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“Ser diferente me salvó la vida”, piensa Gerdy, quien junto a sus amigos Eder, Yoi Yo y Jasmine, encontró en el mundo del K-Pop contención emocional, seguridad y libertad, con la práctica de una cultura diferente a la suya en donde no es agredido por vestirse y tener gustos fuera de la norma.
Personificado con una peluca azul, maquillaje que le hace ver una tez más blanca y un delineado que hace ver sus ojos rasgados, el adolescente cuenta a EL UNIVERSAL que la música de sus ídolos coreanos se convirtió en un método de escape de una realidad violenta, que lo trató como “bicho raro” desde niño y hace unos días llevó a Fátima —niña arrojada de un segundo piso por sus compañeros como burla a sus gustos musicales— a casi perder la vida.
“El orgullo de ser diferente, de ser raro, como dicen muchos, me ha salvado de pensamientos negativos, de pensamientos suicidas, porque me siento seguro de mí mismo, me siento confiado por ser quien soy con este personaje en que puedo convertirme. Me pertenezco a mí mismo, a mis gustos y eso me enorgullece y me protege.
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“No hay que permitir que nadie nos violente por sentirnos libres con lo que nos gusta y con lo que somos”, expresa Gerdy, quien pide a EL UNIVERSAL identificarlo con el mote que usa entre los grupos que practican dance covers.
Eder usa una peluca rubia, guantes de red, ropa negra y botas; Yoi Yo, una peluca negra, larga, con tonos azul marino y rubor en las mejillas y la nariz, y Jasmine eligió una cabellera bicolor con tonos morado y lila, más un chaleco de piel y botas con poco tacón para reunirse, como cada sábado, en el Monumento a la Revolución para ensayar coreografías de BTS, uno de sus grupos musicales favoritos.
El baile, el karaoke, el canto y sus amigos virtuales los abrazan en un mundo donde enfrentan bullying, que les llevó a soportar miradas hirientes, comentarios groseros, golpes en la cara y agresiones verbales desde que eran pequeños.
“Estaba en la primaria cuando me consideraban rara por ver caricaturas como Totoro. Un día yo estaba en mi banca, haciendo un dibujo, cuando una niña se me acercó y me estrelló la cara contra el pupitre y me sacó sangre, todo por ser rara. Otra ocasión crearon una página para molestarme, donde me quemaban y me ofendían.
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“Eso me llevó por un tiempo a tratar de ser lo que la mayoría de las personas llaman normal, hasta que descubrí el baile en el K-Pop, empecé a hacer coreografías y descubrí que estos grupos son mi familia, mi segundo hogar, que los amo y que no tiene nada malo ser yo misma”, recuerda Jasmine.
Jasmine tiene una paleta de sombras en tonos azules y morados, con ella maquilló a Gerdy. Le ayudó a colocarse su peluca. Le pintó los labios, lo delineó y entre los dos comentaron con alegría cómo sus vestuarios quedaron casi idénticos a lo que habían diseñado en su imaginario.
Lo mismo ocurrió con Yoi Yo y Gerdy, quienes se maquillaron el uno al otro antes de empezar con el ensayo de cada fin de semana, ya que participan continuamente en concursos de coreografía y covers musicales.
Escuchar K-Pop, identificarse con otra cultura que no es la propia, sea cual sea, vestir diferente, verse distinto a los demás y hacer cosas que no caben en los parámetros de lo que unos califican como ‘raro’ no debería ser motivo ni provocación para actos violentos, consideran los cuatro amigos.