Ante su inminente prohibición, personas de todas las edades buscan los últimos en el Centro de la Ciudad de México. Mientras que los locatarios apresuran la venta de los mismos, con mucha cautela y vigilancia dos establecimientos en la calle José María Izazaga ofertan, por mayoreo, cientos de marcas, sabores y tamaños.

En precios también hay de todo, pues van desde los 25 pesos por pieza hasta los 400, aunque existe uno que otro “ilimitado” o “especial”. En uno de los locales, un vendedor resguarda la entrada y verifica si los consumidores entran o no: “sólo entra uno por familia”, dice al dar una canasta para facilitar la compra de varias cajas.

También está al pendiente de la cortina, para bajarla rápido si es necesario. Dentro del local hay tres vendedores en sillas vigilando que no entren autoridades o que los jóvenes no se roben producto. En la caja hay otras dos personas cobrando, desde sus posiciones observan con severidad que todo esté en orden y que no haya nadie que pueda delatarlos.

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Los consumidores no están nerviosos ni en alerta, más bien murmuran entre ellos y colocan en sus canastas cajas de vapeadores. Parecen desesperados por llenar la adicción que les genera la nicotina y demás químicos, pero siempre con sabores dulces como fresa-mango, kiwi, arándano, melón o coco.

Los vendedores, todos con gorras y actitud misteriosa, revisan sus celulares constantemente y no contestan preguntas ni hacen “labor de venta”; nadie sonríe ni platica.

“¿A partir de cuánto es el mayoreo?”, se le pregunta; “de 10”, responde uno sin inmutarse.

La cajera tampoco tiene ganas de ser amable: “Amiga, ¿tendrás sólo de sabor fresa?, es que todos están combinados”; sin mirar al cliente siquiera y de evidente mal humor, contesta: “No sé, tenemos muchos, búscalo”. Afuera del local hay dos letreros luminosos que solicitan personal y buenos vendedores.

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En las repisas se contabilizan más de 100 marcas, en montones de 20; las más solicitadas son Lost Mary, Teddy vape, Lume, Relx, Max air, Elf bar, Fume, Lomo, Solaris, Juicy y Niro, ya sea por el bajo costo o la popularidad que en los últimos años creció hasta las nubes.

Hay cajas regadas por el piso, todo es rápido, los clientes saben a lo que van. Este local oferta vapeadores a costos accesibles, hay de 35 pesos, 50, 70 y 90. Al fondo están los más caros, en vitrinas bajo llave. A unos cuantos metros, en lo que era un tradicional puesto de revistas, hay otro local de cigarros electrónicos.

Del mismo modo, un hombre custodia a los tres jóvenes que venden los productos: una chica se encarga de dar los precios y mostrar los vapes, otro joven acomoda y vacía cajas en las pequeñas estanterías, mientras que el tercero cobra y en una tableta electrónica lleva el conteo de la marca que acaban de llevarse. De pronto llega un joven de unos 20 años, acompañado de amigos, y pide los “especiales”. “De este sólo me quedan tres”, dice el vendedor con la tableta en el cuello; “dámelos”, contesta el cliente entre risas. A pesar de que, por obvias razones, sólo aceptan pagos con efectivo, cuentan con un letrero con una clave interbancaria para hacer transferencias.

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“Mi hija compró en otro local, pero esos son piratas”, dice una señora a metros del local más surtido. Por lo que su hija le ha contado, los vapeadores “buenos” empiezan a partir de 200 pesos. “Los de 30 son una porquería”, dice. El fin de semana había más locales y puestos ambulantes con vapeadores, pero poco a poco se esfumaron ante el miedo a la reforma que el expresidente López Obrador impulsó.

Otros ya no tienen necesidad de vender, pues agotaron sus existencias la semana pasada.

En la calle Luis Moya, un vendedor y consumidor de vapeadores está triste por la prohibición: “Comencé a comprarlos para quitarme la adicción al tabaco, pero me fue peor”, confiesa. Aunque su local es de tatuajes y perforaciones, tenía un rincón dedicado a la venta: “Ya sé que estará prohibido, por eso sólo le venderé a mis clientes”.

El locatario expresó que le quedan pocas piezas y aún no está seguro de si comprará más para sus clientes frecuentes; sin embargo, él seguirá con este hábito.

Por su parte, negocios en línea apresuran la venta con descuentos de hasta 50%, también en locales físicos, pero aprovechando que pueden hacer envíos a toda la República, donde estos productos no son tan comunes o son más caros e inaccesibles para los jóvenes.

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