¿Quiénes son los muertos por homicidio? Usted, estimado lector, podría responder con un indiferente “cualquiera” y no estaría del todo equivocado. Pero esa reacción, entre irónica, cínica y conformista, se queda corta frente a la realidad: la hoja de ruta de la muerte sigue patrones que mutan con el paso del tiempo, como si Caronte, el barquero que une este lado con el otro, llevara un registro contable de cada vez más variables. Quien crea que el homicidio atañe solo a los más pobres o a los incautos, peca de arrogancia. Y es precisamente la estadística, la del INEGI, el arma infalible contra la pereza intelectual y la dejadez política, la que nos revela cómo, en los últimos 33 años, se ha transformado el perfil de los asesinados en México.

Pongamos por ejemplo el sexo de las víctimas. Si en 1990 el 89% de los asesinados eran hombres, en 2023 casi no hay diferencia: rondan el 88%. Ni siquiera la edad ha variado mucho: a los 22 años todavía se concentra el mayor riesgo, con aproximadamente 4% de todos los homicidios, y la fatídica década de los 20 sigue siendo la más letal (28% de las muertes en 2023, frente a 31% en 1990). Note que la pirámide de edades se ha modificado estas tres décadas pasadas.

Pero hay un cambio en la situación conyugal de los difuntos que nos obliga a sacudirnos el letargo de la costumbre. Antes, en 1990, los solteros conformaban el 34% de las víctimas; ahora son el 44%. ¿Y los casados? Cayendo en picada desde un 44% hasta el 17%. El fenómeno corresponde con la reconfiguración de la estructura familiar, aunque es difícil no advertir cierto matiz trágico en que la unión libre haya duplicado su porcentaje de víctimas: de 10% a 20%. Que la modernidad trae libertades, no hay duda, pero a veces también un riesgo que no se espera encontrar.

Si la escolaridad de muchos muertos antes era prácticamente nula (15% sin estudios en 1990), hoy esa cifra se achica hasta un 3%. La primaria completa sigue rondando el 20% de estos fallecidos, pero la secundaria se alza como el nivel más frecuente (28%), conformando la mayoría de las víctimas, cifra congruente con la expansión de este nivel educativo en la población general.

Respecto a los lugares donde ocurre el crimen, la calle o la carretera continúan dominando, con casi la mitad de los homicidios (de 53% a 49% en 1990 y 2023 respectivamente). El hogar mantiene un 12% de los casos y los “no especificados”, quizá en parte por negligencia de quien reporta o por simple caos aritmético tan visible estos días, han escalado hasta uno de cada cuatro.

Lo verdaderamente revelador es el salto hacia la urbanización del homicidio. Hace 33 años, un 64% de estos difuntos vivían en ciudades; hoy la cifra raya en 86%. Las urbes intermedias de 100 mil a 500 mil habitantes se llevan el dudoso honor de encabezar la lista (24% de las víctimas), seguidas por las megalópolis de más de un millón de almas (17%), en claro ascenso si recordamos que en 1990 apenas concentraban 8%.

Por estados, la metamorfosis kafkiana es igual de contundente. En 1990, el Estado de México acumulaba un exorbitante 24% de los homicidios, con la CDMX (9%) y Oaxaca (8%) pisándole los talones. Para 2023, los reflectores se trasladan a Guanajuato (12%), Estado de México (9%) y Baja California (8%). Guanajuato, en particular, pasó de 3% a 12%, un salto que haría temblar hasta a los más despreocupados. Baja California y Chihuahua tampoco se quedan atrás, con incrementos notables. Por su parte, el otrora predominante Estado de México baja hasta el 9% en su proporción del total nacional.

Para terminar con estos números, si uno tuviera la extravagante idea de elegir un mes para jugársela con la muerte, más vale esquivar enero, que, con un 9.2% de los homicidios en promedio de 1990 y 2023, se confirma como el mes más sangriento. Febrero, por el contrario, al 7.8%, parece el menos despiadado de todos.

Al final, estas cifras, por más frías que se presenten, nos muestran un país en donde durante los últimos 33 años el homicidio se traslada a las ciudades, cambia de estado civil y eleva el nivel de estudios de sus víctimas, sin soltar el protagonismo de los jóvenes y, sobre todo, de los hombres. Podrá sonar excesivo, pero basta echar un vistazo a la realidad para comprobar que el abismo de la violencia es imprevisible y que, para nuestro infortunio, conserva un latido sano y constante.

Académico. Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo)

Página web: www.carlosvilalta.org

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