos actos son diametralmente opuestos al concepto de humanismo. Las imágenes que se difunden por todo el mundo no tienen nada que envidiar a la barbarie de las guerras medievales. Los medios de comunicación internacionales han informado que aproximadamente 4,200 personas han perdido la vida como resultado de este conflicto, según datos de la ONU.
El campo de batalla no se limita únicamente a la zona de conflicto, sino que se extiende al terreno de la comunicación. Aquí, las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales relatan historias que pueden tanto victimizar como demonizar, generando una indignación internacional que inevitablemente provoca simpatía o solidaridad hacia uno de los dos bandos en disputa. Aquellos de nosotros que nos dedicamos al análisis diario de los fenómenos de violencia e inseguridad no somos ajenos a las emociones que estas noticias suscitan. Nos enfrentamos a la inevitable tarea de discernir las causas del conflicto y evaluar la carga de responsabilidad que recae sobre cada una de las partes involucradas.
En este sentido, resulta inevitable no realizar comparaciones numéricas, especialmente en lo que respecta al tema de mayor relevancia: las vidas humanas que se pierden y la manera en que son arrebatadas. En el primer aspecto, es sorprendente la disminución del asombro y la sensibilidad que la sociedad mexicana experimenta ante la creciente violencia que ya se ha generalizado en nuestro país. Tan solo en este año, se cobran las vidas de 83 mexicanos al día, lo que equivale a 2,500 al mes, en promedio.
No obstante, en lo que va del 2023, más de 22,500 hombres y mujeres han perdido la vida debido a actos de violencia. Hasta el momento, no se ha observado una demanda social contundente que exija un cambio. Además, ante la ausencia de esta demanda, no se ha implementado una estrategia institucional que sea coordinada, eficaz y que permita medir su impacto para revertir este monstruoso conflicto criminal. Este conflicto provoca un duelo diario y aparentemente interminable en nuestra sociedad. Los mexicanos nos sentimos indignados por el conflicto entre Ucrania y Rusia, y hoy por la guerra de Israel y Palestina. Sin embargo, debido a nuestra propia realidad, nos hemos convertido en una sociedad que “ve la paja en el ojo ajeno y no percibe la viga en el propio”.
El nivel, dramatismo y la magnitud de la violencia en México continúan en aumento, y tanto la estrategia federal como las locales carecen prácticamente de todos los elementos esenciales para lograr el éxito en su erradicación: metas y objetivos concretos, un presupuesto adecuado, evaluación y supervisión por parte de la ciudadanía, certeza institucional y personal para los operadores del sistema, coordinación institucional y, lo más importante, voluntad política tanto a nivel federal como estatal.
Como resultado de todo esto, nuestra nación seguirá ocupando un lugar destacado en la lista de las naciones más violentas del mundo. Esto es un hecho incuestionable. La esperanza debe residir en la capacidad de cada sociedad en su ámbito local para indignarse, exigir y provocar una acción decidida, valiente y eficaz por parte de los gobiernos municipales y estatales.
Esto implica aprender a valorar el incalculable sacrificio de los policías y superar como premisa fundamental el miedo, la apatía, la indiferencia, la indolencia y la falta de solidaridad que han desorganizado a las personas de bien en este país, mientras han organizado a los criminales que se han apoderado de las libertades y valores por los que tantos millones de mexicanos lucharon en la independencia y la revolución, y que dieron forma a la patria mexicana tal como la conocemos hoy.
Exsecretario de Seguridad
Fundador de AC Consultores