Tzintzuntzan, Mich.— Para María Isabel Cuiríz pasar el Día de Muertos en compañía de su familia y la comunidad lo es todo. Cada año reviven las tradiciones y costumbres de Tzintzuntzan, corazón de la cultura purépecha en Michoacán, desde el 1 de noviembre las calles del pueblo se llenan de alegría y fiesta para recordar que la muerte también puede ser vida.
Desde las 6 de la mañana, la familia Cuiríz Chichipan llegó al panteón municipal para limpiar y colocar las ofrendas a sus difuntos. Principalmente a Gloria Angélica, quien falleció en diciembre de 2022, y aunque su recuerdo evoca tristeza y felicidad, los integrantes de su familia tienen una asignación importante: hacer un arco floral para que Gloria entre a este mundo.
El arco “significa la entrada de ellos a su destino. Aquí están tres finados, al menos en mi caso yo siento un remordimiento, una pasión. Por ejemplo, yo ya había dicho que ya no vendría este año porque me agarra la gripe. Y no, no puede estar una tranquila, voy porque aquella tumba está sola, nos duele el ser querido, por eso nos acercamos aquí”, cuenta María Isabel a EL UNIVERSAL.
El panteón de Tzintzuntzan está cubierto de flor de cempasúchil, macetas, hojas esparcidas y arreglos que producen el olor característico al otoño mexicano. Pero no sólo eso, el pueblo lleva cientos de veladoras, fotografías de sus difuntos, incienso, cruces, fruta, pan, alcohol y hasta los platillos de las personas que están por regresar. Por la mañana, se reúnen para hacer las ofrendas y preparar el espacio que velarán toda la noche. Al mediodía, la familia se alista para llevar el arco de Gloria.
“Vamos a acompañar al que va a hacer la birria para la comida y a vestirnos de traje regional, ir con el arco bailando también a ofrendar a Gloria mi sobrina, que es su segundo año de ofrenda. Y mi esposo ya pasó sus tres años de arco de ofrenda, pero aquí le venimos a poner a él (…) Cuando yo me casé, mi esposo me traía al panteón y me decía: ‘Vamos a ver a mi papá y a mi mamá’ y pues ya aquí me dejó”, dice entre lágrimas.
Al entrar al hogar de la familia se percibe el olor a comida recién hecha y a mezcal, también se puede ver el altar y el arco preparado para Gloria. Eva Chichipan Cira, su madre, está feliz de regresar a su pueblo para recibir a su hijita. Tiene todo listo para comenzar con la celebración: la comida, los dulces y el mezcal para regalar a la gente.
“Hace un año venimos por primera vez a poner el primer arco. Ahora es la segunda vez y vendremos al otro año si Dios nos presta vida. Son tres años como nos lo enseñaron nuestros padres, tratamos de cumplir con nuestras tradiciones. Somos michoacanos y nos sentimos tan, pero tan orgullosos que a nivel nacional y a veces hasta a nivel mundial se habla de nuestras tradiciones que son tan hermosas y coloridas”, menciona la señora Eva.
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El arco de Gloria es de madera, está cubierto con cientos de flores de cempasúchil, mide unos dos metros de altura, tiene su fotografía en el centro y su nombre escrito con flores rosas.
Después de comer, se preparan para salir del domicilio acompañados de una banda de unos 15 músicos que tocan Las Mañanitas para Gloria y que hacen bailar a las mujeres que portan la vestimenta típica purépecha: enaguas, huanengos, rebozos y collares.
Ellas encabezan la caminata hacia el panteón, que está a un kilómetro del hogar, y que más que caminata parece una fiesta de bienvenida para Gloria: niñas, niños y personas de todas las edades bailan y regalan dulces a quienes observan el homenaje.
Cuatro hombres son los encargados de llevar el arco, pero no sólo lo cargan: bailan con él y lo balancean por las calles de Tzintzuntzan.
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“Se gasta mucho dinero, pero el dinero no nos interesa porque al final nos vamos, no nos llevamos nada. Esto es lo bonito estar reunidos con la familia (…) Yo soy madre y me tocó perder a una hija, hay que sobrellevarlo, la vida es así y qué bueno que mi hija me dio la oportunidad de estar con ella viva. En estos momentos la siento que está aquí con nosotros”, agrega Eva, de 62 años.
Al llegar al panteón, la fiesta continúa: se hace un ritual para colocar el arco en la tumba, se pone incienso, la cruz, coronas y los alimentos preferidos de Gloria, todo al compás de la banda regional de músicos.
Al igual que a ella, decenas de personas hacen la misma tradición para guiar a sus familiares hasta sus ofrendas.
Durante la tarde, las personas hacen guardia y platican entre ellos; paralelo a esta conmemoración, todo el pueblo está de fiesta: hay cientos de puestos de comida, bebidas y maquillaje de Catrinas alrededor de los panteones de la comunidad. Comienzan a llegar turistas estadounidenses, asiáticos y europeos, así como fotógrafos de todo el país.
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Al caer la noche, comienza la velada maratónica, las familias llevan alimentos y bebidas calientes para cenar, rezan, se sientan alrededor de las tumbas y cuentan anécdotas de los que ya partieron.
El frío es lo de menos, lo que importa es pasar la madrugada del 2 de noviembre velando y recordando a sus seres queridos. Aquí no hay Halloween, sólo calaveritas, costumbres purépechas, amor y unión.
“Por momentos llega la nostalgia, ella [Gloria] sabía que a mí me gustaban las enchiladas. Y yo cuando venía a visitar o algo, las preparaba. Pero ahora no está ella, tampoco están las enchiladas. Por momentos uno quiere llorar, que es la única manera de sacar nuestros sentimientos a veces, pero ella era la más alegre de mis hijas. Yo a veces digo: no me tiene que ganar la tristeza, porque ella no me hubiera querido ver llorando”, explica Eva Chichipan, cuyo apellido se traduce como el ruido de un colibrí cuando llega a una flor.
La música no cesa en ambos panteones, las calles revolotean, los arcos siguen llegando y las tumbas son admiradas por miles. Los colores son impresionantes, ya no hay tristeza, ni siquiera nostalgia, Tzintzuntzan cobra vida y el ambiente lleno de niebla se ilumina para recibir a los muertos.