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El centenario de la entrevista exclusiva que Doroteo Arango dio para EL UNIVERSAL continúa con más declaraciones polémicas en su cuarta entrega, esta vez porque el general reveló pormenores de su relación con Álvaro Obregón .
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Mientras los enviados de este diario tomaban café con el guerrillero en su retiro, allá en la hacienda de Canutillo, Durango, el reportero Regino Hernández Llergo se arriesgó a hablar acerca de los rumores en la capital sobre que Villa se levantaría en armas de nuevo.
“No es cierto, naturalmente… ¿Qué dice usted?”, preguntó Regino.
“Que esa es labor de mis enemigos”, contestó el general. Agregó que él estaba al tanto de que “los políticos de petate” difundieron esas en la Ciudad de México, pero afirmó que el propio Obregón les habría respondido “¡Déjense de chismes, porque yo al general Villa lo conozco mejor que ustedes!”.
Para darles un ejemplo del trato que tenían entre sí, Pancho Villa mencionó que Obregón le habría regalado dos ametralladoras en fechas recientes.
Aunque no explicó al periodista cómo estaba al tanto de esas palabras que atribuía al entonces presidente de la República, sí ofreció una anécdota que explicaría las “consideraciones” que reconoció de parte del sonorense.
Señaló que “en cierta ocasión” Obregón cayó preso del ejército villista, cuyos generales no llegaban a un acuerdo acerca del futuro de tan importante prisionero, pues al menos dos de ellos “pedían, casi exigían” fusilarlo a la brevedad.
A su vez, villistas como el general Felipe Ángeles sostenían que el mejor curso de acción sería no sólo perdonarle la vida, sino además ponerlo en libertad para evitar que fuera asesinado.
“Y claro, yo tenía que ponerme del lado de la gente culta que andaba conmigo”, argumentó Villa, en referencia a su difunto amigo Felipe Ángeles. Así, explicó que para lidiar con los partidarios del fusilamiento, se envió a uno en una comisión lejana y al otro lo emborrachó con gente de su confianza.
Ya entrada la noche, según declaró Villa, visitó a Obregón en su “calabozo” y le dijo “General, no tenga miedo, que no vamos a hacerle nada”, para después facilitarle salir de Chihuahua.
La Escuela “Felipe Ángeles”, de lo mejor
Después de escuchar esta narración, Hernández Llergo y el fotógrafo Fernando Sosa visitaron la Escuela Oficial “Felipe Ángeles”. Se trataba de cuatro hileras de habitaciones “bien ventiladas, higiénicas” alrededor de un patio cuadrado, de las que seis eran salones: tres para niñas y tres para niños.
Parte del edificio servía como recámaras para los profesores, pero cuando pidieron permiso al general para tomar fotos, éste se negó:
“Déjenme primero pedirles licencia a los profesores, yo los respeto mucho y no quiero meterme en asuntos de la Escuela, sin el consentimiento de ellos”, dijo Villa.
Momentos después, el director Jesús Coello y los demás profesores fueron tan accesibles que salieron con sus estudiantes y los formaron en tres filas para una fotografía, además de acompañar el recorrido por las instalaciones, que transcurrió durante el receso.
Acerca de las condiciones en que vio los salones de clase, Regino comentó:
“Estos están arreglados, como lo puede estar el mejor de la República. Cuadros explicativos correspondientes a las materias de cada curso, pizarras, ábacos, elegantes pupitres, libreros, mesas, todo lo necesario para tener un buen aprovechamiento”.
Primero los maestros, luego los generales
Quizá una de las pocas frases de Francisco Villa que resultan célebres en la cultura popular es su opinión de la educación, en beneficio de la guerra. Pocas veces se menciona, sin embargo, que fue esta entrevista la que le dio difusión a esas palabras.
El general abordó el tema de la educación en México al decir “La incultura es una de las desgracias más grandes de mi raza”. Fue por esa preocupación que, cuando llegó a Canutillo, ordenó que se construyera en primer lugar la escuela, “para dejarle algo definitivo a mi raza”.
Sería interesante descubrir si Villa logró el otro objetivo que tenía con asegurar la educación de la población de la hacienda, de dejar huella en las vidas del estudiantado, pues agregó que “así, cuando yo muera, estos ciento veinte muchachos que ahora estudian aquí, cuando sean grandes y gente ilustrada, tendrán un buen recuerdo de Francisco Villa…”.
Según las palabras de Regino, el caudillo habló “con intensa emoción” cuando les dijo que la educación no debería pasar inadvertida ni para gobernantes ni para ciudadanos, en especial cuando “nunca al problema educativo se le ha dado toda la atención necesaria”.
Expuso que con frecuencia leía en la prensa que los educadores se morían de hambre en aquel entonces, debido a que no se les pagaba, mientras que “muchos soldaditos de plomo” vivían del presupuesto. Sin dudarlo, el general Villa resaltó sus acciones en la materia:
“Yo, señor, ya ve usted, cómo he logrado que los alumnos y los profesores estén contentos en Canutillo: a los chamacos proporcionándoles todo lo necesario para que se instruyan; a los maestros, respetándolos como yo los respeto, y pagándoles con puntualidad… Yo prefiero pagar primero a un maestro y después a un general… ¡Todo, señor, se puede hacer cuando se tiene voluntad y se preocupa uno un poco por sus hermanos de raza!”.
Mañana en la quinta entrega, un fragmento más de esta entrevista exclusiva de 1922.
Fuentes
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.