La juventud nicaragüense, adolescentes, jovencitas, amas de casa, estudiantes… todos voluntarios cantan en el trayecto al campo de los Brasiles, donde tendrá lugar un entrenamiento. Voy con ellos en el autobús para hacer un reportaje sobre la milicia popular y con el corazón alborotado los escucho entonar su himno a todo pulmón. De pronto, un superior les advierte: “¡Compañeros, cuidado, que el enemigo nos va a sorprender cantando!”

Esa estampa, inolvidable, se hace presente estos días. El Frente Sandinista de Liberación Nacional había derrocado al dictador Somoza. Nicaragua era una utopía, la esperanza de Latinoamérica, y de la fiesta pasaban, en mayo de 1983, a la movilización para defenderse de la contra financiada por Ronald Reagan.

Revisito otra imagen. Desde la parte trasera de un camión de bomberos, de pie, recorren Managua los héroes de la revolución. Saludan a una multitud eufórica. Codo a codo: Sergio Ramírez, Violeta Chamorro, Daniel Ortega, Ernesto Cardenal… La foto, del 19 de julio de 1979, es de Pedro Valtierra y registra el ingreso a la capital de la Junta de Gobierno Provisional para celebrar el triunfo.

Inimaginable entonces lo que sucede 44 años después. Aquellos jóvenes milicianos que entrevisté pueden ser los padres de quienes, en caravana, huyen hoy de la pobreza, la represión y la violencia. O quizá son abuelos de activistas, estudiantes y periodistas encarcelados o perseguidos por Daniel Ortega, convertido en dictador, enfermo de poder, junto a su esposa Rosario Murillo.

En su Prólogo al libro de Pedro Valtierra Nicaragua, la Revolución Sandinista (Grijalbo, 2019), Sergio Ramírez recuerda aquellos días, el júbilo del triunfo, la ansiedad por el futuro, la confianza en el porvenir, pero también el dolor por los miles de muertos en el camino. Escribe luego de la feroz represión a los estudiantes de 2018 “(…) nietos de aquella Revolución ahora marchita, se han volcado a las calles por miles a reclamar lo que les ha sido confiscado, el futuro de la esperanza que sus abuelos debieron haberles heredado”.

Con 18 universidades canceladas y 328 muertos, 2 mil heridos y cientos de detenidos del 2018; con 3 mil ONG canceladas, 26 medios de comunicación clausurados y más de 200 periodistas exiliados en los últimos años, la violación a los derechos humanos desde el poder se recrudece.

Recientemente, Ortega declaró “traidores a la patria” y “prófugos de la justicia” a los escritores Sergio Ramírez, Gioconda Belli y a otros 300 nicaragüenses expulsados o en el exilio a quienes pretende despojar de todos sus bienes y de su nacionalidad. Dora María Téllez, comandante de la Revolución, desterrada del país que una vez liberó; Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa, condenado a 26 años de prisión después de negarse a subir al avión que lo llevaría deportado a Estados Unidos; feministas, estudiantes, defensores de derechos humanos, sacerdotes, líderes campesinos, periodistas… están en la lista.

Gabriel Boric, presidente de Chile, se pronunció: “No sabe el dictador que la patria se lleva en el corazón y en los actos, y no se priva por decreto”. Unos 500 intelectuales de todo el mundo se solidarizaron con la carta “Son y serán nicaragüenses”. Y es que: ¿cómo un tirano pretende quitarle a esta gente su historia, sus raíces, su legado cultural?

Sergio Ramírez lo dice mejor en un tuit: “Nicaragua es todo lo que soy y todo lo que tengo, y que nunca voy a dejar de ser, ni dejar de tener, mi memoria y mis recuerdos, mi lengua y mi escritura, mi lucha por su libertad por la que he empeñado mi palabra. Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo”.

adriana.neneka@gmail.com