Dicen que el Papa Francisco no hizo milagros, pero que sí causó fuertes sacudidas. Murió el Papa, y con él se cierra uno de los pontificados más polémicos que ha visto la Iglesia Católica en su historia reciente. Fue amado por unos y detestado por otros. Llamado “el Papa de los pobres” o “el Papa rojo”, según a quién se le pregunte. Pero si algo no se puede negar, es que Jorge Mario Bergoglio no pasó de puntitas por el Vaticano: su paso fue el de un torbellino de cambios. Y ahora, con el cónclave a la vuelta de la esquina, la gran pregunta que queda flotando es si su legado será continuado o cambiará el rumbo.

Para muchos fue el Papa del amor; para otros, el que confundió doctrina con populismo y emprendió el camino al autoritarismo. Desde su histórica declaración en favor de las uniones civiles para personas del mismo sexo hasta la famosa bendición a parejas “en situación irregular” emitida en 2023, Francisco se fue ganando titulares, enemigos y simpatizantes a partes iguales. Rompió con décadas de silencio cuando dijo que los migrantes no eran una amenaza sino una bendición. Que había que construir puentes, no muros. Que la Iglesia debía dejar de mirar solo hacia dentro y salir a las periferias, no solo geográficas, sino existenciales. La gente rota, los olvidados, los de a pie… ahí, decía, es donde más falta hace Dios.

Y si eso ya era suficiente para escandalizar a muchos, aún faltaba más. En una visita a Singapur, Francisco declaró que todas las religiones pueden ser un camino hacia Dios, un mensaje que, aunque suene tolerante y abierto, para muchos dentro de la Iglesia fue un sacudón. Por siglos, el Vaticano había sostenido que sólo a través del catolicismo se alcanzaba la verdad plena, algunos católicos lo vieron como una traición a la doctrina.

Claro que mover estructuras tiene costos y genera inconformes. Implementó una política de tolerancia cero contra los abusos sexuales en la Iglesia y dejó claro que ya no bastaba con decir “perdón”: había que actuar. Eliminó el secreto pontificio para estos casos y exigió que cualquier sospecha —incluso sin pruebas aún— implicara apartar al responsable mientras se investigaba. También metió mano a las finanzas de la Santa Sede. Creó la Secretaría de Asuntos Económicos, impuso nuevas reglas de transparencia y limitó los movimientos del Banco del Vaticano. Denunció públicamente el uso de fondos para lujos innecesarios, desde departamentos millonarios hasta inversiones dudosas. Algunos lo aplaudieron por su valentía. Otros lo acusaron de usar las finanzas para concentrar más poder, así cómo cambió la estructura de algunas posiciones de toma de decisiones en la iglesia que le permitieron concentrar más poder.

Francisco no fue un Papa de silencios. Condenó guerras, criticó el comercio de armas, habló sin rodeos del conflicto palestino-israelí y se ganó titulares cuando sugirió que los bombardeos en Gaza rozaban el genocidio. Se metió donde otros papas preferían mirar de lejos. Pero también fue acusado de ser demasiado tibio con regímenes como el de China o Nicaragua. Se le reprochó más de una vez su cercanía con gobiernos de izquierda autoritaria. Su apuesta parecía clara: ser útil en la diplomacia aunque eso implicara generar algunos descontentos.

Ahora bien, una de las críticas más comunes fue tacharlo de comunista. Pero como bien señaló el analista Gerardo Laveaga, eso es quedarse corto —y hasta errar el blanco. Francisco no propuso abolir la propiedad privada ni acabar con el capitalismo. Lo que sí hizo fue lanzar durísimos dardos contra el consumismo desmedido, la indiferencia social y la distancia entre las élites religiosas y políticas respecto a la vida real de la gente. Recordó que Jesús no vivía rodeado de lujos ni de guardaespaldas, sino que caminaba entre los pobres, entendía el dolor y hablaba en el lenguaje del pueblo. Eso, dijo el Papa, es lo que muchas cúpulas modernas han olvidado. No fue un marxista. Fue un humanista polémico.

Y ahora, ¿qué sigue? Porque Francisco murió, sí, pero sus decisiones lo siguen. De los 137 cardenales que votarán en el próximo cónclave, al menos 110 fueron nombrados por él. Es decir, dejó sembrado el terreno para que los que piensan como él puedan seguir el proyecto. Pero ojo: ni todos piensan igual, ni todos comparten su visión. Algunos incluso, aunque elegidos por Francisco, son conservadores. El péndulo en la Iglesia suele moverse así: si un Papa rompe moldes, el siguiente suele intentar pegarlos de nuevo.

¿Veremos otro Papa que siga los pasos de Francisco? ¿O elegirá el Colegio Cardenalicio, como en un equilibrio forzado, a un perfil más tradicional que calme las aguas?

La respuesta importa, y mucho más de lo que parece. Porque aunque el Vaticano esté al otro lado del Atlántico, en México más de 97 millones de personas se identifican como católicas. Lo que ocurra allá no es cosa lejana: la dirección que tome la Iglesia afectará debates, decisiones y hasta políticas que nos tocan de cerca.

Francisco sacudió a una de las instituciones más antiguas del mundo y abrió discusiones que antes eran impensables. Ahora, en pleno siglo XXI —y en tiempos donde la fe y la modernidad parecen caminar por caminos distintos— la gran pregunta es si la Iglesia continuará este viaje de transformación... o si elegirá frenar y volver al centro. Sea como sea, el mundo entero, y México también, estará mirando al cielo, esperando la próxima fumata blanca.

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