Con Arnulfo Aquino mantuve una conversación a lo largo de 40 años que derivó en una entrañable amistad. Me consta que luchó contra todas las mareas para que la obra de Melecio Galván tuviera el reconocimiento que merece. A Amaranta la conocí niña y la redescubrí cuando, a los 24 años, reconoció a su padre y se comprometió a mostrarle al mundo el legado artístico de un genio.

Cuando preparaba un texto para comentar Pulsión Creativa, la exposición de Melecio Galván que se presenta en el Museo del Ciudad de México, murió Arnulfo Aquino, el pasado 3 de marzo. Recordé la historia: cuando mataron a Melecio en 1982, le quitaron a México a su mejor dibujante del siglo XX. Al grupo MIRA le asesinaron a un compañero y amigo. Y a la pequeña Amaranta le arrebataron a su padre. Tenía 12 años cuando lo esperaba en casa, a donde llegaría él con el pastel de cumpleaños prometido.

Desde que asesinaron a Galván, en plena efervescencia creativa, a los 37 años de edad, Aquino resguardó y ordenó más de mil dibujos, diseños, bocetos, y libretas de apuntes del artista, en complicidad con Rebeca Hidalgo y Jorge Pérez Vega, sus compañeros del grupo MIRA. No sólo cuidaron la obra con devoción, sino que la expusieron en diferentes espacios como la Casa del Lago, San Carlos y el Palacio de Bellas Artes, donde se le rindió un homenaje con una retrospectiva en 1983. Sin embargo, por las circunstancias de su vida y de su muerte, Melecio se convirtió en El artista secreto, como le llamó Lelia Driben en su libro sobre el dibujante (IIE, UNAM, 1994).

Con el tiempo, Aquino y los integrantes de MIRA se convirtieron para la niña en “tíos” y gracias a las gestiones del primero, recibió una beca del FNCA en 1997 que la conectó de nuevo con Melecio. Juntos, Arnulfo y Amaranta emprendieron una profunda inmersión en la obra, la ordenaron por etapas, técnicas y temas, fotografiaron las piezas y las catalogaron.

En 2003, durante una ceremonia realizada en el estudio de Aquino, Amaranta recibió de MIRA el legado de su padre cuando estaba lista para reconocerlo y convencerse, como me contó un día, de que “Melecio me estaba esperando. Ahora ya puedo asumir la responsabilidad con su obra. Él murió, pero dejó mucha vida, la que hay en sus dibujos. Mantenerla guardada sería como volverlo a enterrar; difundirla y hacerla pública es mi compromiso con él y con la vida”. Desde entonces, inició una nueva etapa para la conservación y la difusión del acervo que ha logrado, con gran esfuerzo, mostrar en diversas ciudades del país y en Estados Unidos el año pasado.

Pero Arnulfo Aquino, cuyo “compromiso” con el arte, el activismo y la docencia asumía sin regateos, como lo demuestra el acervo La gráfica del 68, tenía una asignatura más: contar la vida de Melecio y su interpretación de la obra desde el lugar privilegiado de la amistad y la vocación compartida. Entonces escribió el libro Melecio Galván, la ternura, la violencia (INBAL, 2010). Si pudo publicarlo fue gracias al apoyo de Carlos Blas Galindo, el reconocido investigador, académico y crítico que falleció solo una semana después de Aquino y que, como aquél, siempre estuvo cerca de Amaranta.

Si la violencia en los trazos de Melecio cobra cada día más vigencia en el México de hoy, lo mismo sucede con la ternura. La que está en su obra, pero también en Arnulfo y en Amaranta; en el amigo y en la hija, a quienes la vida me ha dado el privilegio de acompañar para sorprenderme, junto con Carlos Blas Galindo, de lo que han sido capaces para poner en valor a Melecio Galván. Y por eso los honraremos a todos ellos pronto, en un homenaje.

adriana.neneka@gmail.com

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