Los procesos políticos que acaban de pasar en España y en Argentina son muy distintos, mientras en uno se logró detener a una derecha extrema, en el otro se votó por ella. Esas opciones radicales se han convertido en una de las peores amenazas para la democracia, llegan por la vía de las urnas y luego se dedican a destruir el sistema desde dentro. El parlamentarismo español logró poner un alto a las regresiones; el presidencialismo argentino dio un salto al vacío.
The Economist publicó recientemente un artículo que señalaba que la más grave amenaza mundial para 2024 era Trump, que ahora felicita a Milei. Las derechas extremas en el poder han integrado a las derechas tradicionales y se ha perdido el centro. El Partido Popular se ha infectado con la alianza que tiene con Vox. En Argentina Milei rompió el balance entre los partidos de la derecha y el peronismo, ganó con 55.7% de los votos aliado a las derechas de Macri y a Bullrich.
La estable condición española está muy distante de la crisis argentina que tiene componentes explosivos: altísima inflación, una enorme depreciación de la moneda y un fuerte crecimiento de la pobreza. Por otra parte, la democracia parlamentaria ha permitido construir una coalición progresista, una socialdemocracia con una agenda que tiene como eje un mayor bienestar y la garantía de derechos sociales. En Argentina la condición de una crisis endémica ha llevado a un fenómeno de ruptura, una expresión altisonante que amenaza con reducir el Estado a su mínima expresión para lograr una privatización salvaje disfrazada de libertad. Milei sólo es comprensible en un contexto de mucha rabia, desesperación y hartazgo, emociones que capturó un líder alterado y que casi 15 millones lo vieron como una salida. Grave equivocación.
Pedro Sánchez logró tejer una amplia alianza entre las izquierdas y las expresiones nacionalistas, con lo que pudo formar un gobierno para los próximos cuatro años. Sumó 179 votos y tuvo en contra 171. En España —a diferencia de otros países europeos— pudo detener a las derechas moderadas y extremas. Se dice fácil, pero lo que ha pasado en los últimos años en Europa es lo contrario, se han fortalecido las ultraderechas. Otra experiencia reciente fue el caso de Polonia, en donde la izquierda y el centro lograron detener al populismo de derecha que gobernaba ese país desde 2015. La alta participación, el voto de las mujeres y los jóvenes fueron determinantes en el resultado polaco (Patrice McMahon, Nueva Sociedad).
En la disputa española quedan muy definidos los proyectos de país, mientras que la derecha se vuelva más retrograda y profundiza sus banderas de ataque a la migración, niega el cambio climático y se posiciona en contra de las minorías y los movimientos sociales, el PSOE con Sánchez reafirmó la agenda de una izquierda moderna y sin rasgos populistas. En la investidura se comprometió a una economía en “clave verde”, con innovación digital, aumentos salariales y mayor poder adquisitivo. Un estado de bienestar que apunta a fortalecer la salud, la educación, la ciencia y la investigación. Esa izquierda social apoya el feminismo, es ecologista y muy europea; esa opción es la que puede enfrentar a la derecha populista. Una de sus propuestas más importantes y disruptivas de Sánchez ha sido una ley de amnistía para resolver la causa de Cataluña, a pesar de la oposición de las derechas. Amnistía política frente a la judicialización.
Argentina ha terminado un largo proceso electivo que tuvo sorpresas y temores. Las elecciones primarias (PASO) posicionaron a Milei como el ganador en agosto; luego vino la primera vuelta en octubre y el candidato justicialista Massa logró remontar, pero no le alcanzó para ganar, así que vino el balotaje, la segunda vuelta entre Massa y Milei. La victoria de La Libertad Avanza logró ganarle al oficialismo por 11.4 puntos, casi 3 millones de votos. Hoy Argentina se vuelve el laboratorio de un improvisado candidato que pretende incendiar la pradera. Muy pronto veremos a Milei —con su motosierra de campaña— empezar a cortar partes del Estado para reducirlo a su mínima expresión. Como dijo Sandra Russo, “los pueblos se equivocan”…