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Ayer Kelvin, su esposa Génesis y sus dos hijos cumplieron 15 días viviendo en la banqueta de la calle Florencio Constantino, afuera del albergue para migrantes Cafemin en la alcaldía Gustavo A. Madero, por la falta de espacio para su familia dentro del inmueble y ante el abarrotamiento de todas las estancias similares del país.
Cuando la familia Alvarado salió del estado de Vargas, Venezuela, conocía los riesgos de cruzar a pie el sur y centro de América para llegar a Estados Unidos, pero no los consideró imposibles; sin embargo, la ausencia de techo, alimento y las violaciones a sus derechos humanos volvieron la meta casi inalcanzable.
“El cruce en México no es difícil, es imposible. No hay humanidad en los agentes de migración, ni en algunas personas. A mis hijos les escupieron, les pegaron. Así en la calle, sin albergue, la gente que pasa nos ve y se burla, se aprovecha de nuestra situación y quiero decirles que nosotros también somos humanos, ¿no se acuerdan de eso?”, cuestiona.
Kelvin dice que es un hombre trabajador y lo sostiene diario, desde hace cuatro meses cuando salió de su ciudad natal. Se levanta a las 5:30 de la mañana. Despierta a Génesis, Tito y Ramón, sus hijos de seis y siete años cuyos nombres fueron modificados. Doblan sus cobijas, recogen su casa de campaña y lavan el piso de la acera que habitan hoy y que los albergará hasta el día en que su viaje continúe tras ahorrar dinero y conseguir una cita en Migración para entrar legalmente a EU.
“Si bien les va”, dice irónico, desayunan lo que algún vecino les trae o galletas y leche que pueden costear gracias al trabajo que consiguió en una construcción cercana. “Es un reto todo lo que vivimos. Hay gente buena y gente mala y no es un secreto para nadie que el menosprecio es muy duro, pero sólo estamos de paso y quisiéramos un poco más de conciencia de las personas hacia nuestra situación. No queremos una mansión, pero sí un techo”, explica el joven.