Habitar con dignidad y orgullo un cuerpo que sobrevivió al , que no tiene un seno, cabello o que tiene cicatrices del proceso de sanación es un acto de resistencia para desafiar la mirada social que antepone la belleza a la salud, defiende el colectivo Tetas y Rayas.

Por ello, desde el activismo, el colectivo de mujeres enfrenta la , una forma de presión que les exige reconstruirse o cubrir sus marcas, al reivindicar el derecho a no ocultar el cuerpo que sobrevivió ni fingir normalidad, como una forma de recuperar su autonomía y romper con el mandato impuesto de cómo se ve la feminidad.

“Alrededor del cáncer de mama, que provoca que te quiten los pechos o te quedes sin cabello, hay una industria que espera que ‘te veas bonita’, que conserves todo el tiempo el aspecto normativo de ser femenina, te obliga a tener implantes de senos o peluca, y después de sobrevivir a una enfermedad tan agresiva, no tendría nada de malo ir sin peluca.

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“No importa si tú ya te vas a morir, te tienes que ver completa, y ¿qué es ser completa?, ¿qué es ser mujer? ¿Lo es tener senos y cabello? Habrá quien quiera reconstruirse y es válido, no sólo para su cuerpo, sino para su mente, pero también hay quienes no queremos reconstrucción o quienes no puedan tenerla por lo económico y no está mal, no somos menos mujeres”, sostiene Sandra Monroy, una de las voceras del grupo.

En el colectivo conviven mujeres que decidieron no reconstruirse, tatuar sus cicatrices y el acto, radical en una sociedad crítica, de aceptar su cuerpo tal como quedó, pues, afirman, la salud no pasa por ocultar las huellas del cáncer.

En entrevista con EL UNIVERSAL, Monroy explica que la presión por usar peluca o someterse a una reconstrucción mamaria no proviene sólo del entorno social, sino también del sistema médico, que suele asumir que “recuperar la imagen” es parte de la cura cuando a veces, de primera mano, se necesitan otros tratamientos médicos antes que estéticos.

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A Melissa Ruiz, diagnosticada con cáncer de mama triple negativo, le extirparon un seno, una decisión que transformó su forma de verse y de habitar su cuerpo, pues lejos de sentir pérdida, la mastectomía le dio paz al dejar de obsesionarse con la enfermedad y asumirla como una oportunidad de estar bien.

“En el momento que yo me veo en el espejo, digo: ‘estamos aquí, estamos vivas’, y a mí me causaba mucho conflicto porque yo jamás había visto una mujer sin un seno, entonces, al salir con un traje de baño donde no me ponía ninguna prótesis, para mí era mostrar que no tengo por qué avergonzarme de mi cuerpo que está sobreviviendo”, comenta.

En una plática con esta casa editorial, las integrantes de Tetas y Rayas dicen que la idea de “verse completa” es una imposición que refuerza estereotipos de género y borra la diversidad de experiencias.

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En un contexto donde la medicina define qué es un cuerpo sano y bello, las mujeres del colectivo responden con otra narrativa, que es la de la libertad estética.

“Ser mujer no puede depender de tener senos o cabello”, sostienen al llamar a reconocer la belleza entre estructuras que pretenden decidir cómo debe lucir una sobreviviente.

A Laura Soto, mujer lesbiana diagnosticada con carcinoma ductal in situ, sus amigos le dijeron que “agradeciera” haber perdido un seno por su orientación sexual, “como si ser lesbiana la hiciera menos afectada por la mutilación”, cuenta.

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Ese comentario, dice, reveló lo poco que se comprende la diversidad corporal y la profundidad con la que una mujer puede habitar y amar su propio cuerpo más allá de su preferencia. Así, decidió no reconstruirse, convencida de que su cuerpo, tal como es, no necesita reparación para ser digno ni completo.

A Elizabeth Rodríguez Tejada le practicaron una cuadrantectomía, cirugía parcial en la que sólo se retira el sector del seno donde se encuentra el tumor. Aunque no perdió completamente el pecho, su experiencia estuvo marcada por los comentarios que intentaron minimizar lo que le pasó con la frase: “agradece que no te lo hayan quitado”.

Para ella, esto resume otra forma de violencia estética, porque reduce el cáncer a una cuestión de apariencia, como si el valor de la experiencia dependiera de conservar o no una parte del cuerpo.

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“También está la violencia estética en el sobrepeso, ellos piensan que un paciente con cáncer siempre tiene que estar en los huesos, demacrado, con los pómulos sumidos, porque si eres una persona con sobrepeso, porque tal vez también el tratamiento te está llevando a eso, no es creíble que hayas tenido cáncer, y eso para mí es una violencia estética muy marcante”, refiere.

Para Paulina Solórzano, diagnosticada con cáncer de mama ductal en etapa 3, lo más importante es apropiarse de sus cuerpos e historias: “No estamos acostumbradas a expresar un malestar, una cosa extraña en nuestros cuerpos. Debemos estar bien conscientes de nuestros cuerpos y tal vez no tener miedo a cuando llegue algo extraño”.

Roga Morales, hija de una paciente oncológica, relata que a su madre la han violentado por su edad: “He escuchado comentarios como: ‘¿para qué te reconstruyes?, ya viviste, ya no te sirve la chichi, vas de salida’, y eso es un tipo de violencia que viven personas mayores”.

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Sandra Monroy puntualiza que las empresas buscan la belleza oncológica para fortalecer la idea de cómo debe verse una mujer, mientras que los hospitales y las fundaciones ofrecen prótesis y pelucas en vez de grupos sicológicos, de empoderamiento y tanatología.

Elizabeth explica que el mes rosa hace daño, pues asegura que utiliza a las mujeres como instrumento para generar ganancias y hacer marketing.

“Termina octubre y nosotras seguimos siendo pacientes oncológicos”, afirma.

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