Tuve la fortuna de conocer a Isabel Miranda de Wallace en 2008, en un contexto de profunda turbulencia para México. Por aquellos años, entidades como Baja California, Michoacán y otras enfrentaban niveles de violencia que parecían incontrolables. En medio de ese caos, la señora Wallace emergió como una figura excepcional: una mujer valiente, determinada e invencible en sus convicciones, cuya vida estuvo marcada por la lucha incansable para esclarecer lo que ella siempre defendió como el secuestro de su hijo, Hugo Alberto.Nuestra relación se fortaleció años después, cuando asumí el cargo de titular de seguridad pública en Morelos, entre 2014 y 2018. En ese periodo, el estado se había convertido en un epicentro de dolor: las estadísticas lo señalaban no solo como el primer lugar nacional en secuestros por cada 100,000 habitantes, sino como la capital mundial de este delito.
Fue entonces cuando la señora Wallace, con su organización Alto al Secuestro, se convirtió en una aliada clave y, al mismo tiempo, en una voz exigente, demandante y crítica que parecía inconquistable.Recuerdo con claridad una reunión particularmente tensa. Con un manotazo sobre la mesa, me advirtió: “La primera víctima que pierda la vida será tu responsabilidad, y seré la primera en pedir tu destitución si eso ocurre”. Sus palabras resonaron como un eco de su compromiso inquebrantable con las víctimas. Sin embargo, yo estaba convencido de lo que estábamos por implementar y poco más de un año después, cuando las cifras de secuestro en Morelos comenzaron a descender de manera significativa gracias a una estrategia inédita liderada por el entonces gobernador Graco Ramírez —que priorizaba investigar a los secuestradores en lugar de limitarse a negociar rescates—, Isabel mostró la congruencia que la caracterizó.
Reconoció públicamente los avances, siempre en colaboración con organizaciones civiles y con el respaldo de Renato Sales, titular de la Coordinación Nacional Antisecuestro y del liderazgo de Adriana Pineda, la fiscal estatal de la materia.Esa estrategia, que incluyó la unificación de las denuncias en una sola ventanilla y la articulación con el gobierno federal, marcó un punto de inflexión. No solo redujo los índices delictivos, sino que posicionó a Morelos como sede del Sexto Congreso Internacional de Lucha contra el Secuestro y la Extorsión, un evento que reunió a representantes de 25 países. Isabel estuvo ahí, como un pilar de ese esfuerzo colectivo.A lo largo de los años, fui testigo de su entrega. No solo luchó por su hijo, sino que extendió su mano a familias desconocidas, exigiendo atención rápida, profesional y eficaz para quienes enfrentaban la misma pesadilla. Sin embargo, su camino no estuvo exento de controversias. Las críticas y ataques relacionados con la investigación del caso de Hugo Alberto, así como otros asuntos, fueron una constante.
No me corresponde emitir juicio alguno sobre esos episodios; desconozco los detalles y sé que nadie es perfecto y menos en estos menesteres. Lo que sí puedo afirmar es lo que viví a su lado: una mujer que, aun en las desavenencias, demostró una valentía sin igual.Isabel Miranda de Wallace forma parte de un grupo admirable de ciudadanos —junto a figuras como María Elena Morera, Alejandro Martí, Javier Sicilia y Julián LeBarón— que, ante tragedias personales, levantaron la voz con determinación. Durante las épocas de Calderón, Peña Nieto y López Obrador estas organizaciones fueron un faro de esperanza para cientos de familias víctimas de secuestros y desapariciones.
Hoy, su legado se extiende a las madres buscadoras que recorren el país con el mismo espíritu, enfrentando el dolor de haber perdido lo más preciado y transformándolo en una fuerza para exigir justicia.En tantas pláticas interminables, vi en los ojos de Isabel una convicción profunda: la muerte no le preocupaba ni le infundía temor. Su verdadero miedo era que las injusticias en México se normalizaran, que otras madres sufrieran, como ella, la pérdida de un hijo en vida. Hoy, al recordarla, la imagino con una enorme sonrisa, abrazando a Hugo Alberto en algún lugar más allá de esta existencia. Su partida no es un final, sino la trascendencia de una lucha que es más necesaria que nunca y que ojalá inspire a quienes buscan un país justo y en paz.