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Antes de que Tenochtitlan se convirtiera en imperio era un pequeño asentamiento en medio del lago de Texcoco. Sobre las aguas, los mexicas construyeron un complejo sistema de calzadas, canales y esclusas, convirtiendo a nuestro territorio en una de las ciudades más grandes del mundo para el año 1518.
Con la llegada de los españoles, en 1521, la metrópoli en que se había transformado la capital mexica fue en detrimento debido a que los recién llegados no podían comprender la complejidad con que había sido construida. De hecho, se sentían amenazados al reconocer la sofisticación con que los mexicas habían asentado su ciudad.
A poco de que se cumplieran 500 años de “la caída de Tenochtitlan” —como se ha dado a conocer históricamente—, en Países Bajos el programador y artista Thomas Kole experimentaba gran interés por el mundo prehispánico.
Para saciar sus interrogantes, el neerlandés se dio a la ardua tarea de buscar imágenes sobre Tenochtitlan para darse una idea de cómo fue aquella “bulliciosa metrópoli”, como la denomina en sus propias palabras.
El intento fue inútil, pues es cierto que no existe ninguna imagen que retrate un edificio completo de la ciudad antes de 1629. Fue entonces que Kole emprendió una aventura de cinco años, luego de determinar que sería él mismo quien se encargaría de saciar sus propias dudas, reconstruyendo la capital mexica mediante un modelo tridimensional.
Contacto con expertos
Después de un año y medio de emprender el proyecto, Kole empezó a contactar a diferentes especialistas mexicanos que lo ayudaran a lograr su objetivo, pues en realidad el neerlandés nunca había viajado a nuestro país; las únicas herramientas con las que contaba eran las fuentes históricas y arqueológicas que había consultado a lo largo de los años.
Fue así como dio con Andrés Semo, un ingeniero geomático, con quien compartía la pasión por las imágenes no desveladas del territorio mexica. Inmediatamente, Semo aceptó la propuesta, sin imaginar el desafío al que se enfrentaría, pues Kole le encomendó uno de los papeles fundamentales para lograr la reconstrucción de Tenochtitlan: tomar fotografías aéreas de la Ciudad de México con las que realizarían el comparativo con lo que un día fue la capital mexica.
El clima cambiante de nuestra ciudad, consecuencia de la contaminación, fue una de las dificultades a las que se enfrentó, debido a que le impedía obtener las imágenes nítidas que necesitaba capturar con el dron que utilizó. El ingeniero mexicano recuerda que tardó dos meses en capturar al Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.
Mientras se comunicaba con Semo a la distancia, el programador no daba crédito a que la atmósfera de la ciudad impusiera tantas trabas a sus objetivos. Sin embargo, tuvo la oportunidad de constatar que los informes de Semo eran verídicos cuando, hace unos días, viajó a México desde el viejo continente.
Por primera vez —sentados frente a frente— Semo y Kole presentaron su ambicioso proyecto en uno de los recintos más importantes que albergan el acervo arqueológico de México, el Museo Nacional de Antropología. Aún con zozobra, los ingenieros se enfrentaron a una audiencia presidida por historiadores, arqueólogos, especialistas y aficionados, expectantes de hacerse de una imagen de lo que un día fue nuestra ciudad, pues como explicó Semo: “Tenochtitlan sólo vive en nuestro imaginario”.
El mayor temor que Kole y Semo compartieron a lo largo del proceso fue la reacción que los historiadores podían tener acerca del resultado, debido a que el trabajo que realizaron siguió pautas que el diseño y la ingeniería (ámbitos en los que se desarrollan) les ofrecían, reconociendo que su conocimiento sobre registros históricos era limitado.
“Ni Thomas [Kole] ni yo somos historiadores, somos ingenieros; esperaba una reacción polémica del proyecto”, dijo Semo.
No obstante, se llevaron una grata sorpresa al recibir la ovación de un público que, así como el neerlandés, fantaseaba con una imagen de la capital mexica que conocían sólo a partir de su imaginación.