La renuncia de Alejandro Gertz Manero a la Fiscalía General de la República ha generado múltiples interpretaciones políticas. Que si la presión de la Presidenta. Que si las filtraciones del huachicol, de Rocha y otras más. Pero hay un ángulo del que casi nadie habla, quizá porque revela una verdad elemental sobre la seguridad y la justicia en México, un país con la violencia de México necesita liderazgos capaces de trabajar 20 horas diarias, con decisión, energía, reflejos y presencia real.Y eso, a los 79 y mucho menos a los 86 años es físicamente imposible. No importa el prestigio, la trayectoria o el conocimiento acumulado.

El cuerpo no admite excepciones.Lo digo con conocimiento de causa. Quien ha estado al frente de una institución de seguridad sabe que estos cargos no permiten medias tintas ni horarios de oficina. Son responsabilidades que absorben la vida completa: decisiones a las 5 de la mañana, crisis a media noche, llamadas de gobernadores y fiscales estatales, coordinación con fuerzas federales, seguimiento a víctimas, revisión de carpetas urgentes, presiones políticas, comparecencias, reuniones de inteligencia imposibles de delegar, atención a medios de comunicación.No son ocho horas.

No son doce.Son veinte.El resto es viajar, descansar minutos, comer como se pueda y volver a empezar.A esto debe sumarse algo que casi nadie dice con claridad, la llegada de Gertz Manero fue política, no técnica. López Obrador lo eligió porque le ofrecía, ante los ojos de la ciudadanía, la ilusión de una Fiscalía “independiente”. Pero esa independencia nunca existió. En los hechos, Gertz fue un instrumento del presidente: para perseguir opositores, para enviar señales de control al sector empresarial y para neutralizar figuras relevantes dentro del propio círculo cercano.

El caso de Julio Scherer Ibarra lo demuestra, esa persecución no se entiende sin el aval de quien hoy reside en Palenque. A cambio, Gertz recibió protección frente a sus propios escándalos personales, que jamás pusieron en riesgo su cargo. No lo movía el dinero; lo movía el poder. Y el reciente mensaje de reconocimiento de Andres López Beltrán en redes sociales no solo legitima esa alianza original, sino que envía otro mensaje más sutil: una advertencia preventiva para evitar que Gertz responda con nuevas filtraciones que puedan afectar al expresidente o a su entorno.Y aquí aparece la razón central de su caída, la incapacidad física y operativa para sostener las 20 horas que exige el cargo le rompió el control sobre la FGR.

Las filtraciones de los últimos meses golpeó directamente al proyecto de la Cuarta Transformación exhibiendo una Fiscalía ingobernable, con mandos descoordinados con agenda propia y una disciplina interna colapsada.Cuando un fiscal ya no controla su institución, deja de ser útil políticamente. Y cuando una institución deja de servir al poder que la nombró, su titular tiene las horas contadas.Mientras tanto, la impunidad no disminuyó.

Las investigaciones de alto impacto, de corrupción, de violencia generalizada y crimen organizado avanzaron con desesperante lentitud. Los expedientes emblemáticos quedaron congelados. Las víctimas siguieron sin respuesta. Y las fiscalías estatales enfrentaron solas la violencia del crimen organizado.

El problema no es solo Gertz. La FGR es una maquinaria pesada, burocrática y condicionada por la política. Pero también es cierto que la energía del liderazgo se nota y la ausencia también. Estos cargos exigen vigor, claridad mental, capacidad de confrontar intereses y temple para soportar presiones. Eso no se puede improvisar.

Y eso, a los 86 años, simplemente no está disponible.El libroEl Fiscal Imperial retrata a Gertz como un hombre que ejercía el poder de manera personalista y vertical. Sin exagerarlo, deja clara una lección, cuando las instituciones dependen demasiado de una persona, el desgaste físico se convierte en desgaste institucional.

La renuncia de Gertz no debe celebrarse ni lamentarse.Debe aprovecharse.México no puede seguir nombrando a figuras que representan continuidad, comodidad política o vínculos históricos con el poder. Necesitamos una nueva generación de liderazgos capaces de sostener 20 horas diarias de rigor, presión y disciplina.

No para quedar bien, sino para servir.La seguridad y la justicia no admiten nostalgias ni jubilaciones honorarias disfrazadas de embajadas.

Este es un país que llora a sus muertos todos los días y que vive con miedo real. En ese escenario, tener un fiscal agotado en lo físico, en lo político y en lo operativo no solo es un error, es una afrenta.Porque cuando el fiscal se cansa, el país entero paga las consecuencias, como las hemos pagado durante siete largos años.

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