Por: Enrique X. de Anda Alanís
AE-AMA
Los edificios de habitación, religiosos, servicios y todas las actividades sociales, de todas las épocas, siempre han sido y son resultado de relaciones entre el poder económico, religioso y político. Los que viven los edificios sólo los reciben, salvo en el caso de la vivienda, donde los que habitan han tomado, la mayoría de las veces, la decisión de cómo quieren vivir. Un historiador muy importante de la arquitectura, Bruno Zevi, se preguntaba, ¿por qué mucha gente tiene artistas favoritos, pintores, músicos y escritores, pero no tienen a un arquitecto predilecto? Es extraño, porque las obras de los pintores están en los museos, pero la arquitectura está en las ciudades.
Cuando se visitan otros países, generalmente sólo nos fijamos en la arquitectura que está en las agendas de los guías de turistas, que cuando se colocan frente al edificio, lo que hacen es hablar de la época de la construcción, el nombre del autor y quizá algún acontecimiento histórico, su grupo se toma selfis y pasan al siguiente punto de la excursión. Algo similar sucede cuando la visita es en México, con la diferencia de que la arquitectura construida en el siglo XX está fuera de los itinerarios y que no siempre hay algún guía que sepa más allá del “estilo” y año de construcción del edificio. Primer problema para entender lo que el edificio significa más allá de su aprecio: verlo es apenas el inicio de algo fundamental, toda la arquitectura, por humilde que sea, igual que una pintura, una pieza musical de concierto o una obra literaria, más allá del gusto de verlo, oír o leer, tiene una suerte
de mensaje, una combinación entre lo que el autor quiso expresar y lo que la pintura, la pieza musical, o la arquitectura hayan alcanzado a ser por su importancia, importancia que deriva de su calidad, de su autenticidad y originalidad.
Hay que reconocer que sobre todo en los últimos cincuenta años en México, se ha construido arquitectura de especulación, tanto en edificios de oficinas y departamentos para vender, como conjuntos de casas y centros comerciales cuyo propósito, lo que el arquitecto se propuso hacer, fue un negocio inmobiliario con una apariencia atractiva, con el propósito más importante de ser una operación comercial para tener una ganancia de capital. Baste ver los anuncios que con frecuencia colocan los que habitan los edificios departamentales denunciando vicios de construcción ocultos que no han sido atendidos, y la fragilidad y baja calidad de acabados; esto porque lo que sé hizo fue un “negocio” y no una obra de verdadera arquitectura.
No siempre fue así, muchos edificios construidos en México para renta de departamentos en los años cincuenta y sesenta, son ejemplo de buena calidad de diseño, espacios generosos, accesos con dignidad de medidas para los residentes y acabados que se mantienen en su sitio en el tiempo presente. El que no tengan cochera y sí a veces locales comerciales, nos lleva a entender otra época de la historia de la ciudad, una etapa en la que en la Ciudad de México y más en las ciudades del interior, la población se podía mover en transporte público y se hacía vida de barrio, en el que gente podía hacer su comercio básico en la calle donde vivía. Ahí tenemos una primera lectura de esa arquitectura: la que consideró la vida familiar no como un negocio, sino como algo que tenía que ser resuelto con calidad, originalidad y buen gusto. Algunos edificios de departamentos para venta construidos en los años recientes, han omitido el acceso peatonal y obligado al usuario a entrar por las rampas del estacionamiento. Es frecuente también, que para cumplir con la demanda de cajones de estacionamiento, hagan el acceso peatonal debajo del nivel de la banqueta.
No es requisito para el que observa la arquitectura tener información cultural, se necesita interés, curiosidad, observación y tiempo. Las visitas a los museos en plan de turistas guían hacia las obras más famosas, que no las más importantes. Una obra musical y aún la música popular tienen un tiempo de duración, lo sabe el escucha y la acepta. No hay tiempo mínimo frente a una pintura o un edificio, lo establece el que mira, quién se da el tiempo para mirar colores, composiciones, se hace preguntas, compara, registra en la mente y permite que con la mirada actúe la sensibilidad. ¿Cuánto vale una obra o que tan importante es el autor, arquitecto o pintor?, pertenecen a otro campo, el de la crítica, que ya no es el de nosotros que nos acercamos a conocer las obras.
