Hace unos días el paisaje del Valle de México nos regaló una imagen monumental: la cumbre de los volcanes cubierta de nieve. Las fotografías inundaron las redes, reflejo de una emoción estética compartida. Desde la carretera de Cuernavaca a México un día, y otro más desde el Periférico, las montañas le daban la razón a la suerte. Pocas veces podemos apreciarlas así. Iba con mi hija en el coche. Pero vimos maravillas diferentes. Donde yo miré pura belleza, Mónica recordó que 13 millones de personas se benefician del agua que les provee el Parque Nacional Izta Popo.
Este par de volcanes inspiraron una gran leyenda de amor y también a los poetas Nezahualcóyotl y Ayocuan Cuetpaltzin. Los ilustraron tlacuilos en los códices Xólotl y el Telleriano-Remensis, el Vindovonencis y el Nutall y siglos después los pintó José María Velasco. Su imagen quedó plasmada en el telón o cortina de cristal del teatro del Palacio de Bellas Artes con un millón de cristales traídos desde Tiffany en Nueva York; el Dr. Atl los hizo suyos con el pincel y, vulcanólogo apasionado, publicó Las sinfonías del Popocatépetl mientras que Nahui Olin, escribió su texto “Bajo la mortaja de nieve duerme la Iztazihuatl en su inercia de muerte” (Energía Cósmica), toda una metáfora del feminismo emergente en el siglo XX. José Emilio Pacheco (JEP) entintó sus poemas Malpaís e Iztaccíhuatl…
Elena Poniatowska y Rafael Doníz también han hecho suyos los volcanes. Ella con sus textos y él con sus fotografías. Publican Popocatépel Iztaccíhuatl. Montañas Sagradas (Artes de México, 2024), otro regalo vestido de libro de arte en el paisaje editorial.
Ahí leo una cita del Dr. Atl: “Joyas de la Corona de América erguidas entre dos océanos-espuma del planeta. Joyas soldadas por el fuego primitivo, unidamente grabadas en la imaginación de generaciones (…) Impasibles formidables, iluminan en el reposo de su muerte toda la tierra del Anáhuac”.
Doníz ha retratado estas montañas a las que llama “nuestros abuelos” desde hace 50 años. Ascendió a sus cumbres con la cámara al hombro y los captó desde su azotea en sus amaneceres, al atardecer y, ya fortalecido, la Izta y el Popo “lo lanzaron al abismo de la creación”, escribe Poniatowska. Aún hoy, a sus 76 años, el fotógrafo “consagra su vida a subir a los volcanes para abrazarlos y, un clic tras otro, levantarles un altar”. El resultado está en las páginas de este libro que reúne más de 130 imágenes.
En la mirada de quienes velan por la conservación del Parque Nacional Izta Popo, (la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas) su valor también reside en la pluralidad de sus ecosistemas y su riqueza biológica: bosques templados de pinos, encinos y oyameles, la pradera alpina en la parte alta, las 467 especies de flora, hongos y fauna como el teporingo, el lince o el zacatuche, el halcón y el zacatonero. Provee agua para el Estado de México, Puebla, Tlaxcala, Morelos y la Ciudad de México. Sus volcanes son dioses, mito y leyenda, fuente de vida y de identidad, ayudan a mitigar el cambio climático con captura de carbono, generan oxígeno, asimilan contaminantes y contribuyen a la retención de suelo para evitar erosión e inundaciones.
Debajo del nubarrón y la barbarie de estos días, Izta y Popo son oxígeno real y para el alma que habita en los ojos.
Frente a la mujer dormida escribió JEP: “Esta montaña inmensa se levanta/ como advertencia de mi pequeñez/ y mi autoengaño al darme importancia. / Para nada me necesita. / Existe al margen de que la contemple. Estuvo aquí cuando éramos impensables/y seguirá mañana”.