Cualquier intento de comparar la realidad del narcotráfico en México puede quedarse corto; sin embargo, algunas analogías del mundo médico nos ayudan a entender mejor realidades sociales complejas. El narcotráfico y las infecciones virales comparten similitudes interesantes. Al igual que un virus que invade y destruye el cuerpo, el narcotráfico ha infiltrado y debilitado el tejido social y político de México. Aunque esta comparación no capture todas las dimensiones del problema, ofrece una perspectiva valiosa para entender sus raíces e impacto.
El narcotráfico en México puede compararse con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), que, entre otras cosas, ataca al sistema de defensa del cuerpo destruyendo los linfocitos CD4, esenciales para coordinar la respuesta inmune. De manera similar, el narcotráfico infiltra y corrompe las estructuras clave del país, como los cuerpos políticos, de seguridad y justicia, que deberían actuar como los "linfocitos" de los mexicanos, encargados de su defensa. Además el VIH tiene dos armas poderosas para asegurar su supervivencia: la mutación y la latencia viral. La primera le permite replicarse creando variantes mejor adaptadas para evadir el sistema de defensa, mientras que la latencia viral le permite integrar su material genético en las células huésped, manteniéndose oculto y evitando su detección y eliminación por el sistema inmunológico y los tratamientos antirretrovirales. De manera similar, los diferentes cárteles, o variantes del virus, se distinguen por su capacidad para generar oportunidades laborales atractivas y comprar voluntades dentro de las estructuras políticas, de seguridad y de justicia en todos los niveles. Al mismo tiempo, se infiltran en la música, el cine, las fiestas locales y las creencias religiosas, justificando su existencia y normalizando o encubriendo sus delitos. Todo esto debilita la capacidad de las comunidades para percibirlos como algo nocivo, logrando, en muchos casos, convencer –o frecuentemente forzar– a las comunidades locales para que los protejan, como ha ocurrido recientemente en Chiapas. A medida que este proceso destructivo avanza, tanto el Estado como la población comienzan a normalizar el problema, perdiendo cada vez más la capacidad para enfrentarlo.
Así como las infecciones virales atacan con más fuerza a los más vulnerables, la expansión del narcotráfico en México no es un accidente, sino el resultado de condiciones que han facilitado su propagación. La falta de empleos bien remunerados, con un 36.3% de la población en situación de pobreza; la facilidad para adquirir armas provenientes de Estados Unidos; una creciente crisis de infelicidad y desesperanza a ambos lados de la frontera, impulsada por un capitalismo en declive que aumenta la demanda de drogas para evadir la realidad; la corrupción política y la ilimitada codicia de poder; un sistema educativo público deficiente que no prepara a los jóvenes para competir en un entorno globalizado; y un sistema de justicia frágil, donde solo el 6.4% de los delitos son denunciados y de estos, apenas el 14% se resuelven. A esto se suma la narcocultura que glorifica la violencia y el poder del crimen organizado a través de la música, el cine y la vida cotidiana. Todos estos factores han creado el ambiente perfecto para que el narcotráfico gane influencia. Como un virus que se adapta a su entorno, el narcotráfico ha explotado estas debilidades, extendiendo su control desde el norte hasta el corazón del país, llegando a la Ciudad de México y, recientemente, hasta el sur.
El VIH nos deja otra lección importante: cuando se le ataca de manera desorganizada o sin una estrategia clara, puede desencadenar una tormenta de citoquinas, una respuesta inmune exagerada que termina causando más daño al cuerpo que el propio virus. De manera similar, cuando el expresidente Felipe Calderón lanzó su ofensiva contra el narcotráfico en 2006 sin una estrategia bien coordinada y con su jefe de seguridad infiltrado por el crimen organizado, desató una ola de violencia que, lejos de debilitar a los cárteles, desestabilizó al país. Este enfoque no solo causó un enorme daño colateral, sino que también fortaleció a las organizaciones criminales mejor adaptadas a ese entorno, haciéndolas aún más difíciles de erradicar.
