Quedan pocas gasas. Alguna ambulancia ha regresado por tercera ocasión después de haber trasladado a una persona a urgencias. Los algodones también parecen agotarse y la cinta para las vendas y las gasas apenas pega.
Se escuchan caer restos de pirotecnia que traspasaron el otro lado del campo como si de granizo se tratara. Al fondo de estos contenedores se atienden quemaduras tras quemadura en plena oscuridad.
Una enfermera alumbra con el flash de su celular y anota los datos del herido mientras que su compañera aplica el agua oxigenada, limpia la quemadura y en caso de que la piel se haya quemado comienzan a rasparla, se aplican las gasas. Apenas se ha terminado la curación, ya hay dos o más heridos esperando turno.
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La fila de los toros de fuego en las calles es larga, el equipo de protección civil, los enfermeros y bomberos saben que esto apenas ha comenzado. Es una zona donde la pirotecnia, las bebidas alcohólicas y la religión se unen.
Mientras que con la adrenalina arriba, la población celebra a San Juan de Dios en el barrio de La Piedad, otro tipo de adrenalina se vive en la esquina.
Cuando se habla de la Feria Internacional de la Pirotecnia viene a la mente el colorido ambiente que desprenden los fuegos artificiales de la quema de los toritos, la batucada, la feria, la euforia de los asistentes corriendo sin dirección, intentando no ser alcanzado por un corredizo y entre varillas que han dejado las estructuras de los toros de fuego que se han ofrendado a su santo.
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Al tratarse de pirotecnia y el riesgo que esto implica en calles estrechas es lógico pensar que no hay lesiones; sin embargo, quienes iluminan el cielo por mucho que se encomiendan a la religión algunos son alcanzados por el fuego y deben ser atendidos en el campo de a lado.
Norma Deziga, paramédico, lleva auxiliando seis años en la feria junto a sus compañeros del personal operativo de Tultepec.
“Uno lo hace por pasión, las emociones son bastantes, es traumático ver a tantos heridos, niños lastimados, no medimos el riesgo”, señala Norma.
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A los encargados de sanar esta especie de pamplonada mexicana se les cita a las 15:00 horas para explicar los roles y los puestos de mando; posteriormente son desplazados a la feria para llegar más tarde a la quema de toros, explica Norma en entrevista para EL UNIVERSAL relatando su jornada.
El primer herido tarda minutos en llegar comenzada la quema
Las personas que asisten a la feria son más de 2000 de las cuales se atienden aproximadamente 400, 60% son adultos y 40% niños, comenta la paramédico.
Y aunque no todas son quemaduras, también llegan a ocasionarse por el ambiente, empujones, la influencia del alcohol, peleas o caídas provocadas por las multitudes.
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Durante la quema habían prendido tres seguidos y la gente comenzó a moverse por todos lados, se aglomeraron, ya no tenía sentido para dónde correr.
“La tradición de que cada familia ponga el toro es bonita, pero es mucho arriesgue porque no respetan el límite donde deben hacer la quema, debería iniciar en el terreno estipulado, pero hay quienes llegan a quemarlo en la calle principal”.
Los paramédicos viven momentos de tensión durante la festividad, guardar la calma es el elemento clave “a veces hay compañeros que llegan a ‘shockearse’ pero como mando nos apoyamos, tenemos que darle velocidad, pero calidad para todos” comenta la paramédico.
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En las dos cajas de tráiler de espacio reducido se atienden en las sillas, en las mesas y a oscuras alumbrando con las linternas del celular, algunos pacientes llegan inconscientes y no pueden estar sentados, es ahí cuando hacen una valoración en caso de que el herido requiera un traslado en la ambulancia.
Durante la jornada, Norma relató que una familia completa había subido con quemaduras ya que el toro los embistió a todos, eran ocho familiares, uno de ellos, una señora de la tercera edad salió más grave ya que la habían tirado.
Hasta la quema del último toro terminan de dar el servicio y aun así los paramédicos que auxilian en el espectáculo, esperan hasta que concluya, terminando su labor las 4 de la mañana.