Se trata de un paso hacia la comprensión de la cultura desde la arquitectura. Sin mayor esfuerzo desde la arquitectura podemos saber algo más de la sociedad que la hizo ¿cómo estaba su avance científico expresado en la tecnología?, ¿cuál era la dominante de poder, la religión, la política o el dinero?, ¿cómo entender su soberbia para fijar sus edificios como el centro del mundo? Caminando por sus espacios, se puede entender que tan importante era el ser humano según el pensamiento de la época. Cuando visitamos una zona arqueológica en México, podemos pensar en principio que aquello fue un territorio sagrado donde lo importante era la armonía con la naturaleza y ser centros del poder militar del que hoy solo hay ruinas, podemos pensar entonces en la fragilidad de la vida humana y
del poder ya extinto de aquellos dioses. Ciudades de una civilización que no conoció el metal y que todo lo labró cortando y puliendo piedra contra piedra. La arquitectura virreinal tiene otro contenido; la Catedral de México es el resultado de 300 años de comprensión de la tecnología que llegó al Nuevo Mundo con las carabelas de Colón; una forma de honrar a Dios que construyó los retablos recubiertos con oro y que incorporó al arco que fue herencia del mundo latino, que a su vez lo heredó del cercano oriente. Las ciudades virreinales, ya no fueron el mapa del cielo como Teotihuacán y Chichen Itzá, con edificios que correspondieron al movimiento del sol y las estrellas. El virreinato acomodó en un tablero de ajedrez a las casas, las iglesias y los colegios como en Oaxaca, México y Puebla, donde la prioridad la dio el tamaño del monumento y la talla en cantera de las fachadas. El siglo XX tiene también contenidos más allá de lo que vemos. Los testimonios de las distintas etapas sociales han dado la forma al paisaje de las ciudades; de principios del siglo son los “palacios” (Bellas Artes y Correos) que refieren una etapa en la que la decoración dentro y fuera pretendió hacer que México asumiera la historia de culturas europeas para explicar lo que se entendía por modernidad. Los años veinte del Decó con una decoración recién inventada por los otros modernos de Francia, Nueva York y Chicago. De Luis Barragán – quizá el más mencionado - podemos entender la búsqueda de otra forma de pasar la vida, volviendo a la naturaleza, al silencio y a la luz. Muchas veces las opiniones se han quedado en sus colores y poco se ha entendido de que en sus casas – de Guadalajara y México – devolvió a sus habitantes la frescura de la provincia.
Están también los muchos edificios de mediados del siglo XX que nunca han dejado de verse como nuevos por lo bien construidos que están y por qué nunca perdieron la consideración a la dignidad en la que merecen vivir y trabajar sus habitantes. Podemos decir que una obra es arquitectura cuando no caducan sus intenciones. Los museos de Pedro Ramírez Vázquez, Antropología y Arte Moderno, han cumplido 60 años y siguen siendo recintos de placer y elegancia, lo mismo la Unidad Independencia de la Ciudad de México, y los Centros de Seguridad Social del IMSS, cuando tuvieron un teatro, una alberca y la casa de la asegurada; estas obras de los años sesenta, nos llevan a pensar en un gobierno que dispuso recursos para edificios que promovieron la cultura a partir de la unidad de las familias. Es difícil ubicar en el México contemporáneo un programa de arquitectura que haya mejorado esta condición. Una mirada distinta se tiene de lo que nos dejan saber los nuevos edificios en altura para oficinas en la Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey, es el poder del capital económico dentro de los marcos que los gobiernos han establecido para la vida del país, no porque sean los patronos de los edificios, pero si los que han creado la normativa sobre el crecimiento y uso del suelo de las ciudades. Leer la arquitectura, dando un paso posterior a la vista de la fachada, nos deja saber más de la historia de las ciudades, de sus proyectos políticos y de cómo se configura el ambiente, siempre cambiante, en el que nos ha tocado vivir.