La reforma estatutaria del Partido Acción Nacional que se aprobará este sábado pudo haber enviado tres mensajes claros:
- A los ciudadanos: “Este partido no imita los vicios del poder; se somete a controles más altos que los que exige hacia afuera”.
- A la militancia: “Tu voto interno cuenta; tus derechos no dependen de la simpatía de una dirigencia y tus esfuerzos pueden traducirse en candidaturas reales”.
- A quienes aspiran a competir: “Las reglas son iguales para todos; no hay atajos ni excepciones a modo. Si cumples los filtros éticos y democráticos, puedes disputar de tú a tú”.
Pero al dejar fuera varias de las propuestas centrales, esa oportunidad se reduce. El mensaje que hoy se envía es tibio: continuidad maquillada, más que cambio verificable.
Quedaron fuera las piezas clave que dan certeza a quienes militan, participan y aspiran a una candidatura, y también a quienes esperan una institución sólida capaz de enfrentar al oficialismo con toda la fuerza social que se requiere.
Una promesa incumplida
Hace poco más de un año, la dirigencia nacional inició su periodo con la promesa de “renovar el partido y abrirlo a la ciudadanía”. El relanzamiento se anunció como un “nuevo PAN”, pero el proceso confirmó otra realidad: la consulta a la militancia fue limitada y la ruta estaba prácticamente predefinida. Las propuestas de cambio profundo no se escucharon ni se incorporaron.
En los ejercicios de consulta, de un padrón cercano a 300 mil militantes, apenas participaron alrededor de 10 mil: cerca del 3%. Ese dato, por sí mismo, enciende focos rojos sobre la profundidad del diálogo interno y la representatividad del documento que hoy se presenta como “consensuado”. Si solo una minoría tuvo voz efectiva en el proceso, la confiabilidad y la credibilidad del resultado quedan inevitablemente en entredicho.
La militancia que sí participó habló claro: queremos democracia interna, ética comprobable y coherencia con nuestra historia. Sin embargo, el proyecto de reforma llega a la Asamblea con omisiones que pesan más que los ajustes cosméticos.
La verdad como condición mínima
Hay un punto del que no podemos huir: la verdad.
La verdad sostiene la confianza. Sin verdad no hay credibilidad; sin credibilidad no hay adhesión social. Si queremos que la ciudadanía nos crea y se sume, debemos hablar con honestidad sobre lo que somos, lo que hemos fallado y lo que estamos dispuestos a cambiar. La política sin verdad se convierte en simulación, y la simulación es el cáncer de nuestra democracia.
Decir la verdad hoy implica reconocer que la reforma estatutaria exhibe más continuidad que renovación. Pero también obliga a señalar con claridad qué faltó para que esa reforma fuera una verdadera señal de cambio.
Las llaves de credibilidad que quedaron fuera
- Alianzas a espaldas de la militancia.
El nuevo estatuto mantiene la posibilidad de alianzas y candidaturas comunes, utilizadas en el pasado para designar candidatos a modo y desplazar la decisión de la militancia. Se propuso cerrar ese espacio de discrecionalidad: “apostar por el PAN con el PAN”. Esa decisión no se tomó. La incertidumbre sobre las reglas inhibe el esfuerzo de quienes quisieran construir proyectos de largo aliento y alimenta la idea de que, al final, lo decisivo será la voluntad de unos cuantos.
- Blindaje ético real.
Se planteó que todas las dirigencias y candidaturas pasaran por un filtro ético claro: modelo “6 de 6” con verificaciones efectivas y un antinepotismo con sanciones precisas. La reforma mantiene alusiones ambiguas que corren el riesgo de quedar en letra muerta. Combatir al gobierno más corrupto que hemos tenido requiere solidez ética, no simulaciones.
- Una sola militancia con derechos plenos.
Se advirtió del riesgo de reintroducir la figura de “militante adherente” y condicionar la militancia activa a actividades certificadas discrecionalmente. Eso abre la puerta a padrones a modo. La propuesta alternativa era clara: una sola militancia, con derechos plenos y habilitación automática mediante procesos verificables. No fue la ruta elegida.
- Procesos internos confiables.
Se propusieron reglas concretas para garantizar la secrecía del voto, padrones cerrados y publicados con anticipación, debates obligatorios y auditoría técnica independiente. También, órganos de dirección con representación proporcional. La reforma deja estas garantías incompletas y reserva más espacios a la designación.
- Dirigencias de tiempo completo y alternancia de género real.
Se planteó la incompatibilidad entre cargos operativos y públicos, para evitar conflictos de interés y doble lealtad. Asimismo, una regla de alternancia de género simétrica y sin excepciones. El texto mantiene ventanas para la simultaneidad de cargos y una alternancia que preserva ventajas para el titular actual del CEN.
México vive una crisis política profunda: instituciones debilitadas, polarización extrema y una ciudadanía que desconfía de todos los actores. En este contexto, un partido que se dice alternativa no puede permitirse reformas a medias.
Levantar la voz no es romper con el partido; es tomarlo en serio. No se trata de pleitos internos, sino de recordar que, sin democracia interna, sin filtros éticos medibles y sin verdad, ningún relanzamiento será creíble.
Reitero: la militancia ya dijo lo que espera: democracia interna, ética comprobable y coherencia con nuestra historia. Esta columna deja constancia -como se dejó ante los órganos internos- de lo que se planteó y de lo que no se atendió.
Decir la verdad hoy, antes de la Asamblea, es el primer acto de lealtad con el PAN y con México. Lo verdaderamente desleal sería callar, permitir que las reglas se definan a puerta cerrada y luego pedirles a los mexicanos que nos crean.
Política y activista