Con el tiempo, el VIH destruye tantas células CD4 y otras partes vitales que el sistema de defensa del cuerpo colapsa, dando lugar al SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida), una condición en la que el cuerpo ya no puede defenderse de otras infecciones. De manera similar, si el narcotráfico corrompe y desmantela suficientes estructuras políticas, de seguridad y justicia, y la población llega a normalizar (o incluso romantizar) su presencia, el país puede caer en un estado de "inmunodeficiencia social", en el que la criminalidad, la violencia y el caos se extienden sin control. Las consecuencias a largo plazo de esta inmunodeficiencia son devastadoras: en el cuerpo humano, el SIDA provoca una incapacidad casi total para luchar contra infecciones, lo que eventualmente conduce a la muerte si no se trata. De manera análoga, esta situación en un país puede desencadenar el colapso del estado de derecho, la pérdida de confianza en las instituciones públicas y una profunda desilusión sobre la posibilidad de alcanzar aspiraciones personales y comunitarias. En tal escenario, la corrupción y la criminalidad se imponen, comprometiendo gravemente la estabilidad social y la capacidad para enfrentar desafíos clave, como la erradicación de la pobreza, la creación de oportunidades de vida dignas, la retención de talento en sectores productivos, y otros muchos aspectos cruciales para el desarrollo nacional.
Con la escalada de la violencia en el sur del país, es evidente que ya no queda territorio libre de este virus. Y no solo eso, decenas de países ya están siendo afectados por el narcotráfico mexicano, que se ha convertido en una epidemia social que trasciende nuestras fronteras, causando estragos a nivel global. Recientemente, Estados Unidos, uno de los países más afectados por el narcotráfico en México, con más de 100,000 muertes anuales por sobredosis, ha intentado abordar el problema realizando "biopsias" para entender mejor esta enfermedad. Al capturar y estudiar a grandes capos como Joaquín "El Chapo" Guzmán e Ismael "El Mayo" Zambada, ha buscado comprender cómo estos especímenes lograron sobrevivir y expandirse impunemente durante décadas. Sin embargo, como ocurre con cualquier infección viral, capturar algunas muestras no resuelve el problema subyacente. Aunque se eliminen estas "células infectadas", el virus sigue mutando y replicándose en otras áreas, mientras el sistema de defensa – en este caso, el Estado mexicano – permanezca debilitado y la población, a falta de opciones, normalice o romantice su presencia. De hecho, es solo cuestión de tiempo para que surjan variantes del virus aún más adaptadas, más contagiosas y posiblemente más agresivas.
A falta de una cura, el camino hacia el control, tanto en el caso del VIH como en el del narcotráfico, es largo y exige un compromiso constante. En el caso del VIH, las personas deben seguir tratamientos de por vida, mantenerse vigilantes y actuar ante cualquier signo de deterioro. De manera similar, México debe blindar sus estructuras políticas e instituciones de seguridad y justicia, reforzando sus defensas contra la corrupción y el influyentismo en todos los niveles. Esto es especialmente crucial en el contexto de la reciente aprobada Reforma Judicial, que a primera vista no contiene los elementos suficientes para garantizar un sistema judicial impermeable a la influencia del narcotráfico. Asimismo, México debe aprender de otros países que han logrado mantener bajo control este problema, y gestionar los factores que han convertido al país en el "paciente perfecto" para la expansión del virus del narcotráfico. Finalmente, es muy importante mantener una vigilancia constante para detectar cualquier signo de infiltración del crimen organizado, no solo en las estructuras de poder, sino también en la sociedad misma, incluyendo la cultura popular y las zonas recónditas y poblaciones marginadas, frecuentemente olvidadas por el Estado. Sin estos esfuerzos sostenidos y coordinados, el virus hará sucumbir a nuestro querido país ante las devastadoras consecuencias de un estadio más allá de la capacidad de control.
Agradecimientos: Agradezco a mis colegas Víctor Flores y Moisés Mazariegos por su valiosa retroalimentación en versiones previas de este manuscrito. Sin embargo, lo aquí expresado únicamente representa la opinión de un servidor.
Médico, Maestro y Doctor en Salud Pública y actual Profesor de la Universidad Autónoma de Chihuahua y del Tecnológico de Monterrey.