“¡Ya tenemos miel!”, anuncia Enrique Jurado al entrar a su casa, lo que provoca el entusiasmo de su esposa y de sus tres hijos.
Después de un largo día en el apiario, algunas de las 18 colmenas que tiene ya producen suficiente miel.
Enrique es un apicultor del pueblo de Santa Ana Tlacotenco, en la alcaldía de Milpa Alta, en el sur profundo de la capital del país. Lleva más de 20 años en ese oficio, en el cual inició gracias a su padre.
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Su apiario El Guarda se encuentra en el límite de la alcaldía de Milpa Alta y el Estado de México, donde sus abejas producen varios litros de miel que vende él en su domicilio.
La apicultura es una de las muchas actividades agrícolas que se realizan en los campos de Milpa Alta; sin embargo, el cambio climático, la falta de lluvias, la tala ilegal y los incendios forestales afectan la supervivencia de este oficio y forma de vida.
Las abejas son vitales para el campo: “Son animales muy nobles, sin las abejas no se darían las frutas como el durazno, la ciruela, el chabacano…”, además de la miel, subraya el apicultor.
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La miel que se produce en los campos del sur de la capital no tiene azúcares añadidos ni químicos como las que se expenden en los supermercados, lo que la hace más saludable.
Sin embargo, es imposible para Enrique competir: “Todo lo que hago… siento que es redituable, pero ya no es como antes”, comenta.
Pese a todo, Enrique y otros apicultores hacen lo posible por mantener su oficio vivo y proteger ese campo que él y sus abejas llaman hogar.