El 1 de junio de 1994, hace 30 años, tuvo lugar uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX. Después de mil 300 años oculta en las entrañas del Templo XIII de Palenque, Chiapas, la tapa de su sarcófago se deslizó para permitir el regreso, desde el siglo VII de nuestra era, de una mujer de la nobleza maya. Era la Reina Roja que, cubierta de jade y cinabrio, estaba lista para contar su historia. Más de una década tardó en revelarse su identidad como Tz’ak-bu Ajaw, la esposa del gran Pakal. Juntos tuvieron tres hijos y gobernaron durante el momento más luminoso de la ciudad en la época clásica de la cultura maya, cuando la arquitectura, el arte, la escritura, la astronomía y las matemáticas alcanzaron niveles asombrosos.
Chiapas era otro en 1994. El 1 de enero se levanta el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para rebelarse contra la explotación indígena de siglos, visibilizar el racismo y la injusticia y exigir “un mundo donde quepan muchos mundos”. El gobierno de México firma el Tratado de Libre Comercio y el INAH recibe financiamiento del Banco Mundial para llevar a cabo 14 Proyectos Especiales de Arqueología, uno de ellos: Palenque. Y en el sitio los monumentos elevaron su voz para contar nuevas historias de las mujeres en la dinastía palencana.
En ese entorno, el hallazgo del sarcófago con un personaje de la más alta jerarquía entre los mayas de Palenque, en plena plaza central, dentro de una subestructura del Templo XIII, se hizo noticia mundial. Mientras buscaban su identidad, Arnoldo González Cruz, director del proyecto, la bautizó Reina Roja por la cantidad de cinabrio en sus restos óseos y su sarcófago. Él y Fanny López Jiménez, ambos arqueólogos de Chiapas, encabezaron el hallazgo y quedaron marcados por ese amanecer lluvioso, cuando el canto de los monos saraguatos y la danza de las luciérnagas conmemoraban su encuentro con el pasado y el equipo del INAH celebraba este nuevo episodio que abría más puertas hacia el mayor conocimiento de la cultura maya.
Hoy, 30 años después, el contexto en Chiapas es otro: el crimen organizado ha tomado, con absoluta impunidad, parte de la Sierra Madre y la Selva Lacandona y la inseguridad alcanza sitios emblemáticos como Yaxchilán y Bonampak; el EZLN vive y se reinventa con la palabra resistencia tatuada en su vida diaria; cientos de monos saraguatos caen de los árboles muertos de sed por calentamiento global y la sequía; la deforestación se apresura junto con los incendios; miles de familias huyen de sus comunidades aterradas por la violencia de grupos criminales; la militarización cobra rostro en la zona debido a la construcción del Tren Maya. A Palenque la resguardan el Ejército y la Guardia Nacional.
Por encima del horror, la Reina Roja brilla cada día más. Ya estuvo en el MET de Nueva York; en el Museo Getty de Los Ángeles, en el Templo Mayor… Con su máscara de malaquita, sus diademas, su tocado y toda su ofrenda de mil 400 piezas, acaba de regresar triunfal al Museo de Sitio de Palenque desde el otro lado del mundo. Durante la gira de un año en Japón, se convirtió: en estrella de la gran exposición Ancient Mexico: Maya, Aztec and y Teotihuacan, curada por Leonardo López Luján y sus colegas japoneses; en el rostro central del cartel que tapizó las calles del país asiático y en motivo del récord de entradas que, en el Museo Nacional de Tokio, el Nacional de Kyushu y el Nacional de Osaka, alcanzó un total de 555 mil 715 visitantes.
Y aquí, silencio. ¿No merece la Reina Roja una conmemoración en su 30 aniversario?