El 9 de abril de 2021, María de los Ángeles Arreola de Dios terminó su vida laboral con un plan bien trazado: dedicar el retiro a su pasión por el beisbol, recorrer estadios del país y disfrutar el tiempo libre junto a su familia. Pero apenas un mes después, el 14 de mayo, la palabra cáncer transformó ese sueño en una lucha por la vida.

“El diagnóstico fue un trancazo”, recuerda con voz firme, pero serena. La mastografía y el ultrasonido realizados en abril ya presagiaban una mala noticia: un nódulo sospechoso en su seno izquierdo, clasificado como BI-RADS 5, el nivel más alto de sospecha de malignidad. Una biopsia confirmó lo que ninguna mujer quiere escuchar: carcinoma ductal invasor, grado II, con carcinoma in situ.

Lo más sorprendente: nunca sintió un bulto ni dolor, ni cambios visibles en su pecho. El tumor —de 1.3 cm— sólo pudo ser detectado mediante estudios de imagen. “Es muy importante recalcarlo. Nunca me palpé nada. El cáncer estaba ahí y yo no lo sabía”, señala.

Durante los años más duros de la pandemia de Covid-19, como muchas otras personas, María postergó su revisión médica. “Había sido muy puntual con mis estudios, pero por seguridad no acudí al hospital. Cuando fui en abril de 2021, el cáncer ya estaba ahí”, cuenta.

Tras el diagnóstico, se sometió a una mastectomía del pecho izquierdo el 5 de junio.

Los análisis posteriores revelaron una buena noticia dentro del panorama: no había metástasis y tanto la piel como el pezón estaban libres de células cancerígenas.

El perfil molecular del tumor mostró que era HER2 positivo, receptor de estrógenos positivo (+++), y receptor de progesterona negativo, con una proliferación celular baja (Ki67 positivo a 10%), lo que permitió establecer un tratamiento personalizado que incluyó quimioterapia y terapia hormonal.

El 15 de julio de 2021 comenzó el tratamiento más arduo: la quimioterapia. En medio de un sistema de salud colapsado por la pandemia, con escasez de medicamentos oncológicos en diversos hospitales del país, cada sesión fue un reto logístico, físico y emocional.

“El cuerpo te reclama. No entiende por qué lo maltratas, por qué no puede dormir, por qué no le das comida rica como antes. Pero sabía que esa medicina me estaba salvando”, relata.

El tratamiento concluyó el 9 de marzo de 2023 y desde entonces María sigue bajo tratamiento hormonal por cinco años, el cual finalizará en 2028. La vigilancia médica es ahora parte de su rutina, y su compromiso con la prevención es inquebrantable.

Durante el proceso, su mayor sostén fue su familia: hijos, nietos y nuera formaron una red sólida, amorosa y constante. “No habría podido sin ellos. El amor, el respeto, la comprensión, su presencia... todo eso es medicina también”, asegura con emoción.

Además de su círculo cercano, muchas personas —algunas incluso sin contacto frecuente— se mantuvieron pendientes de su salud. Hoy, Maru no sólo agradece, sino que comparte: ha encontrado sentido en narrar su experiencia.

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